A la mesa con Monet
Anitzel Díaz
Monet, como la mayoría de la burguesía francesa de la época, gozaba con los placeres de la vida y su casa en Giverny fue el escenario perfecto para establecerse en sus rutinas. Fue un entusiasta coleccionista de recetas, disfrutaba de la buena comida y el vino. Coleccionaba momentos íntimos con su familia y amigos. Para él una comida era una puesta en escena que planeaba desde el menú hasta la escenografía. Tenía varias vajillas que usaba de acuerdo con los acontecimientos del día. Para las fiestas, la de cerámica amarilla con bordes azules, los mismos colores de su comedor y cocina, los mismos que se repetían en su huerta. Sus colores favoritos.
En Giverny los horarios eran estrictos: el desayuno se servía a las cinco de la mañana, el almuerzo a las once y media, lo que le daba tiempo de seguir pintando durante la tarde con buena luz; la cena a las siete, había que levantarse temprano al día siguiente. En la mañana no faltaban huevos, mantequilla, tocino o salchicha, queso, pan tostado y alguna fruta. Siempre mermelada de temporada y té. Los almuerzos y cenas eran mucho más elaborados. La mayoría de las hierbas y muchas de las verduras procedían de su jardín. La cocina emanaba energía y vida. Él no sabía cocinar, pero disfrutaba siendo partícipe del proceso, iba al mercado y supervisaba el cuidado de la huerta. Le entusiasmaba el vino que sus visitas siempre le traían de regalo.
Tenía una libreta, que todavía hoy existe, donde anotaba las recetas que quería probar. De sus contertulios han llegado hasta nosotros la boullabaise de Cézanne y los níscalos de Mallarmé, él mismo se nombró creador de un platillo de hongos cepe al horno. En su cumpleaños, el 14 de noviembre, se servía becada (un ave francesa célebre por su carne jugosa), su plato favorito. Maniático, como todo gran genio, su ensalada estaba siempre aliñada con exceso de pimienta. Por atención con los invitados siempre había en la mesa dos ensaladas: la pimentosa (casi negra) y la normal.
En el libro Monet’s Table [la mesa de Monet], la autora Claire Joyes escribe: “Monet era tan fanático del momento adecuado para recoger las verduras que aterrorizaba a Florimond (el jardinero) y sus acólitos e incluso podía estallar en cólera por una salsa.” Ahí mismo se relata una anécdota tragicómica del día cuando Marguerite, la cocinera, le puso sal al postre favorito del pintor, el helado de plátano. Cuando había sol se hacía día de campo, cuando nevaba se comía a la luz de una chimenea. Casi siempre había invitados, Alice Hoschedé, segunda esposa de Monet, era la anfitriona y directora de orquesta de Giverny. Los invitados disfrutaban de una domesticidad íntima y ordenada.
Claude Monet pintó varios cuadros al derredor de la comida y lo que para él representaba. Entre los más famosos está Le Déjeuner sur l’Herbe à Chailly, que además es un homenaje al cuadro rechazado de Edouard Manet. Claude viste a todas las figuras de la obra (el rechazo del original fue un desnudo). El cuadro es un atisbo de un momento de esparcimiento donde la comida es más bien un pretexto.
De su libreta de recetas rescato los champiñones salvajes al horno, para los que Monet recomienda los cepe o crimini, de tallo grande, aceite de oliva, ajo picado, perejil en ramita, sal, y por supuesto pimienta negra. Precalentar el horno a 325 grados. Recortar las bases de los tallos de los champiñones. Cortar en rodajas finas y colocarlos en una cazuela resistente al horno. Rociar aceite de oliva. Hornear los champiñones durante 15-20 minutos hasta que el aceite esté libre de jugos. Combinar el ajo y el perejil y espolvorearlo sobre los champiñones. Condimentar con sal y pimienta. Regresar los champiñones al horno por otros 15-20 minutos, rociándolos dos veces con los jugos de la sartén. Servir caliente del horno con pan crujiente.