Participé en el atentado frustrado contra Pinochet con el que comenzó su fin»
“Nací en 1960, así que en el momento del golpe de Estado tenía 12 años. Cumplí 13 años poquitos días después. Viví el gobierno de la Unidad Popular siendo un niño, pero muy politizado, muy atento a lo que ocurría, y recuerdo perfectamente esa época, que sin duda me marcó”, explica Rodríguez en entrevista con La Jornada.
“El día del golpe de Estado, mi padre (el teatrero Orlando Rodríguez) daba clases en Puerto Rico y volvía para mi cumpleaños, que era el 23 de septiembre, pero ya no pudo llegar nunca más ni a mi cumpleaños ni al país. No le dejaron entrar, lo que provocó nuestra separación para siempre. Era un militante comunista, pero dejó de pertenecer al partido en 1964 (…) Tenía 43 años, no pudo volver nunca más a su país ni con su familia, y se quedó a vivir en Venezuela, donde murió a los 90 años.
“Nosotros, mi hermano menor y yo, nos quedamos con nuestra madre, que tenía 32 años y ella nos sacó de Chile el 24 de noviembre de 1973. Nos llevó primero a Perú, después llegamos el 4 de enero de 1974 a Cuba”, señala.
Su abuela enfermó en 1978, lo llevó a su madre a regresar a Chile, mientras él y su hermano continuaron en Cuba, donde recibió instrucción militar para sumarse a la lucha sandinista en Nicaragua. Al triunfar la revolución, ya no viajó a la nación centroamericana y se reincorporó a sus estudios de ingeniería.
“Lo que yo quería era volver a Chile, porque desde niño me quedé muy impactado con la asonada golpista y el derrocamiento, con todas las muertes que nos rodearon. Por ejemplo, la de mi vecino, Augusto Olivares, el periodista que se suicidó en La Moneda, un hombre increíble. O el camarógrafo que trabajaba con mi madre, al que también mataron, Hugo Araya, aunque nosotros le llamábamos El Salvaje porque tenía aspecto de anacoreta.”
El retorno
“A Chile volví a principios de 1985, ingresé con un pasaporte falso de nacionalidad ecuatoriana, porque, a pesar de que era muy joven y no había tenido ningún vínculo con Chile, en mi pasaporte original me habían puesto una letra L, que era como una marca que ponía el régimen que te permitía viajar por el mundo pero en ningún caso entrar a Chile.
“No pertenezco a la generación de mis padres, que a lo mejor no defendió la experiencia del gobierno popular, ya sea porque se sintieron avergonzados o porque buscaron justificaciones o porque cambiaron de formas de pensar, pero en nuestro caso, los jóvenes y niños que no sentíamos culpabilidad, sí sentíamos mucha indignación, resentimiento por lo que había pasado, y nos sentíamos en condiciones de luchar.
“La única manera de enfrentar a la dictadura era con las armas (…) Con el tiempo, los que luchamos con las armas hemos sido borrados de la historia porque somos como los exaltados, los malos, los que no respetamos las reglas”, expone.
Al integrarse al FPMR, donde su nombre de batalla fue Jorge, le “asignaron la misión de volar la torre repetidora de televisión del cerro San Cristóbal (…) Pero justo dos días antes de que me dieran esa tarea, conocí a los compañeros con los que iba a trabajar, y a la mañana siguiente me encontré de repente en los periódicos con las fotografías de esos jóvenes, que habían caído todos presos (…) Cuando logré retomar el contacto con la or-ganización fui aún más prudente y cauteloso”, rememora.
La planeación
“En una de las reuniones fui citado por Raúl Pellegrín, que yo no sabía que era el jefe principal, y él me pidió que estudiara la viabilidad de atentar contra Augusto Pinochet. Eso era para mí un sueño, así que tuve dedicación absoluta a esa tarea”.
“Pasaba mucho tiempo en la Biblioteca Nacional leyendo los periódicos, señalando los lugares a los que va cada año periódicamente, que es cuando identifiqué sus viajes a Iquique y a Chillán a las fiestas locales. Eran hitos que se repetían cada año. Después visité los lugares para examinarlos, para pensar algún plan, que culmina el 7 de septiembre de 1986.
“Ese día llevamos a cabo una emboscada de aniquilamiento donde matamos a cinco escoltas, dejamos a 11 fuera de combate, inválidos, y Pinochet salió con unas heridas leves, pero creemos que gracias a ese atentado el gobierno estadunidense llegó a la conclusión de que Pinochet no debía continuar al mando del país por su incapacidad para controlar la situación. Se aceleró el proceso de cambio con una dirección diferente a la que nosotros impulsamos.
“Nosotros perpetramos el atentado con la idea de que era una misión suicida, sobre todo porque había mucha publicidad sobre los escoltas de Pinochet en la que se decía que era gente muy temible, pero en el momento del atentado ellos no pusieron ninguna resistencia, y, a pesar de que nosotros estábamos dispuestos a morir, todos salimos ilesos.”
Improvisaron una vía de escape: “Cuando salimos del teatro de operaciones nos coordinó Cecilia Magni, que pasó a la historia como Támara (…) No nos lograron identificar hasta que uno de los miembros del comando decidió volver a su casa para conocer a su hijo recién nacido, de alguna forma lo relacionan con el atentado y ahí caen cinco compañeros del grupo.
“Seguí en la organización hasta 1989, después de que había sido herido de bala y me estaba recuperando, pero sobre todo decido a salirme porque había perdido la confianza con la dirección de entonces, ya que la dirección con la que yo había trabajado y en la que confiaba murió en octubre de 1988, entre ellos Raúl Pellegrín. Decidí irme”, explica.
De nuevo, el exilio
Rodríguez Otero salió de Chile hace 34 años, durante los que ha seguido los hitos de la democracia chilena, como el referendo o la caída del régimen, primero a Argentina y luego a Madrid, donde continúa. No le gusta que el presidente Gabriel Boric hable de las “causas del fracaso” de la Unidad Popular: “Las clases dominantes incapaces de tener la mayoría para destituir a Allende inventaron una justificación sangrienta para dar el golpe militar”.
Para este ex guerrillero, “Allende sin ningún lugar a dudas es el hombre más importante de la historia de Chile. Es un personaje universal que encarnó la búsqueda de un ideal de cambio de sociedad por una vida democrática, fue un hombre consecuente y brillante, y, por ejemplo, cuando un niño como yo escuchó sus palabras poco antes de sufrir el golpe de Estado, me hizo entregar toda mi energía a su causa y al día de hoy me sigue emocionando. Y eso para mí sigue siendo una fuente de orgullo”.