De Macondo a Comala: El baile amoroso entre México y Colombia
Bien se sabe de la naturaleza plural de la revista Blanco Móvil, que cumple treinta y ocho años este 2023 y que, para gracia del lector, puede encontrar la hemeroteca completa en línea. El nuevo número impreso (155-156), porque es importante decir que sigue imprimiéndose, lleva por título México-Colombia, entre la tragedia y la esperanza que aborda desde la historia, la narrativa y la poesía esa intrincada relación entre ambas naciones.
Hay una correspondencia cercana entre corrientes en esta ruta. El realismo mágico, por una parte, y de lado subterráneo y poético, el infrarrealismo y el nadaísmo. Ese puente entre dos nadas es también una relación cultural y económica, legal e ilegal. El narcotráfico y la cumbia, ballenato y café. Como si desde el realismo mágico, aquellos que reescribieron el canon del Abya Yala hubieran roto una brecha con el surrealismo europeo y la era que le sucede fuera una nata cósmica de la hermandad que dejó el devenir de las revoluciones bolivarianas, las batallas independentistas y la descolonización de los territorios imaginarios.
Los cultivos del sueño no están tan lejanos de esa ruta donde lo narcótico es también un ejercicio de la tierra. Una economía perseguida y a la vez soporte y dinamita para atravesar las fronteras del norte. Qué clase de literatura se ha cultivado desde las selvas rebeldes. Desde el Macondo de Gabriel García Márquez hasta la Comala de Juan Rulfo, en la búsqueda del sentido, el sema, el padre, la pasión, esa paternidad extraviada entre los campos de batalla.
En la introducción al número, Eduardo Mosches, director fundador de la revista, habla de ese despedazamiento, esa pobreza, la insurgencia campesina, los Nadies, la cumbia norteña, recuerda un verso “como si el ruido del cráneo en las fosas se pareciera al silencio” y critica ese aparato de justicia “tortugamente burocrático” que sólo sirve a un lado de la sociedad.
Resuenan los versos de Robinson Quintero: “Como peones a la orden del más severo señor” y de Horacio Benavides, “yo que iba para la fiesta había comprado estos zapatos blancos y la sangre de mi hermano ha salpicado la manga de mi pantalón”, a lo que parece agregar Dolores Castro en su poema “La sangre derramada”: “al borde del camino lo encontramos, el mismo pantalón, la blusa blanca, sobre su espalda amapola de sangre” y cierra con “aún aúlla en el aire, aúlla”.
Este es un número de reconocimiento. Dos naciones que se dan identidad, a través de mirarse su rostro. Ver a México desde los ojos de un colombiano que ha vivido toda su vida en México, el fotógrafo Rodrigo Moya, es la recuperación de una secreta memoria que está presente en el aspecto gráfico que hilvana esa doble
identidad.
Josefina Estrada, en su diario de Bogotá, da un retrato atroz de las mujeres en el presidio, donde el abuso es el pan de cada día: “así, va pasando de mano en mano, ultrajada, humillada”. Y con ese horror “sonriente”, del que habla Rilke en su tercera elegía, José Ángel Leyva cierra su texto “Lo bello y lo terrible en esta casa”.
Aunque la realidad es dura, el enamoramiento entre las dos literaturas pesa para hacer de esta curaduría también un número amoroso, cuando Fabio Jurado Valencia referencia que “en 1698, sin conocer México, el poeta neogranadino Francisco Álvarez de Velasco se asombra con la lectura de Inundación Castálida, de Sor Juana, y enloquece de amor por aquella mujer cuya poesía lo transforma de escritor latinista a conceptista; su exagerado amor le hace sentir que ella es más que México, si bien es el México novohispano, con sus acervos culturales, el que habla en la poesía de Sor Juana”.
O en la entrevista postergada de Marco Antonio Campos a “Escalona”, que refiere en su texto cuando visita Colombia para ser jurado para un intercambio de residencias. Pareciera escucharse en la noche que de tan alta, junta y divide a las dos naciones, el “alto ahí, quién va”, de Jaime Londoño, porque la literatura ha sido este puente, pero también un velo de misterio.
Al cierre de la revista, Armando Romero dice bien sobre Álvaro Mutis, colombiano avecinado en México: “Mutis es el reaccionario que al voltear la cabeza ante el devenir no cae en el éxtasis de lo religioso, como Solyenitizin. Tal vez como Quevedo, escéptico, sabe que en el futuro no
hay sino descomposición y polvo […] Y si hoy lo vemos como un renovador de la poesía colombiana, como una de las más altas voces de América, es por esa calidad intrínseca al arte que no respeta las buenas intenciones de progreso sino la verdad de la palabra.”
Rojo sobre blanco y negro y un tono de azul. Aunque el blanco resalta (como la paz) entre todo ese ruido, el amor entre los que resisten pesa más que la sangre derramada. Y a la vez no podemos evitar reconocer que, pese a todo, siguen siendo los protagonistas de esta historia, como lo dijera Rocío García Rey, el Terror y la Violencia.