Las madres arquetipos de la dulce y sacrificada o despiadada y fría, pero la maternidad va mucho más allá

De brechas y cicatrices la literatura de la maternidad

Blanca Athié

 

La brecha, de Mercedes Valdivieso

Publicada hace más de sesenta años en 1961, La brecha es la novela con la que se dio
a conocer la escritora chilena Mercedes Valdivieso, considerada por la crítica como la gran primera novela feminista de Latinoamérica, alabada por algunas voces radicales y condenada por los sectores eclesiásticos y conservadores. La obra abre con la siguiente inscripción: “El personaje de esta novela no tiene nombre, pero podría ser el de cualquier mujer de nuestra generación.”

Esa generación a la que se refiere Valdivieso tenía pocos años de haber conquistado apenas el voto de la mujer tanto en Chile como en México, y se enmarcaba en una segunda ola feminista que ponía en el centro los derechos reproductivos y sexuales, así como la necesidad de un enfoque interseccional y anticolonial de la mujer.

Por eso no sorprende que sea la novela que refleja el empoderamiento femenino y cuestiona el destino biológico que ya Simone de Beauvoir había criticado años antes en El segundo sexo. Con una prosa sencilla, directa y con explosividad emocional, Valdivieso narra la vida de una mujer joven que decide sobre su cuerpo y vida. No es una novela de personajes porque no busca el dramatismo beligerante, es más bien sobre una mujer que renuncia a hombres, cosas y situaciones para encontrar su propia forma de ser mujer y su estilo de vida, uno que se antoja más libre y moderno. Para ello recurre a sus recuerdos con su linaje femenino, en el que si bien no busca entablar un juicio de por medio, sí una sutil forma de exponer lo que era ser mujer en determinada época, como lo refleja el siguiente diálogo entre abuela-nieta: “Eres mujer y aprenderás a zurcir y a estar quieta; nadie querrá que a los diez días de casada te devuelvan por inútil.”

Hay quienes la ven como una novela sobre el aborto y el divorcio; lo cierto es que detrás de ese lenguaje llano y exacto existe (y resiste) una voz en primera persona decidida y reflexiva. “Valiente” sería la palabra para definir esta novela que se puede resumir en la siguiente frase, dicha por su protagonista, que forma parte ya de la literatura universal: “Cuesta sangre romper, levantar cabeza; la compensación comienza con la soledad, pero se ha abierto una brecha. Aguanta.”

 

Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnet

En Lo que no tiene nombre, la colombiana Piedad Bonnet nos ofrece un testimonio doloroso en el que pueden verse reflejadas muchas madres que pasan por la experiencia del suicidio de un hijo o hija. A Piedad le pasó con su hijo Daniel, quien, atormentado por su enfermedad mental, se arrojó de la azotea de un edificio en Nueva York a la edad de veintiocho años.

Publicada por Alfaguara en 2013, la novela abre con la irrupción de la escritora junto a su esposo e hija Camila en el departamento de Daniel, un día después del suceso. Una madre que trata de imaginar los últimos momentos de su hijo a través de una atmósfera donde se intuye la ausencia dolorosa de alguien enmarcada por el perfecto orden de sus objetos personales:

Siento, por un instante, que profanamos con nuestra presencia un espacio íntimo, ajeno; pero también, atrozmente, que estamos en escenario. Me pregunto qué sucedió aquí en los últimos veinte minutos de vida de Daniel. ¿Acaso sostuvo consigo mismo un último diálogo ansioso, desesperado, dolorido? ¿O tal vez su lucidez fue oscurecida por un ejército de sombras?

Aunque la colombiana nos deja claro que nunca podrá narrar con el lenguaje lo que está más allá del mismo, es a través de sus cicatrices que el lenguaje se hace palpable. Un diálogo constante a su vez con poemas y frases literarias que la acompañaron en el momento más íntimo, profundo y doloroso de su existencia.

Bonnet escribe la historia de su hijo y la suya propia no como un manual de duelo, sino como un ritual a posteriori: hace consciente su dolor para transfigurarlo en lenguaje vivo, porque ya sabemos que si puede existir belleza en medio de la tragedia, es precisamente en el lenguaje. Una novela necesaria por su sinceridad valiente.

 

Mátate, amor, de Ariana Harwickz

El caso de la escritora argentina Ariana Harwickz ilustra muy bien lo que en un principio se expuso. Mátate, amor es su ópera prima, una obra sumamente original en su forma pero que vivió un periplo antes de ver la luz. La misma Ariana ha contado en numerosas charlas que en su natal Argentina ninguna editorial se quería arriesgar a publicarla, nadie quería una novela que abordara la maternidad y la locura, y en una prosa además muy intensa y descarnada. Finalmente vio la luz en 2012, y hasta 2019 fue nominada al prestigioso Premio Booker en su traducción al inglés.

Desde la primera página su protagonista se expone crudamente; entre la maleza, con un filo en mano, imagina lo liberador que sería un corte fino en su yugular; no lo hace, y en vez de eso mira la pileta de su casa de campo donde su esposo y su bebé juegan, mientras ella sólo los observa delirante, atormentada. Se trata de una novela que puede ser leída como si fueran viñetas o pinturas propias, cada capítulo traza su propia atmósfera y tonalidad emocional, que no obedece a la historia cronológicamente, sino a la propia hambre y rabia de su protagonista.

¿La maternidad como un delirio? Puede ser, pero también como resistencia, ya que a lo largo de la novela un símbolo del bosque se vuelve poderoso y revelador: un ciervo, animal al que la protagonista ansía ver y tocar en repetidas ocasiones, como si se tratara de un placebo. Los ciervos son conocidos como animales crepusculares, y en la novela puede percibirse la maternidad como el ocaso de su protagonista.

La de la protagonista es una voz que sin tapujos se expone cruda, delirante, violenta y arrepentida de ser madre a lo largo de este thriller campestre. La misma Harwickz expresó que comenzó a escribirla cuando se mudó a una casa de campo en Francia con su esposo. No es una obra autobiográfica, pero sí una ficción necesaria donde pueden reflejarse muchas mujeres en sus disidencias.

 

Otras maternidades imprescindibles

Otra novela sobresaliente que retrata la experiencia del aborto es El acontecimiento, de la escritora francesa recientemente laureada con el Nobel, Annie Ernaux. En sus primeras páginas vemos a su protagonista esperando una prueba médica que la llena de angustia: la del sida, enfermedad que en una época representó uno de los miedos más álgidos en una sociedad marcada por su libre sexualidad, pero ¿acaso no es también esa clase de miedo que siente una mujer con sospechas de embarazo no deseado, ya sea por violación, abandono o pobreza? Nuestros miedos universales siempre han estado eclipsados por otros miedos contagiados en determinada época. Desde las primeras páginas, la intención de Ernaux consiste en llevarnos a ese cuestionamiento. Una novela para sentir, pero también para reflexionar.

Al estilo de Piedad Bonet, existe el libro testimonial Noches azules, que la gran Joan Didion escribió sobre la muerte por enfermedad de su única hija, apenas unos meses después del fallecimiento de Dunne, su esposo. La pluma inteligente, obsesiva, sensible y profunda de esta escritora estadunidense siempre es garantía. Hay que conmoverse sin renunciar a la belleza del lenguaje.

Otras autoras universales contra la maternidad estereotipada y romantizada son Doris Lessing, Adrienne Rich o la misma Sylvia Plath. Finalmente, deben mencionarse obras más recientes, como La hija única, de Guadalupe Nettel (finalista del prestigioso Premio Booker al momento de escribirse el presente texto); Casas vacías, de Brenda Navarro, sobre la dolorosa experiencia de hijas e hijos desaparecidos; Caballo fantasma, de Karina Sosa; Nosotras, de la sonorense Suzette Celaya, o el libro colectivo de maternidades disidentes antologado por Esther M. García, El tejido de la mujer araña, titulado así por la referencia a la artista Louise Bourgeois, y su icónica escultura “Mamá”, una enorme araña que refleja a la madre. La maternidad es eso: protección y depredación al mismo tiempo, y
es precisamente a través de la literatura que nuestras cicatrices también pueden florecer.

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