Carlos Pellicer y su admiración por Díaz Mirón
Carlos Pellicer López
La relación entre Carlos Pellicer y Salvador Díaz Mirón es especialmente rica. El tabasqueño siempre admiró al veracruzano, al que consideraba uno de los dos o tres poetas grandes de nuestra literatura. Desde su temprana juventud, Pellicer leyó con el mayor cuidado la obra de Díaz Mirón. Lo deslumbró siempre la exactitud de su palabra, en la que encontraba la precisión de un matemático.
Por suerte, cuando el joven Pellicer viajó a Colombia en 1918 –como representante oficial de los estudiantes mexicanos– pudo hacer una escala de varios días en La Habana, donde aprovechó para presentarse ante el entonces exiliado político que enseñaba justamente matemáticas en la Academia Newton. Según contaba, pudo reunirse varias veces con su admirado Díaz Mirón para platicar largo y tendido. Con una sonrisa, mi tío recordaba que hasta le había presentado algunas jóvenes discípulas. Años después, luego de la muerte de Díaz Mirón, Pellicer le rindió el mejor homenaje en un extenso poema, “La oda a Díaz Mirón”.
Naturalmente, en la desordenadísima biblioteca de Pellicer se guardaban varias ediciones con la obra de Díaz Mirón. Desde la célebre edición de Lascas (acaso la edición de poesía mejor pagada en todos los tiempos en nuestro país, según aseguraba José Emilio Pacheco) hasta otras más, repetidas, de la edición definitiva que hizo Antonio Castro Leal en 1941. Prácticamente todos los ejemplares –salvo el de Lascas– tienen anotaciones de Pellicer, algunos simples subrayados,? ? anotaciones, cuentas de sílabas o cruces para distinguir algún poema. En alguno de estos ejemplares no hace mucho descubrí varias sorpresas.
Frente al poema “A la señorita Sofía Martínez”, fechado en Xalapa en 1899, un pequeño recorte de periódico con la esquela mortuoria de esta mujer, manuscrito por mi tío con la fecha: enero de 1945. Pero en la penúltima hoja, manuscrito igualmente por mi tío, aparece el siguiente poema con las iniciales, S.D.M. y anotado al final: “dado por F. Santamaría. 1943”.
Reconozco en la fecha el viaje que mi tío hizo de regreso a Villahermosa luego de veinte años de ausencia. Muy probablemente, tuvo entonces la oportunidad de reencontrar a Francisco Santamaría, quien le compartió el poema, que se reproduce a continuación: “No ha de venir de mi distancia al fondo/ la dulce luz con
que mi sueño esmalto/ pues perla o sol lo que en mi anhelo escondo/ si he de pedirlo al cielo está muy alto,/ si he de pedirlo al mar está muy hondo.” (Faltó la palabra “he” en el último verso).
No soy un especialista en la obra de Díaz Mirón, pero tal vez se trata de un poema no recopilado.?Años después, en 1962, la UNAM le encargó a Pellicer una antología del poeta veracruzano para grabarla con su voz en la colección Voz Viva de México. Fue un homenaje extraordinario no sólo por la selección, sino por la lectura magistral que nos enseñó –a las claras– que aquella era la voz precisa para leer esos poemas.
En la presentación del disco hay una frase altisonante que siempre me inquietó, hasta que un día, releyendo el tan desafortunado ensayo de Octavio Paz sobre Pellicer en Las peras del olmo (1957), encontré este párrafo: “Poeta fatal, su poesía poco o nada le debe a la conciencia, aunque él profesa un inocente y supersticioso culto por la técnica que lo ha llevado a hacer de Díaz Mirón –su antípoda– uno de sus dioses mayores. No deja de ser asombroso que un poeta tan espontáneo y rico, tan habitado por la verdadera inspiración y la gracia poética, admire de tal modo al frío, retórico Díaz Mirón.”
En la ya mencionada nota?al disco de Díaz Mirón, Pellicer aprovecha para responder y ajustar cuentas: “Conocedor del latín, viva raíz del castellano, y apasionado de la geometría verbal, sus ideas poéticas realizadas generalmente sobre temas desagradables, nos hacen pensar en los muros de Mitla por el ajuste de las palabras y la fascinante plasticidad del ritmo. Su trato en diamante nos ciega un poco. Sus adjetivos son insustituibles. Su exactitud alarma a los imbéciles, inclusive a los imbéciles con talento.”
Finalmente, para la fortuna póstuma de Pellicer, sus restos quedaron a pocos metros de los de su admirado Díaz Mirón en la Rotonda de las Personas Ilustres en Ciudad de México.