Adolfo Gilly la vida en revolución
Juan Trujillo Limones*
Adolfo falleció el pasado 4 de julio en Ciudad de México. Que su palabra tuviera alta resonancia en la izquierda social mexicana y latinoamericana daba cuenta no sólo de una trayectoria académica, sino principalmente de un largo camino de lucha junto a sindicatos, movimientos y organizaciones desde su primera adhesión al socialismo revolucionario en 1944.
“Vayan rumbo a Chinameca”, nos dijeron en Anenecuilco. Adolfo y el subcomandante Marcos se miraban fijamente a los ojos y sin dialogar en esa tarde en Tecomulco, Morelos, ahí en la región natal del general Emiliano Zapata Salazar. Era abril de 2006, cuando el entonces delegado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional recorría el país para impulsar la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la Otra campaña. Sin conceder foto para nadie, Adolfo escuchaba a la gente que le hablaba al entonces vocero rebelde y quien después animaba a los presentes a organizarse. Adolfo se manejaba igual, sin entregar un mínimo de complacencia al dirigente. Era como un viejo lobo, cuya experiencia forjada en las montañas y altiplanos de Bolivia, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y México, lo había curtido suficientemente frente a cualquier caudillo o líder por carismático que fuera. Los pasaba por la lupa y el análisis precavido de las huellas como si de un detective se tratara.
En la organización sindical de los mineros en la Bolivia de la década de los años cincuenta, Adolfo comprendió el “código indígena” de la lucha de resistencia popular aymara. Su visible amor por los movimientos insurreccionales de ese país lo llevó a contar grandes historias sobre victorias y resistencias de ese pueblo durante sus clases de postgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Bolivia era para Adolfo la tierra fantástica de la lucha y resistencia que, entre 2000 y 2005, disfrutaba de un renovado espíritu revolucionario: la primera revolución social del siglo XXI.
Se han referido también a Adolfo como un “teórico marxista de las revoluciones“ y no es para menos; además de su experiencia empírica, conoció en carne propia la tiniebla y entraña de la cárcel de Lecumberri entre 1966 y 1972. Ahí escribió la ya legendaria Revolución interrumpida, obra icónica sobre la Revolución Mexicana. Adolfo había sido un preso político y supo lo que significó vivir por seis años detrás de esas rejas.
En 2006, cuando la guerra contra el narcotráfico del expresidente Felipe Calderón se apoderó de México, Adolfo alertó a tiempo sobre el paulatino debilitamiento y manipulación del Ejército Mexicano y su utilización como un cuerpo militar de control de la población. “Compañero Delegado Zero (subcomandante Marcos): vengo a pedir aquí que el Auditorio Che Guevara nos sea devuelto a la comunidad universitaria. Defiendo un espacio público que es de la comunidad”, expresó el profesor esa noche en la ENAH. Así, se manifestó contra la ocupación ilegítima de ese auditorio de la UNAM que, como consideraba, era el punto de encuentro neurálgico del movimiento universitario que podía hacerle frente a la tragedia en puerta.
En su forma de “cepillar” los acontecimientos a contrapelo, como sugirió el historiador Walter Benjamin, Adolfo se ganó entonces la enemistad de un grupo de simpatizantes del EZLN y ocupantes de ese espacio. Sin embargo, en su incansable labor por averiguar el último detalle del conflicto, por la libre organización política y la crítica al dogma, el profesor incluso llegó a sentarse, a puerta cerrada, con la comandancia del EZLN en San Cristóbal de Las Casas para escuchar. Era una reunión durante el Festival de la Digna Rabia en 2009; Adolfo siguió recabando indicios, pruebas, huellas. “Compañero Adolfo, nosotros comprendemos que ese es un tema de la comunidad de ustedes universitarios. También entendemos la situación de los jóvenes en México que por necesidad hacen lo que sea para sobrevivir. Algunos tienen que vender chicles en las calles”, comentó esa noche fría de diciembre el comandante David frente a las comandantas y el entonces teniente coronel Moisés. La reunión había dejado tranquilo a quien incluso indagaba dentro del movimiento social. En un hermoso acto de sinceridad, el comandante Tacho se fundió en un largo y cariñoso abrazo con el profesor emérito de la UNAM.
Ya es otro tiempo el presente para Adolfo Gilly, el capitán como le decían en las aulas y en los viajes, en su largo caminar como huellero de la verdad y defensor de la libertad; partió como relámpago para volver a ese cósmico espiral del disfrute de los mundos de la vida en revolución.
*Juan Trujillo Limones. Antropólogo, entre 2005 y 2011 fue alumno de postgrado de Adolfo Gilly en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.