Ser un hombre’, de Nicole Krauss (Nueva York, 1974) La carga cultural del patriarcado

«Ser un hombre»: Nicole Krauss y la razón vacía

Moisés Elías Fuentes

a la adolescente que fue, aunque al mismo tiempo la escamotea en los recuerdos de la amistad con otras dos adolescentes, porque la narradora en realidad habla de un descubrimiento, el erotismo de su hija púber: “Emana una altivez que no se rebaja ante nada, pero si sólo fuera eso no creo que hubiese empezado a temer por ella. Es la curiosidad que despierta en ella su propio poder, el alcance y los límites de ese poder, lo que me asusta.”

Más que la certeza de dicho poder, la narradora comprueba la escisión moral y la emocional que separan a hombres y mujeres, y les hacen experimentar de modo distinto el sexo, el amor, la tristeza, la soledad. Escisiones que conforman el eje de Ser un hombre, primer libro de relatos de Nicole Krauss* (Estados Unidos, 1974), que congrega diez cuentos que no forman un decálogo de la masculinidad, sino agudas representaciones de las narrativas que los varones hacemos y rehacemos para sobrevivir al hecho de “ser un hombre”, frase vaga que es a la vez mandato social e ironía, compromiso cultural y farsa.

Este carácter dual de la frase es el que Brodman siente en “Zusya en el tejado”: recuperado de una enfermedad el día que nace su nieto, examina su historia particular y su historia como hombre judío, lo que le lleva a rescribir, para sí, la leyenda del rabino Zusya:

Brodman había aprendido la leyenda en la infancia: a su muerte, el rabino de Hanipol se quedó esperando el juicio de Dios, avergonzado por no haber sido Moisés ni Abraham. Pero cuando Dios se le apareció al fin, se limitó a preguntarle: “¿Por qué no has sido Zusya?” Ahí se acababa la leyenda, pero Brodman había soñado el resto: que Dios se desvanecía y Zusya, completamente solo, decía en susurros: “Porque soy judío, y eso no me ha dejado margen para ser nada más, ni siquiera Zusya.”

Si bien la mayoría de los personajes principales de Ser un hombre son judíos, con notable destreza Krauss hace de sus experiencias hechos extrapolables a las vidas de cualquier hombre o mujer. Guiño de inteligencia, aunque los protagonistas residen en diversos lugares (Suiza, Israel, Estados Unidos), tal variedad no expande el microcosmos de Ser un hombre, porque es la extrapolación la que amplía los mundos interiores que muestra el volumen.

Mundos que no dejan a la vista miedos o debilidades, según comprende la narradora de “Yo duermo, pero mi corazón vela”, cuando descubre que su padre recién fallecido, con quien vivió en Nueva York desde niña, le heredó un departamento en Tel Aviv, donde encuentra la insospechada otredad de su padre: “Ahora la familiaridad de su rostro, que también es el mío, se me antoja todavía más extraña, porque este joven relajado apenas tiene nada que ver con mi padre, que era disciplinado y meticuloso incluso en su manera de disfrutar.”

Con dominio de la tensión dramática, Krauss llega al summum en el cuento que da nombre al volumen y lo cierra, “Ser un hombre”, relatado por una narradora en primera persona y un narrador en tercera, conexión que imprime al relato plasticidad rítmica y soltura en la relación de hechos. He ahí el esbozo que hace de su padre la narradora: “Si su vida se me antoja larga es porque ha cambiado más que ninguna otra persona de las que conozco.”

Perspicaz, en los cuentos en primera persona Krauss presenta a los hombres a través de narradoras innominadas, porque sus acciones son más profundas que sus nombres. En sus relatos las atisbamos a ellas en palabra y acto, y atisbamos la otredad de hombres que buscan en el ostracismo o la violencia su personalidad, lo que en “Ser un hombre” signa al boxeador alemán y a Rafi, el bailarín israelí, amante de la protagonista el primero, amigo de infancia el segundo. En ambos se percibe el conflicto con el macho, que rechazan, pero al que siguen.

Es el conflicto del hombre, despendolado entre el deseo de ser un individuo autónomo y la carga cultural del patriarcado (que no se menciona, pero que gravita en todo el volumen), que lo despoja de emociones y lo deviene razón vacía, como devela Rafi al confesar su participación en un atentado ordenado por el ejército israelí, en el que moriría un líder del Hezbolá con su esposa y sus pequeños hijos, y que se frustró; uno de los pasajes más logrados en un libro hecho exclusivamente de relatos sólidos:

Y cuanto más tiempo pasa, más creo que necesito saber lo que parece que nunca sabré: si sentí alivio, si comprendí en ese instante que aquella gallina también había salvado mi vida o si ya ni siquiera era un animal, sino que me había convertido en una máquina.

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