Palas de madera de África hasta Oaxaca, ollas de barro de todo el país, escurridores de verduras de gran formato, cuchillos de cocina y utensilios que ya no reconocemos eran parte de su cocina. Para Chona cocinar se convirtió en un placer; todos los caminos nos llevan a sus sabores, olores para compartir la vida en comunidad por unos pequeños instantes. Con los años, su alacena se convirtió en una botica donde almacenaba especias, hierbas, chiles secos, condimentos de todo el mundo.
Su madre, Asunción Vázquez, en la calle de Tabasco 313, colonia Roma, recibía invitados y autoinvitados, comensales, entonces jóvenes estudiantes como Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Federico Campbell, La China Mendoza, Jorge Alberto Manrique, Héctor Ortega, Fernando Macotela, Carlos Payán (mi padre), a degustar enchiladas de mole poblano preparadas en una cocina tradicional con talaveras originales y brasero de leña.
Las tertulias evolucionaron y se hicieron más sofisticadas para ofrecer pierna de cerdo al horno, paella valenciana, pulpo a la portuguesa, todo con el salario de la madre de Chona. En septiembre los chiles en nogada se convirtieron en una ceremonia previa que duraba varios días, donde los amigos acudían con sus hijos a pelar las nueces, picar las frutas secas, hacer el picadillo para más de 250 chiles en nogada inolvidables.
La madre de Chona propició esos encuentros, tertulias, pláticas sobre cine, literatura y política alrededor de la comida, que dejó como legado a sus hijas, además de la alegría de comer y de vivir. Seguramente desde entonces Chona aprendió a cocinar.
Conocida y querida por sus amigas y amigos, Chona escribió Recetas rápidas para saborear despacio, publicado por Tiempo Extra Editores y diseñado por Vicente Rojo Cama.
La compilación contiene recetas como la crema de calabaza al queso, crema de melón con jamón, sopa de tomillo, brócoli en salsa de jengibre y soya, brandada, ensalada de pasta con salmón ahumado y aderezo de eneldo, higos rellenos de queso crema y naranja, suflé de frambuesa, ensalada de arroz silvestre, etcétera.
El libro está dedicado tanto a su esposo, el actor Héctor Ortega, a Juan Cristián y a Damián, sus hijos, así como a su madre, que siempre la acompañó mientras cocinaba. A Lourdes, su amiga, a su nuera Isadora Hastings, Inna Payán y a sus hermanas Cristina y Mercedes.
Este legado de generosidad y amor por el gusto de la cocina y el proceso de crear un platillo queda para siempre a través de sus hijos, sus queridas nietas Julia y Gal y todos sus seres queridos que degustamos con ella.
Con una biblioteca dedicada a la cocina internacional y nacional que hizo a lo largo de su vida, Chona decía que la alta cocina no es necesariamente sofisticación y excentricidad, sino que se puede traducir en platillos sencillos y económicos que no sacrifiquen las delicias y las aventuras del sabor.
En la experiencia y el gusto por las artes culinarias encontró que existen espléndidos recetarios de gran sofisticación, pero pocos con recetas sencillas y fáciles de elaborar para saborear despacio en la cocina diaria. La mayoría de las recetas son de Chona y otras le fueron proporcionadas por amigos que comparten la pasión por un buen comer, que no está reñido con lo accesible y lo simple.
Chonita nos llenó con su comida y generoso cariño el hueco por la ausencia de nuestra madre, Cristina, y fue sin duda alguna nuestro micelio uniendo a todas las almas de la familia.
Aunque tus sabores y tu querida presencia se quedan con nosotros, te vamos a extrañar Siempre.