Un museo para Xilitla
Xavier Guzmán Urbiola
Quien viajaba a Xilitla, San Luis Potosí, a conocer la obra del poeta surrealista inglés llamado Edward James, tenía después de visitarla pocas opciones para saciar su avidez de información: un libro, una guía, una charla con algún lugareño enterado o fantasioso.
Desde marzo de 2023 Xilitla cuenta con un museo gracias al esfuerzo conjunto de Plutarco Gastelum Llamazares y su familia, herederos de gran parte del legado de James, que puede admirarse ahí, y quienes aportaron el espacio físico, junto con Mario César Ramírez, inversionista generoso. A ellos se sumaron Xaviera Acosta, quien hizo el guión museográfico con base en el libro de Margaret Hooks; Antonio García, director del recinto y quien realizó la museografía y textos en salas; Luis Félix cedió su correspondencia y fotos testimoniales, en tanto quien esto escribe y mi familia no podíamos mantenernos ajenos al atrevimiento de abrir un museo en la selva.
La ubicación del espacio y contendedor son interesantes, pues se encuentran a veinticinco metros del acceso principal a Las Pozas, la finca donde James se dio a la tarea, con su legión de albañiles y carpinteros, de levantar entre 1947 y 1985 sus caprichos y estructuras. Es el lugar idóneo para, después (o antes) de visitarlos, enterarse de algo más. Se trata de la casa y la “era”, donde se asoleaba el café cosechado y lavado. Ese patio hoy se percibe ocupado por opciones gastronómicas, un laberinto y pequeñas tiendas de conveniencia, mientras la casa, que se ubica al fondo, fue transformada en receptáculo del museo. Toda la arquitectura del lugar tiene interés. Este edificio, al adaptarlo conservó una doble altura, así como una osada columna central que remata dicho vacío para cerrarlo con un caprichoso capitel foliado. Como a todo museo, se le adaptó un acceso y un recorrido direccionado, en tanto en la azotea se creó una sala inmersiva.
Respecto a su contenido, se definieron cuatro núcleos temáticos bien pensados y didácticos, acompañados del mismo número de videos, todo presentado en fondos negros con un pulcro acabado. El primero aborda los orígenes familiares aristocráticos de James, la procedencia de su fortuna, así como su temprana cercanía con el surrealismo. El segundo, la serie de patronazgos para las artes que él mismo fue capaz de mantener con desprendimiento. El tercero trata la huida y refugio del poeta inglés a las antípodas de su origen, así como el hallazgo de su familia correlativa en la de Plutarco Gastelum Esquer, su gran amigo. Por último, el cuarto y más extenso se desborda en la obra de Xilitla, con algunos guiños a la personalidad excéntrica de su creador.
Por necesidad lo exhibido va de menos a más, pues la primera y segunda salas se sostienen casi exclusivamente con fotos de gran formato, reproducidas con esmero; sólo de manera ocasional alguna rara carta colorida o imágenes originales e intervenidas, al gusto de James. La tercera y última salas, en cambio, son pródigas. Ahí el guión y la museografía coinciden con los espacios más atractivos: la doble altura, la columna foliada y el balcón interior. En esos sitios pueden admirarse una pequeña misiva de Salvador Dalí, libros originales, Escena ritual fantástica (óleo que se dice pintaron Edward James y Leonora Carrington), un conjunto de moldes y cimbras, testimonios de época bien empalmados con los atuendos de James, tapices que remiten Monkton House (la casa que James, Dalí y Christopher Nicholson transformaron en surrealista), tapetes de pintura epóxica que evocan los pies de Tilly Losch (su efímera esposa) y una serie de fotos del proceso constructivo de la arquitectura y escultura del singular artífice, que levantó todo ese mundo de la mano del carpintero José Aguilar, quien también se merecía ser ahí recordado con afecto.
Los acervos del museo son tan amplios que se tiene pensado renovar lo exhibido de modo periódico. Así que, a partir de ahora, quien visite Xilitla podrá recorrerlo con la seguridad de que siempre encontrará algo sorprendente.