Ravelo y Ramírez de Aguilar los reporteros de la nota roja y el jazz en el cine mexicano
Rafael Aviña
En el ocaso de los años cincuenta, la estación de radio XEW transmitía El que la hace la paga, dramatizaciones que contaban con la asesoría y la voz del comandante policíaco Luís E. Pérez, donde se relataban casos extraídos de los archivos de la nota roja mexicana y mundial. El crimen se trastocaba en tópico cotidiano y doméstico, y los archivos periodísticos y el trabajo del reportero adquirían fuerte relevancia. Los años sesenta revaloraron la nota roja periodística en la que homicidio, crimen, drogas, chantaje y poder eran reflejo oblicuo de una ciudad violenta y corrupta. Las fórmulas del cine de suspenso policial sumaba al personaje del reportero y/o el periodista investigador con dotes detectivescas, así como a las redacciones de los periódicos, escenario fundamental de esas tramas de bajo presupuesto, con actores emergentes que intentaban obtener la gloria heredada del llamado cine mexicano de la época oro, ya en franco declive.
Los pasos periodísticos del detective
A finales de abril de 1960, un mes antes de los asesinatos reales de los actores Ramón Gay y Agustín de Anda, iniciaba el rodaje de la película de suspenso En busca de la muerte (1960), de Zacarías Gómez Urquiza, escrita por los periodistas Alberto Ramírez de Aguilar y Carlos Ravelo, quienes habían debutado como argumentistas y productores un año antes, con el thriller Siguiendo pistas (1959), dirigida por el mismo director y protagonizada por Armando Silvestre en el papel del reportero Fernando Morán. Esta fue la primera de las diez producciones de Delta Films, creada por Ravelo y Ramírez de Aguilar, quienes en paralelo a su aventura cinematográfica reporteaban y escribían para la fuente policíaca del diario Excélsior; el propio Ramírez de Aguilar era el titular de la columna homónima Siguiendo pistas. La película estaba lejos de ser una obra clave de nuestro cine; no obstante, apostaba por un atractivo realismo cotidiano.
Más relevante aún, además de la incursión fílmica de un par de periodistas célebres, fue la instauración de dos modelos que tendrían su mayor cresta en esa misma década: el periodista como personaje cinematográfico, esencialmente el dedicado a la página policíaca o nota roja, y el advenimiento del jazz mexicano y sus mejores intérpretes en la pantalla, como infalible e inquietante atmósfera sonora, cuyos sonidos atemporales, ambientes musicales tendientes al claroscuro, improvisación permanente y sus rompimientos y síncopas, se adecuaban a aquellos relatos de una urbe enrarecida donde la noche y sus turbios garitos ejercían una hipnótica fascinación en el público y argumentistas.
Por órdenes de su jefa (la bella Lilia del Valle), dueña de una casa de juego, dos de sus secuaces asaltan a un acaudalado ingeniero que gana una partida. El asunto se sale de control y uno de ellos (un joven Sergio Bustamante) lo asesina y un licenciado corrupto le ofrece protección si elimina a Quevedo, socio suyo. La policía está en ceros, pero el reportero Fernando Morán intuye que ambos eventos están ligados y toma el caso, ya que el director del periódico era íntimo amigo suyo. En vista que desde su columna Siguiendo pistas Morán se acerca a los responsables, éstos lo acribillan y dan por muerto, pero Morán se recupera y asiste al garito, seguido por Yolanda (Ariadne Welter), hija de Quevedo, quien da aviso a la policía. Ravelo y Ramírez de Aguilar eligieron una suerte de curioso metaverso al incluir la columna periodística verdadera del segundo en una trama truculenta, resuelta en un entretenido thriller, serie B.
Por supuesto, lo más destacado era el sesgado ambiente reporteril prácticamente invisible en nuestro cine hasta ese momento y, sobre todo, la afortunada presencia de otro fenómeno notable, tan impalpable como clandestino: el jazz nacional, que iniciaba una escalada en el ambiente cultural del México de entonces, como lo muestra el nacimiento del serial Panorama del jazz en Radio UNAM, a cargo del futuro cineasta Juan López Moctezuma el 31 de diciembre de 1959. En Siguiendo pistas, además de la música incidental del talentoso Sergio Guerrero, se incluía la presencia de jazzistas como Mario Patrón, compositor y pianista, Richard Lemus en la batería, Héctor Hallal el Árabe en el saxofón, el gran trompetista Cecilio Chilo Morán; Cuco Valtierra, saxofonista y arreglista; Juan Ravelo, sax y trompeta, y José Solís, trompeta y corno francés. También tiene lugar aquel año el Primer Festival Nacional de Jazz, promovido por el periodista José Luis Durán.
Aquellos jazzistas y otros igual de imprescindibles como Tino Contreras, Leo Carrillo, Tommy Rodríguez, Tony Adame, Al Zúñiga, Humberto Cané, Mario Contreras o Ramón Hernández, habían figurado pocos años atrás en la pantalla, como extras incidentales, animando bailes y coreografías de un puñado de relatos centrados en los periplos de jóvenes rocanroleros descarriados y proclives a todo tipo de reprimendas morales, así como de dramas y comedias plagadas de números musicales. Fue justo ese cine policial en decadencia con protagonistas reporteros, el responsable de abrir una puerta trasera para descubrir aquel intrigante género musical y sus inusuales melodías, que evocaban extrañas y melancólicas atmósferas.
Los pasos detectivescos del reportero
La segunda cinta de Ravelo y Ramírez de Aguilar, En busca de la muerte, iniciaba con imágenes del bosque de Chapultepec: ahí, un hombre yace muerto en el interior de su automóvil, hasta que es descubierto por unos niños. Morán inicia las pesquisas del crimen de un empresario que arrancan en Avenida Insurgentes Sur 924, noveno piso, donde vive la sensual viuda que encarna Lilia del Valle, la principal sospechosa, quien le pide tiempo para demostrar su inocencia. Eso lleva a Morán, reportero-detective seductor al estilo de los duros del cine negro de Hollywood, a indagar en la vida íntima de toda una serie de personajes sospechosos, con la presencia de otros jazzistas como Willie y Freddie Guzmán y Jesús Hernández.
Más sugestiva resultó La noche del jueves, también de 1960, del mismo Gómez Urquiza con argumento y producción de Ravelo y Ramírez de Aguilar. Un jueves por la noche, cuatro hombres asaltan un banco. El cuarteto está integrado por Miguel (Sergio Jurado), joven que ama la buena vida, Pancho, padre de Anita (Nora Veryán) y experimentado expresidiario que encarna David Silva, Julio (Enrique Lucero), enfermo del corazón y Alejandro (Alejandro Parodi), un muchacho amargado por el abandono de su mujer, en una cinta policíaca al estilo de los personajes derrotados y sin redención del perturbador cine negro, en una urbe caótica y sin esperanza, con la presencia de Aurora Molina y la bellísima Norma Angélica, que se suicidaría un par de años más tarde.
Juventudes revolucionarias y ociosas
Por su parte, Los falsos héroes (1961), de Carlos Toussaint, también con argumento de Ravelo y Ramírez de Aguilar, inspirados en la novela homónima de este último, implicaba drogas, criminalidad y jóvenes inconformes e impulsivos. La visión de una juventud hedonista, irresponsable y ociosa, y de adultos corruptos y cínicos, era amarga sin duda. No obstante, el retrato de esos juniors adinerados sumergidos en espirales de violencia y tráfico de estupefacientes, al igual que la representación de la mujer mayor y pudiente (Evangelina Elizondo) que seducía al muchacho pobre de padre alcohólico que encarnaba Alfonso Mejía, estaba cada vez más lejos de un cine negro crepuscular y, en cambio, más cerca de la imagen melodramática y moralista que el cine hacía
de los jóvenes universitarios de ese momento, como lo mostraban La edad de la tentación (Alejandro Galindo, 1958), Juventud rebelde/Jóvenes y rebeldes (Julián Soler, 1961) o La edad de la violencia (Julián Soler, 1963). Todo estaba matizado por el jazz, música capaz de evocar ambiguas demarcaciones mentales en fuga permanente y escenarios subyacentes de violencia, inseguridad y amenaza, a través de sus compases tenaces e inclementes.
Alberto Ramírez de Aguilar ingresó al periodismo en 1947 en Últimas Noticias de Excélsior. Dejó el cine hacia 1965, cuando fue nombrado director de la segunda edición de Últimas Noticias y más tarde subdirector y gerente general de Excélsior. Murió en 1970, en circunstancias extrañas no aclaradas. Carlos Ravelo falleció en 2022; de joven fue aprendiz de herrero, encuadernador, chofer de camión de refrescos y farmacéutico. Se inició como ayudante de redacción en Excélsior en 1947 y ejerció el periodismo a lo largo de setenta y cinco años. La incursión de ambos en la pantalla incluye además El fusilamiento, Me dicen el consentido, El beso de ultratumba, Este amor sí es amor, Furia en el Edén y Alazán y enamorado –en las dos últimas sólo como productores.