Kenzaburo Oé: escribir desde la periferia
Harry Kreisler
–Bienvenido nuevamente a Berkeley. ¿Dónde nació y creció usted?
–Nací en 1935 en una pequeña isla del archipiélago japonés. Debo destacar que el conflicto entre Estados Unidos y Japón inició cuando yo tenía seis años. Más tarde, a los diez años, vi concluir la guerra. Así que mi infancia transcurrió durante la
guerra. Pienso que esto es algo muy importante.
–¿Usted fue el primer escritor en su familia?
–Se trata de una circunstancia muy compleja. Mi familia permaneció en esa isla durante doscientos años o más. Hay muchos periodistas entre mis antepasados. Así que si hubieran decidido publicar, creo que podrían haber sido los primeros escritores. Pero por desgracia –o por suerte– no publicaron, así que yo soy el primer hombre que publicó lo que escribí; pero mi madre decía todo el tiempo que “los hombres de nuestra familia siempre están escribiendo lo mismo”.
–¿Qué libros leía cuando era joven?
–No leí muchos libros antes de los nueve años. Me fascinaban los relatos de mi abuela. Casi todo lo que ella hablaba era sobre mi familia y mi comunidad; así que para mí era suficiente. En aquella época no necesitaba ningún libro. Pero un día hubo una discusión entre mi abuela y mi madre. Mi madre se levantó muy temprano, empacó un kilo de arroz –comíamos principalmente arroz– y se fue a la pequeña ciudad de nuestra isla a través del bosque. Regresó muy tarde por la noche. Le dio una muñequita a mi hermana y unos pastelillos a mi hermano menor, y sacó dos libros de bolsillo: tomo uno, tomo dos. Encontré Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. Yo no sabía ni el nombre de Mark Twain, ni el de Tom Sawyer, tampoco el de Huckleberry Finn, pero mi madre dijo –y esta fue la primera y casi la última conversación entre mi madre y yo sobre literatura– “esta es la mejor novela para un niño o para un adulto. Así lo dijo tu padre”. (El año anterior había fallecido mi padre.) Luego agregó: “Traje estos libros para ti, pero la mujer con la que hice el trueque por el arroz me dijo: ‘Ten cuidado. El autor es estadunidense. Ahora hay guerra entre Estados Unidos y Japón. El profesor le quitará el libro a tu hijo. Dígale que si su profesor le pregunta quién es el autor, debe responder que Mark Twain es el pseudónimo de un escritor alemán.’”
–Usted se ha autodenominado escritor de la periferia. En parte se refiere a sus orígenes, pero también quiere decir algo más. Explique a qué se refiere cuando dice “soy un escritor de la periferia”.
–Nací en una pequeña isla y Japón está en la periferia de Asia. Eso es muy importante. Mis distinguidos colegas creen que Japón es el centro de Asia. Piensan –en privado– que Japón es el centro del mundo. Yo siempre digo que soy un escritor de la periferia: del distrito periférico, del Japón periférico de Asia y del país periférico de este planeta. Digo esto con orgullo. La literatura debe escribirse desde la periferia hacia el centro, y podemos criticar el centro. Nuestro credo, nuestro tema o nuestra imaginación es la de un ser humano circundante. El hombre que permanece en el centro no tiene nada que escribir. Desde la periferia podemos escribir la historia del ser humano y esta historia puede expresar la humanidad del centro; así que cuando menciono la palabra “periferia”, en realidad aludo a un credo muy importante para mí.
–En Un amor especial, usted cita a Flannery O’Connor cuando habla del hábito del novelista y de la práctica acumulada. ¿Qué significa eso?
–Para comenzar, la palabra hábito no es buena para un artista. Así que debo usar la palabra hábito precisamente según el significado que le otorgaba Flannery O’Connor. Ella obtuvo esa palabra de su maestro, Jacques Maritain. Jacques Maritain estaba en Princeton en ese momento. Creo que Flannery O’Connor nació en 1925, y poco después de la guerra mantenía conversaciones por correspondencia con su tutor, y él hablaba de la noción de Tomás de Aquino, que era una figura importante para Jacques Maritain. El hábito es el siguiente: cuando, como escritor, sigo escribiendo todos los días durante diez o treinta años, poco a poco se va moldeando en mí el hábito de escribir. No puedo ser consciente de ello. Tampoco puedo ser inconsciente. Pero, en cualquier caso, tengo el hábito de renacer como escritor. Así que si me encuentro en una crisis que no experimenté antes, puedo emerger o puedo escribir algo a través del poder del hábito. Incluso un soldado, un agricultor o un pescador pueden renacer por el poder del hábito cuando se encuentran con la mayor crisis de sus vidas. Las personas nacemos y renacemos si generamos nuestros propios hábitos como seres humanos, entonces creo que podemos enfrentarnos a una crisis aunque no la hayamos experimentado antes. Ésa debía ser la noción de Flannery O’Connor, y yo soy un discípulo de Flannery O’Connor.
–El nacimiento de su hijo fue el punto de inflexión para encontrar su voz como escritor. Usted escribió que “hace veinticinco años, mi primer hijo nació con daño cerebral. Fue un duro golpe. Sin embargo, como escritor, debo reconocer el hecho de que el tema central de mi trabajo a lo largo de gran parte de mi carrera ha sido la forma en que mi familia se las ha arreglado para vivir con este niño discapacitado”.
–Sí, precisamente. Eso escribí. Tenía veintiocho años en el momento que nació mi hijo. Cuando tenía veintiocho años era un escritor bastante reconocido en la escena japonesa y estudiaba literatura francesa. Y hablaba con el tono de Jean-Paul Sartre o de [Maurice] Merleau-Ponty. Todo lo que hablaba era siempre sobre la obra. Pero cuando una noche me enteré de que mi hijo nació con un daño cerebral muy grande, quise encontrar aliento, así que intenté leer mi libro –esa fue la primera ocasión que leí mi libro, el único libro que había escrito hasta ese momento– y unos días más tarde descubrí que no podía alentarme a mí mismo a través de mi libro; por lo tanto, nadie puede ser alentado por mi trabajo. Así que pensé: “No soy nada y mi libro no es nada.” De modo que estaba muy deprimido; entonces un periodista que editaba una revista política en Japón me pidió que fuera a Hiroshima, al lugar donde había caído la bomba atómica. Ese año, en Hiroshima, se reunía el movimiento pacifista, el movimiento contra la bomba atómica, y en esas asambleas había una gran confrontación entre el grupo chino y el grupo ruso. Y yo era el único periodista independiente allí. Así que critiqué a ambos. Hallé el hospital de los supervivientes de Hiroshima y me encontré con el gran doctor [Fumio] Shigeto. Hablando con Shigeto y con los pacientes del hospital, poco a poco me di cuenta de que existía alguna cosa que me animaba, así que quise prolongar esta sensación de que había algo. De manera que volví a Tokio y fui al hospital donde estaba mi hijo recién nacido, y hablé con los médicos sobre su recuperación. Entonces comencé a escribir sobre Hiroshima, y este fue el punto de inflexión de mi vida. Una especie de renacimiento de mí mismo.
–Así que hubo una interacción entre lo que vio en las víctimas de Hiroshima y también –y muy importante– lo que notó al observar a los médicos que trataban a los heridos. ¿Lo que percibió le llevó de algún modo a otro plano a la hora de enfrentarse a su propia tragedia personal?
–Sí. Shigeto me dijo: “No podemos hacer nada por los supervivientes. Aún hoy no sabemos nada sobre la naturaleza de sus enfermedades. Incluso en la actualidad, tanto tiempo después del bombardeo, no sabemos nada, pero hicimos lo que pudimos. Cada día morían mil personas. Pero yo continuaba en medio de los cadáveres. Por consiguiente, Kenzaburo, ¿qué puedo hacer sino eso, cuando necesitan nuestra ayuda? Ahora tu hijo te necesita. Debes descubrir que nadie en este planeta te necesita, excepto tu hijo.” Entonces lo comprendí. Volví a Tokio y empecé a hacer algo por mi hijo, por mi mujer y por mí mismo.
–Su novela sobre el nacimiento de su hijo discapacitado se titula Un amor especial, y sus reflexiones sobre Hiroshima están recogidas en Cuadernos de Hiroshima. En este último escribió: “Cuando los médicos de Hiroshima persiguen la calamidad de la bomba atómica en su imaginación, están intentando ver más profunda y claramente el abismo del infierno en el que ellos también están atrapados. Hay un patetismo en esta doble preocupación por uno mismo y por los demás; sin embargo, sólo añade sinceridad y autenticidad a lo que sentimos…” Dijo que ver esta dualidad en el médico lo ayudó a ver la complejidad del dilema de Bird, el protagonista de su novela.
–Sí. Hasta ese momento mi pequeño tema era la dualidad o ambigüedad del ser humano. Este concepto procedía del existencialismo francés. Creo que descubrí la verdadera dualidad y cómo podía llegar a ser lo que se llama “auténtico”. Pero la palabra “autenticidad” no es tan rígida en mi caso. Utilicé el significado de Jean-Paul Sartre. Hoy utilizaría otra palabra. Es muy sencillo. Yo quería ser estrictamente un hombre íntegro. El poeta irlandés Yeats dijo en su poema: “El joven que se mantiene recto.” Recto. Recto. Este es el tipo de joven que quería ser, pero más tarde usé la palabra “auténtico”.
–En Un amor especial usted escribió que la música de su hijo le ha demostrado que en el acto mismo de expresarse existe “un poder curativo, una fuerza para reparar el corazón”, y continúa diciendo: “Porque en la música o la literatura que producimos, aunque lleguemos a conocer la desesperación –esa noche oscura del alma por la que tenemos que transitar–, descubrimos que, al darle forma, podemos curarnos y conocer la alegría de recuperarnos; y a medida que estas experiencias vinculadas de dolor y recuperación se integran unas a otras, capa sobre capa, no sólo se enriquece la obra del artista, sino que sus beneficios son compartidos con los demás…”
–Añadiría algo a lo que expresé allí. Después de escribir ese ensayo, recibí muchos cuestionamientos. Y los críticos decían: “Oé se ha vuelto muy conservador ahora. Es un hombre muy tranquilo; dice que la música de su hijo lo curó y que él mismo puede curarse con el disco compacto. Eso es muy negativo y muy conservador.” Debo responder a eso. Yo no digo curarse en japonés. El verbo “curar” debe usarse activamente. Me curo a mí mismo. Un ser humano se cura con algo. Es un acto muy positivo del ser humano. Cuando escucho la música de mi hijo, no experimento ningún acto pasivo. Siento que estoy haciendo algo provechoso con mi hijo. Estamos observando en la misma dirección. Así que si alguien siente que se cura con la música de mi hijo, incluso entonces creo que ese alguien está mirando en la misma dirección que mi hijo. Así que se está curando positivamente con él.
–Así fue que su hijo “siguió adelante con su vida”, como usted dijo. Y su ejemplo puede inspirar a otros, ayudarles a “seguir adelante” con sus vidas. Y curarse a sí mismos en el proceso.
–Sí, precisamente, quiero hacer lo mismo. La música de mi hijo es un modelo para mi literatura. Quiero lograr lo mismo que él.
–¿Cree que un escritor elige sus temas o le vienen por sí solos?
–Nadine Gordimer escribió que no elegimos un tema, una situación o una historia. El tema nos elige a nosotros, ese es el objetivo del escritor. El tiempo y los días nos eligen como escritores. Debemos responder a nuestro tiempo. Por mi experiencia puedo decir lo mismo que Nadine Gordimer: yo no elegí la historia de un hijo discapacitado, o no elegimos como tema la familia de un muchacho discapacitado. Quería escapar de eso si fuera posible, pero algo me eligió para escribir sobre ello. Mi hijo me eligió a mí. Esa es una razón definitiva por la que sigo escribiendo.
–Usted escribió en otro ensayo: “El estilo fundamental de mi escritura ha surgido a partir de mis asuntos personales, para luego relacionarlos con la sociedad y el Estado y el mundo.”
–Creo que realizo mis obras para vincularme a mí mismo –a mi familia– con la sociedad… con el cosmos. Vincular a mi familia con el cosmos resulta sencillo, porque toda la literatura tiene cierta tendencia mística. Así que cuando escribimos sobre nuestra familia, podemos vincularnos al cosmos. Pero yo quería relacionarme a mí mismo y a mi familia con la sociedad. Cuando nos vinculamos a la sociedad, no escribimos asuntos muy personales, sino que estamos escribiendo una novela autónoma.
–Usted dijo en Un amor especial que las lecciones que aprendió al convertir a un niño discapacitado en parte activa de su familia, son un ejemplo de cómo la sociedad en general debe tratar a los discapacitados y cómo debe aprender de ellos. En esencia, se puede producir una sociedad saludable al crear una familia sanadora.
–Sí, eso espero; pero no quiero enfatizar el papel de la familia del muchacho discapacitado, no busco enfatizar la individualidad. Siempre, cuando vinculamos nuestra familia personal a la sociedad, ésta tiene valor social; de lo contrario, creo, sólo podemos escribir asuntos muy personales a través de nuestra experiencia. Cuando titulé mi primera novela sobre mi hijo Una cuestión personal, creo que ya sabía lo más importante: no existe ningún asunto personal; debemos encontrar el vínculo entre nosotros mismos, nuestro “asunto personal” y la sociedad.
–¿Qué papel debe desempeñar el escritor en la política de su tiempo?
–Asociar nuestro servicio a la sociedad… eso es la política. No necesito ningún papel como político. Hay algunos amigos míos que se han convertido en políticos.
–¿No busca ser Henry Kissinger?
–Estuve en un seminario con el señor Kissinger. En el convite de clausura, con una sonrisa bastante maliciosa, el señor Kissinger dijo: “El conejo hace una sonrisa muy perversa en los dibujos animados, la sonrisa malvada del señor Oé.” No soy una persona perversa. Contra el político a veces tengo una sonrisa malvada. No soy un hombre con una inclinación política, que haga política. Pero busco realizar un poco de política a partir de la vida de los seres humanos en mis escritos. Así que debo hacer algo a través de mi literatura o mis ensayos.
–¿Qué sería eso?
–Personalmente puedo decir –en voz muy baja– que ahorita mismo lo estoy haciendo.
–¿Qué tiene que aportar un escritor japonés al discurso de Japón, aparentemente tan materialista y carente de valores humanistas?
–Critiqué la actitud japonesa hacia Asia, hacia el mundo, desde antes de la crisis económica en Japón. Incluso cuando éramos pobres comencé a criticar nuestra actitud hacia Asia. Continué durante la prosperidad. Ahora que estamos en crisis económica, debo continuar. En Japón quisimos crear una actitud nacional verdaderamente nueva tras nuestra derrota en la guerra. Durante años, quisimos crear la democracia, el hombre democrático, un país democrático. Creo que nos dimos por vencidos. Han pasado cincuenta años. Ahora hay una atmósfera antidemocrática en Japón. De manera que actualmente, aunque todavía no dicen que el ultranacionalismo debe volver, me siento muy confudido. Una peligrosa atmósfera de nacionalismo está llegando a nuestra sociedad. Así que ahora quiero criticar esta tendencia, y quiero hacer todo lo posible para impedir el desarrollo del fascismo en la sociedad japonesa.
–Sus novelas y los temas humanos en los que se centran, ¿contribuyen al ámbito de ideas para que sea menos probable el resurgimiento del fascismo?
–Cuando estuve en Hiroshima, el doctor Shigeto dijo: “Cuando no se te ocurra nada que hacer, debes hacer algo.” De modo que sí pienso que puedo tener algún poder para influir en los jóvenes intelectuales, podemos organizar un poder distinto. Porque la crisis actual es un sentimiento inconsciente de ultranacionalismo en Japón. Un sentimiento muy grande, atmosférico. Si escribimos sobre ello con precisión, si lo atacamos, entonces los jóvenes intelectuales pueden tomar conciencia de este sentimiento. Esto es muy importante en la iniciación.
–Estos intelectuales podrían enfrentarse a estas cuestiones y contribuir a dar forma al debate público del mismo modo que, en Una cuestión personal, el joven Bird se enfrenta a la realidad de su situación.
–Sí, quiero pedir a los jóvenes de Japón, a los jóvenes intelectuales, que se enfrenten a su realidad.