La versión: «El evangelio según María Magdalena» de Cristina Fallarás es impactante

Tomar la palabra

Agustín Ramos

Cuando la reseñé para El Financiero, la novela El evangelio según Jesucristo, de José Saramago, sólo circulaba en España y Colombia porque Alfaguara-México era feudo de un industrial del plagio y nada más la UNAM se había atrevido a publicar un libro accesorio de quien en 1998 recibiría el Nobel. Como si quitara el velo que los pintores ponen en el sexo del crucificado, Saramago expuso lo que se consideraba obsceno, ajeno y hasta contrario a la figura de Jesús: sus relaciones carnales con María Magdalena, la atroz revelación del acuerdo de Dios y Satán contra la humanidad y la inmolación que redimiría todas las culpas (la más cercana a él era la de José, descendiente de David, quien rehusó salvar a toda la niñez de su pueblo y solamente salvó a Jesús huyendo a Egipto)…

En la versión de Saramago, como en las demás versiones, canónicas o no, literarias o no, la culpa (el pecado) perduró como motor y causa del relato mesiánico, hasta antes de una nueva versión: El evangelio según María Magdalena, de Cristina Fallarás, cuya narradora y protagonista denuncia: “Lo narrado por Pablo de Tarso y por el resto de supuestos concurrentes, todos los falaces testimonios de los miserables que sin haber acompañado al Nazareno se alimentan de él, no son sino patrañas.” ¿Dije nueva versión? Sería más justo decir revolucionaria, porque revoluciona el tema. No alaba la culpa ni la expiación de los pecados del mundo, tampoco celebra la exhibición de la sangre: se limita a pensar y a narrar sobre el trabajo que fecunda, la sabiduría que sana y la sangre menstrual que posibilita la vida… Antes de tal evangelio, la culpa acreditaba el castigo. Y la cruz, instrumento de tortura, humillación y muerte, superaba por mucho la horca, la guillotina y el paredón de fusilamiento como signos de redención. Si imagináramos la guillotina encima de los lechos, el cadalso y la horca presidiendo la convivencia familiar o el paredón enmarcando el ritual amoroso, concordaríamos en que la cruz como símbolo de paz y perdón es una reverenda idiotez (idiotez es la ofensa que más repite la narradora de El evangelio según María Magdalena)… Sin quitar ningún mérito a la figura central de los evangelios, la versión de Cristina Fallarás la pone a ras de tierra: asegura que murió por idiota y que no eran precisamente milagros los que realizaba; repasa los defectos del género masculino que marcan la historia de Jesús y defiende al verbo escrito como la mejor vía para que el mensaje trascienda milenios y supere el odio, la impostura, la estupidez… Y si por una parte presenta la imagen de aquel hijo de hombre cuya gesta fue adulterada y usurpada por quienes, diciéndose discípulos, desertaron en las malas y volvieron en las buenas para provecho propio, por otra parte El evangelio según María Magdalena subraya la actuación de las mujeres olvidadas y calumniadas, aquellas que administraban hasta hacer habitable la cotidianidad que la gesta evangélica omitió: la hazaña femenina capaz de multiplicar el pan y sanar los cuerpos… “Ahora sus discípulos se arrogan la narración de lo que sucedió, como si no hubieran huido, abandonado y traicionado al Nazareno. Relatan su muerte, la dejan por escrito, colocan su crucifixión en el centro de todo su mensaje y aseguran que resucitó de entre los muertos. Yo los maldigo, los maldigo por mentirosos.” Novela claridosa, recreativa y recreadora, El evangelio según María Magdalena es literatura de reivindicación que causa pruritos académicos y rechaza la reseña neutral, que anuncia una nueva navidad sobre la Tierra y despierta la voz y la pasión propias de la lectura cómplice.

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