Este ilustrativo texto proviene de una carta fechada el 16 de abril de 1655, y dirigida por Antonio Bosso a Carlos II, duque de Mantua. La carta fue hallada por la investigadora Beth Glixon en el Archivo Gonzaga perteneciente al Archivo Estatal de Mantua. La carta está fechada a la mitad del siglo XVII, pero bien pudo haber sido enviada anteayer; la actitud macho-chovinista de referirse a una compositora por el tamaño de sus pechos y no por la calidad de su música no ha cambiado mucho en más de tres siglos y medio.
Esa cita constituye uno de los momentos cimeros (y hay muchos, créanme) de Armonías y suaves cantos: Las mujeres olvidadas de la música clásica, fascinante y necesario libro, publicado originalmente en 2016, en el que Anna Beer hace un amplio y profundo análisis de la vida, trayectoria, obra, presencia y subsecuente olvido de ocho compositoras de distintas épocas y lugares, todas ellas autoras de música muy valiosa que, con el paso del tiempo, ha sido relegada a la desmemoria cultural colectiva, teniendo apenas escasas y esporádicas apariciones en conciertos, recitales y grabaciones. El libro de Beer tiene un claro enfoque de género, y su cualidad más destacada es que en su análisis de las compositoras protagonistas y sus obras, la escritora propone una visión política multifacética en varias capas: la geopolítica, la política nacional, la política local, la política cultural, la política musical y, de modo muy importante, la política sexual imperante en los respectivos tiempos y lugares en los que se desarrollaron estas ocho mujeres. Y, hablando de lugares, un asunto que me pareció particularmente atractivo de este libro es que la historia de cada una de ellas está ligada de manera indisoluble a una ciudad: Francesca Caccini a Florencia, Barbara Strozzi a Venecia, Élisabeth Jacquet de la Guerre a París, Marianne Martínez a Viena, Elizabeth Maconchy a Londres, etcétera.
Si se considera la loable y evidente intención de la autora de abordar el tema de la exclusión y a la vez dar a estas ocho mujeres creadoras el lugar autónomo que les corresponde en la historia de la música, hay dos temas que ciertamente merecen una discusión ulterior. El primero es que todas ellas son europeas; el segundo, que Anna Beer se refiere a dos de ellas por sus apellidos de casadas (Fanny Hensel en vez de Fanny Mendelssohn, y Clara Schumann en vez de Clara Wieck), lo cual no me parece un asunto menor en este contexto. A las siete compositoras ya mencionadas se une la misteriosa y elusiva Lili Boulanger para conformar un reparto de mujeres creadoras de música que casi sin excepción tuvieron que enfrentar numerosos obstáculos para seguir su vocación, obstáculos puestos en su camino por los hombres de su vida: padres, tutores, maestros, mecenas, esposos, amantes, patrones. La narración que hace Anna Beer de la lucha a brazo partido de estas compositoras contra todos esos hombres se convierte en uno de los pilares fundamentales de su libro, un texto cuya lectura ofrece el múltiple interés de las distintas facetas desde las cuales la autora aborda a sus biografiadas.
Otra de las virtudes del libro de Beer es que la forma en que la autora trenza la narración biográfica con el comentario musical provoca de inmediato el hambre de buscar las músicas ahí mencionadas y escucharlas con atención. A mí, al menos, este impulso me proporcionó varias horas de gozosa audición y sorprendente descubrimiento. Porque lo fundamental del asunto es que todas las compositoras aludidas en estas páginas compusieron música que tiene un interés propio y autónomo, más allá de la política de género y la visión feminista.
Armonías y suaves cantos: Las mujeres olvidadas de la música clásica es la traducción al castellano por Francisco López Martín y Vicent Minguet del original de Beer titulado Sounds and Sweet Airs: The Forgotten Women of Classical Music, y fue publicado por Acantilado en 2019.