Acercamiento a aspectos de la vida y la obra de Octavio Paz (1914-1998), figura indiscutible y controvertida

Octavio Paz antes de Paz

José Ángel Leyva

 

En su libro Ciudades en el tiempoCrónicas de viaje, Antonio Cisneros narra su encuentro con cinco premios Nobel, de los cuales sólo Neruda lo había obtenido, los otros cuatro, García Márquez, Gunter Grass y Octavio Paz no lo recibían aún, pero tenían cara y actitudes de Nobel. Excepto en Seymour Heaney, con quien estableció una breve amistad, no rondaba el aura de la gloria. Evitaba hablar de literatura y era devoto de la cerveza y el fútbol, como Cisneros.

Aunque no conocí personalmente a Paz, rechacé afiliarme a sus detractores, que por regla general no lo habían leído. El arco y la lira fue un texto indispensable para entender la poesía, ese lenguaje que no es propiamente literatura y escapa a toda definición, que ignora el realismo pero nos muestra la realidad, que sublima el dolor y el sufrimiento propio y ajeno; imagen de un no saber sabiendo que responde con preguntas. Tal vez, en ese sentido, Paz quiso desterrar de su obra la poesía social que dejaba al descubierto el hueso y el impulso, la utopía y la emotividad, para que sólo fuera visible una obra intelectual y erudita, aséptica y asertiva.

En Memorias de España, Elena Garro nos ofrece el retrato de un Paz de veintidós años que se codea con los grandes y goza de muchos privilegios, pero es al mismo tiempo un jovencito apasionado y solidario, idealista. Una noche, al salir de la ópera de París, un grupo de franceses se divertía mirando a un hombre alcoholizado que intentaba ponerse de pie y caía una y otra vez en el intento. Paz lo ayuda a incorporarse e increpa a los mirones diciéndoles que están ante Silvestre Revueltas, un portento musical de América. Entonces, Elena y él deciden cambiar sus boletos de primera clase a segunda para que Silvestre pueda volver a México. En sus escritos, Paz reconoció los méritos artísticos de los Revueltas y destacó la pasión y la compasión en sus obras y en sus luchas.

El Octavio Paz de Raíz del hombre, Libertad bajo palabra, Piedra de sol, Las peras del olmo, Los hijos del limo, es el Paz que aún conserva cierta simpatía entre la izquierda y que puede manifestar su indignación por la masacre del ’68. Luego vendría el Paz de la ruptura con Cuba por el caso Padilla, y el de la crítica feroz a las dictaduras encubiertas por la revolución, y poco a poco el Paz confrontado con la izquierda latinoamericana y el realismo socialista, hasta llegar al Paz que elogia al régimen mexicano y admira la democracia estadunidense.

A diferencia de Borges, a quien autores de una izquierda radical en su momento, como Ferreira Gullar, Juan Gelman o Volodia Teitelboim lo disculparon, no sucede lo mismo con Paz. Borges tuvo polémicas duras, como su debate sin concesiones con Astor Piazzola, al que descalificaba llamándolo Astor Pianola. Pero Borges jugaba magistralmente con la ironía y con una angelical apariencia de vulnerabilidad. Paz era lo contrario, echado para adelante, reactivo a cualquier polémica y rivalidad intelectual; como Borges, un maestro en los epítetos pulverizantes. En un país donde la “cortesía” y la falsa modestia, el machismo, son recursos de la empatía, Paz resultaba simplemente antipático. En cambio, Jaime Sabines era y es muy popular, no obstante que fue diputado por el PRI e hizo declaraciones desafortunadas sobre el movimiento zapatista.

Desde que leí por primera vez “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”, la imagen de ese Paz irrumpía en cualquiera de mis lecturas, ya fuese en El ogro filantrópico, Las trampas de la fe, La llama doble, etcétera. Pero junto a ese poema me venía a la cabeza la fotografía de Robert Capa con el miliciano, el anarquista Federico Borrel García, cayendo en combate. El cuerpo quebrado, la ropa clara de civil, un gesto de desvanecimiento suave, aéreo, casi histriónico y el fusil abandonando la mano del personaje. Por otro lado, Paz había escrito el poema ante la noticia de que su amigo, el anarquista catalán, radicado en México, Josep Bosch, había sido abatido en la guerra. Meses después de publicado el poema se desmentía la muerte de Bosch.

En el caso de Capa se tiene la convicción de que se trata de una puesta en escena, de un performance publicitario, y en el caso de Paz un equívoco que desata en el poeta mexicano unos versos emotivos, elegíacos, exaltantes de la causa republicana, libertaria. Por otro lado, Capa es en realidad dos fotógrafos, una mujer y un hombre. El miliciano es un ebanista que vivió muchos años para contarla, y el camarada del poema de Paz resulta una abstracción que representa a un soldado muerto por la causa re­pu­blicana. El novel poeta no retrataba el éxito, sino la derrota, el sacrificio inútil de los héroes, el joven Octavio no murió en ese poema, debatió con el viejo cacique de la cultura mexicana y lo convenció para que escribiera en La otra voz. Poesía y fin de siglo (1990-año de la recepción del Nobel) que la poesía nacerá siempre de esas voces que vienen de la calle, de los cambios, de la vida que resurge también de los detritus, de la muerte. Después del Nobel, Paz no volvería a publicar un libro de poemas.

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