Paula de Allende
Araceli Ardón
Recordar sus versos. Admirar su capacidad de convocar voluntades, reunirtalentos, conciliar a los opuestos
Cuando Paula entraba a una sala, a su alrededor y frente a ella, parecía derramar una luz clara, fina como polvo ingrávido, que la convertía en un ser encantador. Quien la conoció dará cuenta de su manera suave, de su voz educada, de su impecable gusto. Nació en Monterrey en 1938, hizo de Querétaro su casa y aquí habitó hasta el final, en la Navidad de 1979. Pensar que era tan joven. Sentir el dolor de su prematuro adiós. Apreciar todo lo que hizo. Seguir sus huellas. Recordar sus versos. Admirar su capacidad de convocar voluntades, reunir talentos, conciliar a los opuestos.
Su madre, doña Lupita Flores, trajo al mundo a cuatro mujeres bellas e inteligentes. La mayor era Paula: “Llegué a un cuarto madrugado por el hambre / donde una niña de dieciocho años / —flor de ámbar / espada y puño, / metal y violeta— / me paría / en la desolada canción de sus lágrimas / y en la piedad vegetal de sus esperanzas”.
Con tres niños: Paulina, Francisco y Fuensanta, la poeta adquirió una casa en La Cañada, donde hoy funciona un centro cultural con su nombre. Venía de la Ciudad de México, donde estudió las carreras de Derecho y Psicología. Con Jorge Saldaña, produjo programas de televisión cultural. Aquí vivían sus hermanas, tenía familia y formó una comunidad. En 1969, ganó el primer premio de los XVII Juegos Florales de San Juan del Río. De ahí su amistad entrañable con el pintor Restituto Rodríguez.
Abrió a sus amigos las puertas de su finca con mano generosa. En la terraza, abierta al jardín que descendía rumbo al río, nos ofrecía una taza de té con pan recién horneado. Ahí conocí a los grandes de la poesía, el teatro, la narrativa y la gestión de la cultura.
En sus reuniones, se discutían asuntos del futuro, se analizaban los movimientos artísticos. Se trazaban planes para proyectos culturales. Con Alejandro Aura, Paula instaló una galería de arte frente a la Plaza de Armas. Fue periodista y maestra de poesía en la Casa de la Cultura dirigida por su hermana Lupita, en la hermosa Casa de Ecala.
Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Óscar Oliva, Edmundo Valadez, Carlos Monsiváis, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Efraín Huerta, Abigael Bohórquez, Luis Rius, Pilar Rioja, son algunos de los artistas y escritores que convocados por Paula venían a mi tierra. Los queretanos eran Manuel Herrera, Enrique Villa, José Luis Sierra, Lupita Segovia, Maru Lecona, Augusto y Juan Antonio Isla, Salvador Alcocer y otros más. Cada uno llevaba sus libros, acompañados de quesos, vino, duraznos, lo necesario para dejar fluir las ideas.
“Su poesía tiene un aliento singular. Refinada y bien construida, se adelantó a su tiempo y fue femenina en el sentido más justo de la palabra. Está ligada, de manera sutil, a la defensa de los derechos de las mujeres y descubre algunas de las profundidades del alma femenina”, escribió Hugo Gutiérrez Vega, otro gran poeta, a quien consideramos queretano, aunque haya sido jalisciense de origen y ciudadano del mundo.
Dice Paula: “… me hice dueña de mis horas, / de mis parajes solitarios, / de mis libros, / del lívido dolor que abre surco interno / y acepté la nueva cara de mis manos / que están, / estarán, por los días de los años, / húmedas de lluvia y tiempo”.