Sobre cultura femenina Rosario Castellanos, filósofa de la vida
Blanca Athié
I
Rosario Castellanos fue una mujer que tenía muy clara su vocación: “Voy a matarme de trabajo pero voy a ser escritora”, escribió en una carta fechada el 28 de julio de 1950 dirigida al filósofo Ricardo Guerra, con quien se casaría y procrearía a su hijo Gabriel. En esa línea aparentemente simple se trasluce una mujer consciente de su realidad y el magnánimo esfuerzo que estaba dispuesta a hacer en búsqueda de un deseo cardinal. José Emilio Pacheco llegó a definirla así: “Nadie en este país tuvo, en su momento, una conciencia tan clara de lo que significa la doble condición de ser mujer y ser mexicana, ni hizo de esta conciencia la materia prima de su obra, la línea central de su trabajo.”
Símbolo del feminismo, la autora que nos ocupa cultivó poesía, cuento, novela, ensayo y teatro, además de reflejar un México profundamente multicultural en su trilogía indigenista Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas, desde luego influenciada por su natal Chiapas, donde llegaría a dirigir el Instituto Chiapaneco de Ciencias y Artes.
Aunque en la literatura puede encontrarse su mayor producción, la filosofía va a delimitar su forma de vida. A sus veinticinco años ya se cuestiona: “¿Existe una cultura femenina?”, lo que la llevó a desarrollar su tesis para obtener el grado de Maestra en Filosofía. En ésta recorre los pensamientos más misóginos, androcéntricos, antropocéntricos, racistas y patriarcales, porque de forma milenaria la filosofía ha sido eso: un espacio patriarcalmente privilegiado para el pensamiento. “En primer lugar me está vedada una actitud: la de sentirme ofendida por los defectos que esos señores a quienes he leído y citado acumulan sobre el sexo al que pertenezco”, expone en la ya citada tesis.
Fue también conocida por su desarrollada mística. No sólo su devoción por Santa Teresa y San Agustín (el mismo San Agustín que marcó la filosofía de Hannah Arendt e Ikram Antaki), sino una marcada mística moderna fruto de su época y de sus lecturas contemporáneas, de la que cabe resaltar el caso de Simone Weil, filósofa y mística francesa que Castellanos llegó a citar en el prólogo de Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos: “la luz de la razón ilumina hasta los más tenebrosos abismos del instinto, e intenta reducir a su imperio lo que por antonomasia se consideraba irreductible a él: las pasiones […] ¿Frialdad? No, distancia. Esa distancia que según Simone Weill es el alma de lo bello.”
Puede intuirse a una Rosario en busca de su propia filosofía y vocación espiritual. Una filosofía que si bien se antoja existencial, también se expone equilibrada y compasiva, y como en el caso de Weil, en búsqueda de sus propios autoexilios y el inherente contacto con los desfavorecidos. Tanto la filósofa francesa como Castellanos veían en los autoexilios una forma de matar la monotonía que hace insoportable la existencia, pero también porque éstos implican una forma de revelación ante el dolor consciente y la belleza (propia y ajena). En esta lista de filósofas del exilio podemos ubicar también a Hannah Arendt y María Zambrano.
Aunque para Weil ese anarquismo espiritual se resume en una de sus frases: “no creer en Dios, sino amar siempre el universo como se ama una patria, aun desde la angustia del sufrimiento; ese es el camino de la fe por la vía del ateísmo” (vislumbrando el típico conflicto entre la fe y la razón que atormentaba también a filósofos como Kierkegaard o Unamuno), en Rosario justamente toma una forma más equilibrada, pues resalta en su línea de pensamiento una armonía entre intelecto y espiritualidad.
II
En Sobre cultura femenina, Rosario pretende responder qué es cultura, atravesado por el tema de los valores o la ética, hasta llegar al espíritu. Es aquí donde desnuda la creencia y la cultura no sólo androcéntrica sino antropocéntrica, ese binomio que atraviesa al patriarcado; la idea de que el hombre es superior en cualidades no sólo a la mujer sino al mundo animal y vegetal y, por ende, la cultura le pertenece.
Pero ¿se puede hablar de espíritu animal o vegetal, no sólo como algo que le pertenece al hombre? Aunque la respuesta afirmativa hoy puede resultar evidente, a Rosario lo que le interesaba más bien era comprenderse ella misma (la misma existencia humana) estableciendo una diferencia y relación con el mundo animal, y para ello propone como impulso la memoria, esperanza, supervivencia y evolución para un espíritu por la vida:
La inteligencia que no repite, sino crea, que efectúa nuevas y más difíciles síntesis, se da en animales que ya han sobrepasado cierto grado de evolución. Esta forma de conocimiento y este modo de conducta están al servicio de la vida […] es un intento de superación de estos obstáculos [la conciencia de la limitación, la temporalidad y la muerte].
Lo que Rosario expone es que si bien el intelecto está asociado con el hombre, y a su vez el espíritu discrepa con la inteligencia, las formas de conocimiento y conductas que operan ciertos animales que han rebasado lo instintivo para evolucionar, son privativas del espíritu. Pero al axioma supervivencia y evolución se le agrega otra relación clave que aparece igualmente en este cuerpo de ideas: la memoria y la esperanza:
La característica fundamental y primaria del espíritu es la memoria. La memoria representa la abolición de la barrera temporal más inmediata. Conservar el pasado y mantenerlo vivo […] es más que ninguna otra cosa, el primer rescate que pagamos a la forma más elemental de la muerte: el olvido. La supervivencia del pasado en el presente se complementa con la proyección del presente hacia el futuro, lo que equivale, para el ser espiritual que lo hace, a vivir no como el instintivo en un hit at nunc seguro, sino en un azaroso mañana compuesto de esperanza y temor que es, a la vez, acicate y freno, pero cuyo planeamiento no eludimos. El espíritu es un arco tendido hacia el futuro. Vivir espiritualmente es vivir esta tensión. Pero apuntar hacia el futuro como lo hace el espíritu y hurgar en él, es descubrir la muerte. Deberá ser también tratar de evitarla.
Un espíritu por y hacia la vida es, sin lugar a dudas, la gran aportación que hace la pensadora en torno a una ontología de la natalidad que, no obstante, en su época pasó desapercibida.
III
Esta fenomenología del nacimiento ha cobrado mucha fuerza en las últimas décadas, comenzando por Hannah Arendt, considerada la gran filósofa de la natalidad, aunque Paul Ricoeur y Romano Guardini serían también dos sobresalientes pensadores instalados en esta corriente, hasta llegar incluso al mismo Peter Sloterdijk.
Poner en el centro de la existencia misma la vida y sus nacimientos lleva ineludiblemente a otro acontecimiento: la co-ontología o la co-existencia afectiva; es decir, repensar el “ser-ahí” como un “ser-común” que implica ipso facto compartir la existencia con otros seres animales y vegetales, no sólo humanidad. En esto Rosario también se
adelanta:
Si el espíritu, considerado como forma de conocimiento, es la conciencia de la limitación, la temporalidad y la muerte, el espíritu, considerado como modo de conducta, es un intento de superación de estos obstáculos. La limitación advertida también como aislamiento y como soledad es combatida por
un ansia comunicativa y expansiva que pone en contacto al ser espiritual con los otros seres, un contacto que puede ser de índole cognoscitiva (conocer es dejar de ser uno mismo para ser las cosas que se conocen) o afectiva, otra manera de identificarse con lo que está más allá de uno mismo.
Castellanos lanza aquí la flecha al centro: habla de los afectos para repensar el sentido de nuestra existencia con otros seres espirituales (humanos y no humanos) en este intento de expansión, de exilio, de identificarnos e incluso llegar a comprendernos a nosotros mismos a través de esa otredad para venir al mundo de la vida. Escritora y pensadora excepcional, adelantada, que hace de la vida centro y epicentro de reflexión y escritura.