En enero de 1931, Zinaida obtuvo una visa para iniciar un tratamiento en el extranjero y llegó a Prinkipo, Turquía, donde Trotsky se encontraba exiliado. Tenía consigo al pequeño Sieva, pero dejaba atrás a Platón y a su otra hija, Aleksandra. Abrumada por la muerte de su hermana Nina, a quien había atendido estando ella misma enferma, Zinaida viajó a Berlín, para curarse. Sieva se quedó con Trotsky y Natalia Sedova, su segunda esposa, de manera que no pudo alcanzar a su madre sino hasta finales de 1932. Aterrada por el nazismo y carcomida por la enfermedad, Zina se quitó la vida con el gas el 5 de enero de 1933.
Entonces, Sieva, de 7 años, quedó a cargo de Lev Sedov –nacido en 1905, hijo de Trotsky y de Natalia– quien lo llevó a París, donde vivía y dirigía el movimiento trotskista. Sin embargo, en 1938, Sedov perdió la vida a raíz de una operación de apendicitis, aunque con toda seguridad fue envenenado por agentes de Stalin.
Detenida en 1935 por la policía secreta (GPU), la abuela Aleksandra fue vista por última vez en un campo de trabajo de Kolymá en 1937. De Volina se perdieron los rastros en las purgas, así como de Alexandra Volkov, la hermana de Sieva. Platón fue fusilado en 1938.
La odisea de Sieva no terminaba aún. Según él mismo me contó, vivió algún tiempo en París a cargo de Dina Vierny (Dina Aïbinder, 1919-2009), coleccionista, galerista y musa del escultor Aristide Maillol, además de militante trotskista y en algún momento amante de Vlady, el hijo de Víctor Serge.
En 1939, Marguerite Thevenet y Alfred Rosmer, viejos militantes obreros y amigos de Trotsky, llevaron a Sieva a México, al término de una larga batalla judicial entre Trotsky y Jeanne Martin des Pallières, la viuda de Sedov, para la obtención de su custodia. Sieva tenía entonces 13 años. En mayo de 1940 fue herido durante el atentado de Siqueiros a Trotsky; conoció al que sería, finalmente, el asesino, creyéndolo un camarada
y en agosto vio cómo mataron a su abuelo.
Los siguientes 83 años, Sieva los vivió en México de manera relativamente tranquila, cuidando la memoria del abuelo y contribuyendo a crear instituciones como el Museo Casa León Trotsky, consagrado a la memoria del revolucionario ruso. Emprendió asimismo una carrera científica, se casó y procreó a cuatro hijas, todas mujeres brillantes. Y lo más importante: nunca perdió la esperanza en la posibilidad de construir un mundo mejor.
La vida de Sieva simboliza la tragedia de una revolución que se devora a sí misma. Se podría decir que con él muere –ahora sí– el siglo XX con sus utopías y sus pesadillas; pero, al mismo tiempo, con su personalidad suave y también con su terquedad, Sieva simboliza el humanismo revolucionario que nunca muere. Nunca olvidaré sus ojos azules, su camaradería y el honor que me hacía al invitarme a mí, anarquista de toda la vida, a sus cumpleaños que celebrábamos en un restaurante ruso del sur de la Ciudad de México.
Sobre la vida de Sieva hay que señalar el documental de Adolfo García Videla, Mis memorias con Trotsky: Entrevista a Esteban Volkov, que se presentó en el plantel Centro Histórico de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México el 20 de agosto de 2013. Fiel a sí mismo, Volkov señaló en esa ocasión que el capitalismo ha llegado a un nivel de explotación, de destrucción del planeta; el marxismo es una de las opciones que existen. Ojalá hubiera otras ideologías, otros métodos que nos pudieran dar una solución para salir de este infierno en el que está viviendo gran parte de la población
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