El polvo que levantan las botas de los muertos es una especie de novela que reúne un relato de cada autor
El eje del libro El polvo que levantan las botas de los muertos, escrito a cuatro manos por Luis Jorge Boone y Julián Herbert, es la violencia como sinsentido, fuerza histórica y del espíritu, así como la que se expresa en impunidad que luego se percibe como mérito.
El título editado ahora por Era reúne un relato de cada uno de los narradores para construir una especie de novela conjunta sobre la experiencia en el Saltillo de 1913 de un soldado federal y un maestro carrancista durante la segunda etapa de Revolución Mexicana.
En entrevista con La Jornada, Boone explicó que quiso contar “la concepción de la batalla como una especie de locura. Todos los números, las medallas y las historias de triunfadores llegan 10 años después, cuando muchos de los testigos ya no están en el mundo. Eso cuenta para la violencia que tenemos en el país desde hace 30 años.
El sinsentido es algo a lo que nos tenemos que enfrentar. La violencia es una fuerza histórica y también una fuerza del espíritu, y si lo niegas te va mal.
Herbert sostuvo que su cercanía con Boone tiene un hilo tenso: un carácter muy distinto. Hay muchas cosas que nos interesan a los dos, pero casi siempre llegamos a respuestas encontradas. En este libro se nota una dialéctica acerca de la fatalidad en las dos historias: para Luis Jorge está conectada con lo trascendente y una cierta metafísica y la interioridad del personaje; para mí, con las fuerzas de la historia
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Agregó que en su texto se interesó por “plantear la violencia como instrumento del poder. Para mí hay un par de temas ahí: la impunidad de güeyes que hacen, despojan terrenos y defenestran generales que son más eficientes; por otra parte, cómo su impunidad y despojos se vuelven méritos para prosperar en la vida.
Eso acaba incorporándose a una ideología y le pega directo al presidente mexicano. Sí creo en discutir esas formas de relación entre el poder y los servidores públicos, que son parte integral de la violencia internalizada por los mexicanos.
Boone recordó que esta edición retoma un proyecto realizado hace 10 años como novela colectiva con seis participantes: Graduación. Luego concordó con Herbert en que sus historias “tenían una cualidad de estar como cerradas sobre sí mismas (…) y compartían cierta visión de las historias individuales que se desarrollaban en ese periodo de la historia” y por ello la publicaron en el sello Filodecaballos.
Herbert agregó: este es un libro abierto porque es de dos autores. Hay complementariedad, que me gusta también, un momento y un lugar de flotación, que es 1913; es decir, la segunda fase de la Revolución Mexicana y el centro de Saltillo
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Añadió que “el disparador de la historia es la torre de la catedral y el palacio de gobierno, de donde sale Venustiano Carranza en la primera escena de Un día de fiebre. La distancia que hay entre una y otra son dos o tres cuadras. No nos pusimos de acuerdo porque eso pasara, las cosas se acomodaron así. El azar ocupa un lugar en el trabajo del artista.
Lo que sí hemos hecho durante décadas es conversar de lo que nos gusta: los libros que leemos, la pintura que vemos, la música que escuchamos; los cómics, nuestros hijos. De eso está impregnado el libro, aunque no sea tan obvio.
Luis Jorge Boone aseveró: “A mí no me daba tanto la investigación documental, pero sí la de imágenes. Me dediqué a buscar fotos de lugares parecidos y de cómo se veían más o menos en la época, cómo se veía por arriba, por un lado y cuál era la perspectiva a esa distancia. Lo sensorial para mí fue muy importante.
Gabriel Calzada, el personaje de Julián real, con una historia que se traza a lo largo del tiempo. Yo fui creando una especie de punto de vista medio fantasmal de mi personaje, porque él sabe que la cosa está jodida desde el principio y lo único de que da cuenta es del sinsentido en que se convierte todo enfrentamiento.