Lo conoció en Boston, adonde llegó con su madre y hermanas de Escocia a fin de establecer una escuela para señoritas. Pronto hicieron muy buenas relaciones, entre otros, con el historiador Guillermo H. Prescott, el hispanista George Ticknor y Calderón de la Barca, quien se enamoró de Frances.
Se casaron en esa ciudad y lo acom-pañó a México los dos años que permanecieron en el país. Durante su estancia, la inquieta escocesa a quien se conocía como Madame Calderón de la Barca, recorrió varios lugares del país y prácticamente toda la Ciudad de México y sus alrededores. Su posición diplomática le abrió múltiples puertas, lo que le permitió entablar relaciones con diversos sectores de la población.
Mujer inteligente, sensible y culta, sus experiencias las plasmó en deliciosas cartas que envió a su familia, de las que se seleccionaron 54 que formaron el libro. Fue un éxito, no obstante que el autor era desconocido, pues buscando el anonimato sólo aparecían unas iniciales.
Desde luego en México fue identificada de inmediato y suscitó comentarios encontrados. Su visión en general es positiva sin dejar de ser crítica, lo que no gustó a ciertos sectores de la sociedad; por mencionar algunos, a Manuel Toussaint el libro le pareció la descripción más detallada y sugestiva de nuestro país
, a Manuel Payno que las cartas no eran más que sátiras. La realidad es que da una idea bastante clara de la manera de vivir y pensar de la época, con sus claros y oscuros.
El nombre original de la escocesa poco se recuerda; ha pasado a la historia como madame o marquesa Calderón de la Barca. Muchos piensan que el título nobiliario era del esposo y no es así. Cuando enviudó, ya convertida al catolicismo, la reina de España la convenció para que fuera institutriz de la infanta Isabel. Compartió las vicisitudes políticas de la familia real, los acompañó al exilio y al restaurarse la monarquía en 1874, el rey Alfonso XII le concedió el título de marquesa.
Curiosamente son muchas las personas que la conocieron y pocos los que escribieron acerca de ella. Una excepción es la que relata en su diario el destacado yucateco Justo Sierra O’Reilly, quien dice: En la primera visita que tuve el honor de hacerle a don Ángel en Washington me presentó a su esposa, quien me era ya conocida como escritora, pues había leído un libro suyo sobre México, escrito con bastante talento y gracia, si bien algunas de sus opiniones no me parecían muy justas… Me recibió con la cortesía y amabilidad que le son características y hacen agradable su trato social… Madame Calderón habla con soltura los principales idiomas modernos; es de una instrucción exquisita y era el alma de la brillante sociedad que en su casa se reunía
.
Su libro sigue siendo obra obligada para quienes quieren tener una visión cercana e intima de la mentalidad de esa época, del paisaje y la vida cotidiana.
Hace unos días la bella ciudad de Uruapan, Michoacán, conmemoró el 490 aniversario de su fundación hispánica, así como cinco siglos transcurridos desde el primer encuentro con los españoles, el cual tuvo lugar en la víspera de Navidad de 1523, cuando Antonio de Carvajal vino a esta población en visita de reconocimiento.
Con ese motivo se celebró el Quinto Coloquio Nacional de Cronistas, que se inició con una plática que impartimos en torno a la Marquesa Calderón de la Barca, quien estuvo ahí en 1841 e hizo una extraordinaria reseña.
Uno de los muchos aspectos que la cautivó fue la comida mexicana, que en un principio describe con poco agrado y después elogia con entusiasmo, como le sucedió con la veracruzana, por lo que para recordarla propongo ir a la Fonda del Recuerdo, en Río Lerma 170. Un buen principio es compartir el plato jarocho, que tiene picaditas, garnacha, gorda de frijol, tamalito de elote, sopes y empanadas. Después, uno de los clásicos: la lengua a la veracruzana, el pozole de mariscos o el mole jarocho y ¡listo!