Cinexcusas
Luis Tovar @luistovars
Tiempo de gigantes
Lo cierto es que Fons, Estrada y Jodo no la tenían fácil en absoluto, pues aquel annus mirabilis del ‘73 se descosió por todas partes: coproducida por Francia e Italia llegaba esa obra maestra de la memoria personal sublimada, la irreverencia farsoicónica, la denuncia antifascista y la ternura indescriptible llamada Amarcord, con la que Federico Fellini prolongaba su dilatada capacidad de asombrar, fascinar y deleitar a espectadores del mundo entero; de Suecia provenía Escenas de un matrimonio, nacida como serie televisiva y luego convertida en película, con la cual Ingmar Bergman hacía lo mismo que su colega italiano, es decir, darle al mundo un filme insustituible más en su espléndida filmografía, por virtuoso, inteligente, sensible, profundo e intenso al retratar las mil y un sinuosidades de los vínculos familiares y amorosos; de Francia llegó La noche americana, en la que François Truffaut –otro gigante en plenitud de sus facultades fílmicas– yuxtapone su dilatada reflexión sobre las relaciones humanas y el arte del cine mismo; igualmente francesa y de aquel mismo año, de René Laloux con la enorme colaboración de Roland Topor, es la imborrable El planeta salvaje, ciencia ficción pesimista que de inmediato se volvió cinta de culto y es, hasta la fecha, el más célebre largometraje animado europeo.
Acción, política, ciencia y religión
De 1973 es la muy simpática y disparatada El dormilón, una de las ahora conocidas como “comedias tempranas” de Woody Allen –por cierto, el único cineasta vivo y activo de los aquí nombrados–, así como Golpe de Estado –o Ley marcial, según otra traducción–, de Kiju Yoshida, última parte de la trilogía en la que el japonés, al contar un fallido golpe de Estado que tuvo lugar en los años treinta del siglo pasado, completa la radiografía político-histórica de su país. De tema semejante pero en este lado del mundo, basado en la novela de Rodolfo Walsh y con su participación guionística, Jorge Cedrón realizó de manera clandestina Operación masacre, donde se cuenta el también fallido intento de golpe, sólo que cívico, en contra de la dictadura argentina de aquel entonces y que derivó en el fusilamiento criminal de sus participantes, del cual sólo unos pocos salieron vivos.
Entretanto, la maquinaria de entretenimiento estadunidense encontraba en Roger Moore el sustituto de un renuente Sean Connery para encarnar al redituabilísimo personaje James Bond: Vive y deja morir, conducida por Guy Hamilton, no era sino una-más-de-la-saga, pero tuvo al menos la virtud de contar con la banda sonora homónima de un reciente exbeatle llamado Paul McCartney.
Empero, hace medio siglo esa misma maquinaria produjo El exorcista, una de esas poquísimas películas que trascienden épocas y géneros, cuya celebridad rebasa la de su realizador y protagonistas: la dirigió William Friedkin –antes había hecho el thriller Contacto en Francia– y sus protagonistas, Linda Blair y Jason Miller, jamás volvieron a participar en un filme de tal trascendencia. Como lo saben incluso quienes no vivieron el fenómeno, este discurso fílmico acerca de la oposición entre la ciencia y la fe religiosa rebasó todas las expectativas y alcanzó al mismo tiempo los ámbitos académicos con la misma potencia que lo hizo en la cultura popular.
Quince filmes memorables en un mismo año, sin duda ponen a pensar en la pertinencia de aquella vieja máxima que habla de que todo tiempo pasado…