Negritud y voz poética del Caribe

Nicolás Guillén negritud y voz poética del Caribe

Xabier F. Coronado

‘Motivos de son’, ‘Sóngoro cosongo’ y ‘Cantos para soldados y sones para turistas’, entre muchos más libros a lo largo de su vida, hicieron del poeta, ensayista y activista comprometido cubano Nicolás Guillén (1902-1989), con justificadísima razón, una figura fundamental en la literatura del Caribe y de Hispanoamérica. Iniciador de la negritud, alguna vez afirmó al aparecer uno de sus libros: “No ignoro que estos versos les repugnan a muchas personas porque ellos tratan de asuntos de los negros y del pueblo. No me importa. O, mejor dicho, me alegra.”

 

Los pueblos no occidentales, lejos de amenazar a la cultura occidental, le ofrecen las posibilidades de una auténtica universalización.

Nicolás Guillén.

 

Hay ocasiones en que los especialistas no se ponen de acuerdo para denominar un movimiento literario. Así sucede con la corriente poética identitaria aparecida a comienzos del siglo pasado en tierras del Caribe. En su mayoría, los términos utilizados para mencionarla giran alrededor del color de la piel de la cultura que representan: poesía negra, negrista, negroide, mulata, negrismo o negritud, que parecen inadecuados por su carga racista. Al tratarse de una poesía inspirada en aspectos socioculturales de la población de origen africano del mar Caribe, en el presente ensayo se opta
por denominarla poesía de raíz afrocaribeña.

Por otra parte, también se va a manejar el vocablo “negritud” –entendiendo por tal el conjunto de valores culturales y espirituales de origen africano (drae)–, por estimarlo el más aceptable entre los utilizados. Dicho término fue adoptado por el poeta y político antillano Aimé Césaire en su intento de encontrar un nombre adecuado para denominar la cultura afroamericana: “La negritud es el simple reconocimiento del hecho de ser negros, y la aceptación de nuestro destino como negros, de nuestra historia y de nuestra cultura.” (L’étudiant noir, 1935.)

 

Poesía afrocaribeña

 

No hay objetos sin sujetos, y no hay tradición si no hay intérpretes.

Jaime Siles

 

La cultura caribeña procede de un mestizaje múltiple entre los invasores europeos, el pueblo taíno originario –desaparecido al consumarse el primer genocidio en el llamado Nuevo Mundo– y los africanos deportados a América, la llamada tercera raíz. La herencia cultural del mestizaje se manifiesta tanto en aspectos sociales como artísticos, es el bagaje de la raza cósmica, como la denominó José Vasconcelos.

La literatura de raíz afrocaribeña surge cuando comienzan a aparecer intérpretes que dan voz a las tradiciones conservadas durante más de cuatrocientos años por un pueblo maltratado. Para algunos, este surgimiento fue consecuencia de la atracción hacia las culturas originarias que se puso de moda entre las vanguardias artísticas occidentales a comienzos del siglo xx, el llamado “primitivismo”. Pero la causa principal de este movimiento hay que buscarla en la germinación de una semilla latente que, a través de la poesía, levantó su voz para reivindicar la importancia de la herencia africana en el mestizaje de los pueblos del Caribe.

Los escritores de raíz afrocaribeña tratan de poner su cultura en el lugar que le corresponde para intentar contrarrestar los efectos de la marginación continuada, entre ellos la humillación y el sentimiento de vergüenza transmitido durante generaciones. La voz poética afrocaribeña se origina como reacción al violento desarraigo y a las condiciones traumáticas de vida que se impusieron a los esclavos africanos. Un grito de añoranza por la tierra perdida y de rebeldía contra la injusta situación normalizada en su contra.

A lo largo de la historia, su manera de expresarse fue evolucionando desde los coros de trabajo y los cantos religiosos, hasta los poemas que brotan de su sentir más sutil y profundo en las primeras décadas del siglo xx. Un enraizado y extenso “son”, melódico y profundo, rítmico y bailable, que brota como rama poética de la vanguardia literaria. A partir de entonces, el canto de la tercera raíz madura, ya no es coreado exclusivamente por autores de origen africano y entre todos dan vida a una poesía común, consolidada en el ritmo y la musicalidad.

La literatura afrocaribeña fructifica como voz poética y musical, plena de ritmos acentuados por la utilización de recursos literarios –aliteración fonética, onomatopeya, jitanjáfora– para conseguir versos de sonido propio. Palabras y matices que ensalzan las costumbres de raíz africana con el objetivo de respaldar su integración social y política. La voz lírica de la negritud utiliza palabras, imágenes y sonidos que rescatan los ambientes de su entorno cotidiano.

Los escritores más representativos de este movimiento literario son los cubanos José Manuel Poveda, José Zacarías Tallet, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Emilio Ballagas y Marcelino Arozarena; el poeta puertorriqueño Luis Palés Matos y el dominicano Manuel del Cabral; así como los autores del caribe peninsular venezolano y colombiano, Andrés Eloy Blanco y Jorge Artel. Todos ellos forjadores de una corriente poética que se armonizó como melodía profunda y humana, solidaria con todos los pueblos explotados. Un canto que aún se mantiene presente entre los escritores actuales del área del Caribe.

 

Nicolás Guillén: obra poética

Nada hay en este bajo mundo –ni aun la poesía– que esté libre de las circunstancias en que se produce.

Nicolás Guillén

 

El canto poético del Caribe resonó gracias a ese orfeón de autores que mostraron el resultado de cuatro siglos de lucha y adaptación. Entre ellos destaca la voz del escritor y activista cubano Nicolás Guillén, principal representante de la poesía afrocaribeña. Los fundamentos de su poesía se encuentran en José Martí, que también le trasmitió el ideal de conseguir que los diferentes pueblos de Iberoamérica se sintieran pertenecientes a una gran patria mestiza: “Oculto en mi pecho bravo/ la pena que me lo hiere:/ el hijo de un pueblo esclavo/ vive por él, calla y muere./ Todo es hermoso y constante/ todo es música y razón/ y todo, como el diamante,/ antes que luz es carbón.” (Versos sencillos, 1891.)

En abril de 1930, Nicolas Guillén irrumpió en el ámbito literario cubano cuando el Diario de la Marina de La Habana publicó los poemas que conforman Motivos de son. Esta muestra de su trabajo se amplió con la aparición, en el mes de julio, de otras dos poemas en el mismo periódico y, poco después, con la publicación del libro Sóngoro cosongo (1931). El poeta, al presentar sus poemas, manifestó: “No ignoro que estos versos les repugnan a muchas personas porque ellos tratan de asuntos de los negros y del pueblo. No me importa. O, mejor dicho, me alegra.”

Los versos de Nicolás Guillén rompen de forma drástica con los temas habituales de la poesía en boga, aún heredera del romanticismo y el modernismo. Sus poemas trasgreden los cánones y paradigmas establecidos para mostrar que tanto la “mulata mora morena” como el “negro bembón”, al igual que Ochún y Changó, son protagonistas por derecho propio de una poética renovada que cambia los habituales escenarios por cañaverales, haciendas y calles. A través de versos iluminados de sombras –donde el son, la rumba y los tambores suenan rebosantes de ritmo y sensualidad– el poeta trasmite la necesidad de cambiar la encorsetada visión de una parte de la sociedad por la realidad cotidiana de un pueblo que quiere vivir en un país que pertenezca a todos por igual: “Por lo pronto, el espíritu de Cuba es mestizo. Y del espíritu hacia la piel nos vendrá el color definitivo. Algún día se dirá: ‘color cubano’ […] estos son unos versos mulatos. Participan acaso de los mismos elementos que entran en la composición étnica de Cuba.” (Nicolás Guillén.)

Una poesía que se basa en el reconocimiento del bagaje personal y colectivo, como se refleja en los poemas de West Indies, Ltd. (1934): “Dice Jamaica/ que ella está contenta de ser negra/ y Cuba ya sabe que es mulata.” (“Palabras en el trópico”); “ansia negra y ansia blanca,/ los dos del mismo tamaño,/ gritan, sueñan, lloran, cantan” (“Balada de los dos abuelos”). En su siguiente trabajo, Cantos para soldados y sones para turistas (1937), los poemas de Nicolás Guillén se hacen más políticos para impulsar la formación de un nacionalismo caribeño y latinoamericano: “la sangre que te lleva en su corriente/ es la misma en Bolivia, en Guatemala,/ en Brasil, en Haití… Tierras oscuras,/ tierras de alambre para vuelo y ala,/ quemadas por iguales calenturas,/ secas a golpes de puñal y bala”…

A partir de 1937, Guillén dirige la revista literaria Mediodía y, ese mismo año viaja a México para asistir al congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios donde se relaciona, entre otros, con Octavio Paz, José Mancisidor, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Un factor determinante de la evolución política de Nicolás Guillén fue su compromiso con la lucha antifascista en el marco de la Guerra Civil española. En México publica su trabajo España. Poema en cuatro angustias y una esperanza y se traslada a Europa para asistir al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, encuentro que se celebra en tres ciudades españolas (Valencia, Madrid y Barcelona) y se clausura en París el 17 de julio.

El poeta cubano participa activamente en los debates y estrecha lazos de amistad con muchos de los escritores asistentes. Se presenta como emisario de la América mestiza de Martí: “un negro cubano que es también español, porque junto con los signos infamantes del siervo recibió y asimiló los elementos de esa cultura, mucho más parcos, desde luego, que los azotes del amo, pero que han ido acaudalándose hasta culminar a veces en tipos de poderosa y recia formación…”

Lo acontecido durante el citado congreso deja abundantes testimonios; el propio Guillén envía crónicas a la revista Mediodía y el poeta cubano Juan Marinello escribe “Apuntes sobre un congreso emocionado”, donde manifiesta: “En esta ocasión la gente letrada, tan hecha a las actitudes exclusivas, ha coincidido con la actitud de todo un pueblo: los escritores de todos los rumbos han dicho su lealtad a la España popular.” Posteriormente Nicolás Guillén regresa a Cuba acompañado por el poeta León Felipe. La experiencia vivida en Europa es reconocida por el poeta como uno de los acontecimientos más importantes de su vida y tiene marcada influencia en su obra.

En esa época Guillén entra a militar en el Partido Comunista y vive los siguientes años en un exilio intermitente. En 1946 realiza un periplo por distintos países latinoamericanos que le permite establecer nuevos contactos y renovar su amistad con escritores españoles en el exilio. Durante sus viajes solía presentar una serie de conferencias, entre ellas la titulada “Tres muertes españolas”, donde evocaba a los poetas Antonio Machado, Lorca y Miguel Hernández, víctimas de la Guerra Civil.

En 1958, meses antes de la Revolución Cubana, se publica en Buenos Aires La paloma de vuelo popular (“Por el largo camino/ regreso al azar,/ con un jarro de vino/ y un trozo de pan”) y, tras el triunfo revolucionario, Nicolás Guillén vuelve a Cuba para incorporarse a la nueva realidad que se vive en la isla. Allí es nombrado presidente de la Unión de Escritores y Artistas, cargo que ocupará hasta el final de su vida, y elegido diputado de la Asamblea Nacional. Al comprometerse con el movimiento político y social que transforma su país, la poesía de Guillén entra en una nueva etapa que se refleja en el libro Tengo (1964), donde expresa lo que la revolución significa para Cuba y Latinoamérica.

Al mismo tiempo ahonda en temas más personales (Poemas de amor, 1964) y, con la aparición de El gran zoo (1967), su camino literario recorre espacios inciertos que traslucen su momento vivencial como hombre político y poeta en busca de una continuidad que le lleve a la culminación de su obra. Como muestra de esa búsqueda se suceden libros donde se materializan inquietudes renovadas y sentimientos filosóficos. También se publican recopilaciones de sus artículos y crónicas (Prosa de prisa, 1962), la Nueva antología mayor (1979), y la totalidad de su Obra poética (1981). En 1983, como reconocimiento a su trabajo, le conceden en el Premio Nacional de Literatura.

En 1989, en La Habana, Nicolás Guillén fallece tras una larga enfermedad. Con su desaparición enmudece el poeta que con más fidelidad había entonado la voz del mestizaje. Muchos de sus poemas han sido musicalizados; entre ellos, “La Muralla”, por el grupo Quilapayún, y “Sensemayá”, que el compositor mexicano Silvestre Revueltas, después de escucharlo recitado por el propio Nicolás Guillén, convirtió en poema sinfónico.

 

Música, poesía e integración

 

Usted habla de color cubano. Llegaremos al color humano, universal o integral.

Miguel de Unamuno: Carta a Nicolás Guillén (1932)

 

Al introducir cadencias y utilizar recursos literarios con estilo propio, la obra poética de Nicolás Guillén encuadra el son en la literatura y transforma la lírica española dotándola de una nueva musicalidad. El son nace después de la llegada de los esclavos africanos a las Antillas y, tras desarrollarse durante cientos de años, alcanza su máxima resonancia en el siglo xix. La palabra “son” se utiliza desde entonces para designar la música popular bailable, “que afecta agradablemente al oído” (drae). Alejo Carpentier, escritor y musicólogo cubano, afirma que el son “es uno de los más ricos frutos del folklore musical que puedan imaginarse. Lo prodigioso de esa música estriba en que es esencialmente ‘polirrítmica’ (Temas de la lira y del bongó. 1994).

En los poemas de Nicolás Guillén el son se materializa en versos polimétricos de pie quebrado, rima irregular de sílabas cambiantes y acentuación con efectos musicales. El poeta configura la estructura de sus poemas de forma novedosa y, para marcar la métrica y el ritmo de los versos, utiliza palabras con sonidos de acento labial (mb/mp/nd/…) vinculadas con la resonancia de las lenguas africanas. Guillén coincide con otros poetas afrocaribeños, sobre todo con Palés Matos y Ballagas, en que introduce vocablos apócrifos para conseguir ese efecto fonético.

Los poemas de Nicolás Guillén se asemejan a composiciones musicales, usa con frecuencia onomatopeyas de sonidos instrumentales e incluye el lenguaje coloquial, lo que acentúa su carácter popular. Una poesía étnica que asume la oralidad de sus antepasados, ocupa un espacio vacío dentro de la literatura para llenarlo de versos que cantan con el ritmo del mestizaje y, así, recuperar tanto su sentir como su lenguaje. En sus poemas, la voz de la negritud se levanta ante la sociedad cubana para mostrarse como es y expresar su deseo de reconocimiento e integración, sin vergüenzas ni marginaciones. Los ya legendarios poemas de Motivos de son Sóngoro cosongo cantan con desenvoltura para transmitir el anhelado sueño de la “Cuba mulata”: resolver el conflicto cultural y buscar la unión de la diversidad impuesta por la historia.

Un propósito que el poeta reafirmaba al final de su vida al recordar sus primeros libros: “Les era imposible entender que yo no venía a crear una discriminación más, que no se trataba de una poesía negra frente a una poesía blanca, sino de la búsqueda de una poesía nacional, mediante la expresión artística de todo el proceso social cubano, desde la llegada de los primeros esclavos africanos hasta nuestros días, su lenta fusión no sólo física sino espiritual.”

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