Bemol sostenido
Alonso Arreola t:
Le puse un par de protectores plásticos. Arriba y abajo de la boca. Se suele poner uno, dependiendo de si eres zurdo o diestro, pero yo quise probar con ambos por una neurosis en la que juega la simetría. Deseaba protegerlo de mis uñas y dedos pero que no se viera chimuelo. Se trata de un impulso proveniente de la culpa, pues acaba de salir de servicio (especie de hospital) y estoy viendo cómo lo compenso poniéndolo más bello.
Hablo de mi bajo electroacústico de maple. Ese mismo con el que me he encariñado tanto en los últimos años. No es especialmente fino ni resistente. No esperaba mucho de su sonido, tampoco. Pasa que me llegó casi por accidente. Vi que un buen amigo lo publicó en Facebook para su venta, pues se lo había ganado en una rifa y no tenía pensado usarlo. Lo llamé y aceptó el trato. Me lo dio muy barato.
Pensé que yo lo usaría más para viajar y estudiar que para tocar en vivo; porque no requiere amplificación para sonar (aunque puede tenerla). Esto es así porque su talla es perfecta para que las indolentes aerolíneas dejen de fastidiar (bueno, algunas). Y porque suena lindo, claro. Pasa de oso a rinoceronte con facilidad. Se disfraza de contrabajo y tololoche a la menor provocación. Me acompaña mientras veo la TV o me traslado en taxi al otro lado de la ciudad.
El caso es que comenzamos una relación creativa, pero sin compromiso serio. Él sabía que su función consistiría en servir a la emoción, la ocurrencia o eso que tantos llaman inspiración, sí. Pero también sabía que ya para grabar o presentarme en vivo, se quedaría guardado y a la espera pues no es lo suficientemente robusto, fino o educado. Ese era el plan, sin embargo, no pude arrebatarle aquello nacido en sus entrañas. No pude entregar esas composiciones a otros cuerpos de madera sólida diez veces más caros. La magia había ocurrido en él y con él se expresaría sobre el tinglado.
Poco a poco se convirtió en puente; en vía para no sé qué misteriosas dudas, intenciones, provocaciones. Sucedió que teniéndolo en las manos, lectora, lector, se asomó una nueva voz a estos dedos-garganta. Algo que tenía tiempo dormido y que aguardaba el timbre adecuado para salir, para recordarme que allí podían gestarse esas melodías enamoradas de India; esas percusiones aprehendidas en África, Brasil, Cuba… Que por su carácter natural e imagen clásica sería bienvenido con menos miramientos. Y así fue por un tiempo hasta que… de tanto golpe y golpe… lo dañé.
Le tiré un tornillo esencial para su integridad y sujeción. (Terminó rodando en su interior transformándolo en sonaja.) A base de porrazos, tirones y jalones afecté su madera y barniz. Por si fuera poco, le pegué una cinta aislante para fijar un nuevo micrófono exterior, además del intestino que trae de fábrica. Se ve feo pero, bueno, está dedicado a recoger las percusiones que le propino pues no quiero otro músico en la banda. Me refiero a los ritmos con que impacto su tapa, fondo y costados, sin clemencia ni consideración. Pobre.
No fue hecho para eso, mi bajo electroacústico de talla chica. Él esperaba cumplir destino en el regazo de un niño o de un entusiasta aprendiz de jazz. Pero no fue así. Entregado a la inmolación que sucede en compases irregulares, bordeando los filos de escalas simétricas y modulaciones repentinas, mi bajo lleva una vida tan difícil como la de los jumentos de carga (a veces le digo rucio, como el que llevara a Sancho Panza).
Para calmar su reclamo le puse una sordina, además. Conectados al piso van sus pedales de efecto (armonizador, reverberación, ecualizador y caja directa). En otras palabras y para quien no lo entienda: le di esteroides y vestuario para función de circo. No sé si es feliz. Yo sí, pues lo tengo de regreso. Se ve bien aunque aún no suena temperado por más que lo acaricio. Pero mejor aquí dejo el asunto. Mi mujer nos observa con demasiada curiosidad. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.