Para mí, el premio Formentor es ante todo una imagen. Una fotografía, tomada antes de la segunda guerra, que muestra a Keyserling apoyado en su bastón de ébano hablando con Josep Maria de Sagarra, que a su vez se apoya en su bastón de montaña. Keyserling lleva un amplio sombrero, Sagarra una gorra. Olas, de Keyserling, fue tan importante para mí como la gran obra Thalassa, de Ferenczi. Prefiero con creces el título alemán de Keyserling, tan sencillo, Wellen. Mi última novela, El amor El mar, emana de estos dos libros… Keyserling era amigo de Busoni. En plena Primera Guerra Mundial, se quedó ciego del mismo modo que Fauré, que se quedó sordo al mismo tiempo y compuso sus más bellos Nocturnos. Y para nosotros la guerra, más guerra, siempre la guerra, por la que vagamos ciegos y sordos.
El Premio Formentor es también un premio de lenguas romances, es decir, post romanas, es decir, un poco grecolatinas. Este punto me conmueve especialmente. Son tantas las lenguas ancestrales que atraviesan la lengua que utilizo. He traducido tanto como he creado. No puedo separar estas dos actividades. Es toda la herencia que relaboro, que intento comprender.
Para mí, por último, este premio no es sólo la recompensa por una obra. Es un ejercicio espiritual que está siendo reconocido. Se ha percibido y reconocido una manera de vivir –algo extrema, salvaje y libresca a la vez, apartada de todos, sin un día festivo desde hace más de 50 años. Gracias.
* Este texto fue escrito por Pascal Quignard para agradecer la concesión del Premio Formentor 2023