La flor de la palabra
Irma Pineda Santiago
El mes de agosto inició con una polémica sobre los nuevos libros de texto que la Secretaría de Educación Pública distribuye en las escuelas primarias, pero nada se ha dicho sobre el hecho de que los libros de lectura, ejercicios y literatura en idiomas originarios, que corresponden al subsistema de educación indígena, no han sido actualizados. Sin embargo, sí fueron enviados a la sección de “acervo histórico” del Fondo Editorial de la Dirección General de Educación Indígena, Intercultural y Bilingüe, aun cuando esta dirección todavía tiene como deuda pendiente con los pueblos la creación de libros y materiales en cada una de las variantes lingüísticas que se hablan en México.
Lo anterior me hizo pensar en la importante labor de los profesores de educación indígena, muchos de los cuales, por cuestiones burocráticas o sindicales, son ubicados en zonas lingüísticas diferentes a la de su origen. A pesar de ello, crean estrategias que les permiten fortalecer las lenguas de las comunidades donde trabajan, con el apoyo de niños hablantes o madres, padres y abuelos que aceptan compartir su tiempo y conocimientos con el estudiantado. También diseñan y elaboran sus propios materiales didácticos, aportando recursos de su raquítico salario, con recursos obtenidos en el entorno o con aportaciones de las familias o autoridades comunitarias cuando hay un poco de suerte. Estos profesores –discriminados por el mismo sistema educativo, pues son los que perciben menor salario, y difamados por quienes nunca han estado cerca de la realidad cotidiana de las comunidades ni de las infancias indígenas–, son los que silenciosamente continúan bordando el entramado educativo en las lenguas y culturas originarias, puesto que a diferencia de aquellos maestros obligados, debido a la política educativa de su tiempo, a arrancar a golpes las lenguas indígenas de la boca de los estudiantes, ahora hay una nueva generación formada con la conciencia de que es necesario recuperar lo que el Estado, en su afán homogeneizador y lingüicida, le quitó a los pueblos indígenas.
Los profesores de educación indígena, en su mayoría han sido formados en las aulas de la Universidad Pedagógica Nacional (en la sede de Ajusco y en unidades estatales y regionales), desde la licenciatura en Educación Indígena (LEI) o la licenciatura en Educación Preescolar y Primaria para el Medio Indígena (LEPEPMI), misma que nació en 1990 con el propósito de impulsar la formación profesional de los docentes que trabajan en zonas indígenas del país, aunque, hay que decirlo, actualmente está sufriendo un borrado silencioso, ya que poco a poco su impartición se ha suspendido en las diferentes unidades estatales, como en el caso de Oaxaca, donde en marzo del presente año fue emitida la convocatoria de ingreso a dicha licenciatura con la firma del titular de la Unidad de Educación Normal y Formación de Docentes del Instituto de Educación Pública del estado (IEEPO), misma que fue suspendida en junio sin mayor argumento que “actualizar el programa educativo”. Lo real es que esta situación impide la preparación de los pocos profesores que se atreven a ingresar al sistema de educación indígena, tanto por las condiciones salariales como por las del trabajo en general, al tener que laborar en comunidades que carecen de servicios básicos como luz o agua potable, para no mencionar la ausencia de aulas o sanitarios. Parece que la callada consigna en el ámbito educativo es borrar la educación indígena al no actualizar los libros de trabajo para este sistema, no asignar presupuestos para la elaboración de materiales didácticos y eliminar los pocos programas de formación docente para el medio indígena. Ante esto, lo que favorece la resistencia es el tejido que los profesores indígenas hacen, sin luces, sin foros, sin fotos para las redes sociales. Ellos, allá en las comunidades más apartadas, ponen su aliento y atizan el fuego, para que las lenguas y las culturas indígenas sigan siendo brasa viva.