La memoria social ante el olvido
José Rivera Guadarrama
C ada cultura crea sus propias formas de retención de la memoria, los soportes materiales que caben en sus tradiciones y cosmovisiones para recrear los sucesos, que la mayoría de las veces pueden permanecer invisibles desde la perspectiva de la esfera pública. El recuerdo social, la memoria social, continúa viviendo. Mediante la importancia de estos procesos se aumenta el conocimiento y hay una perceptible aceleración de cambio social.
Desde las formulaciones clásicas sobre la memoria social de Maurice Halbwachs, se percibe este concepto como un fenómeno sociológico que debe ser distinguido tanto de la memoria individual como de la memoria histórica. Halbwachs observa que la memoria social se constituye a partir de experiencias vividas por grupos sociales específicos, mientras la memoria histórica es un registro producido desde el poder, construido y emitido además en distintos soportes.
La memoria social se articula con la oralidad, la pluralidad y la sociedad civil, mientras que la memoria histórica va sostenida desde la textualidad, desde la unicidad por parte de los grupos represivos o de Estado. Para Halbwachs, la memoria social se atribuye a la oralidad, a las interacciones grupales y en permanente desplazamiento. Es un tipo de narrativa que se produce en grupos y que remite a ellos y, por eso, este tipo de memoria es del orden de la construcción social.
Desde el punto de vista de Habermas se trata de “actos de habla”, situados en un nivel discursivo. Su intencionalidad residiría en hacer comprensibles los significados expresados y alcanzar el reconocimiento de lo dicho como verdadero, creíble o posible. Por otro lado, Habermas plantea las “acciones no lingüísticas”, situadas en el plano de la acción social, en la “actividad orientada a un fin”. Para este caso, la intencionalidad consistiría en intentar provocar una intervención en el mundo objetivo. Aquí, en las “acciones no lingüísticas”, los actores sociales buscan intervenir en el mundo y por eso, más que comprehender, la cuestión es ejercer influencia sobre los otros o confrontarse con otros para alcanzar una finalidad.
En ambos autores se percibe la importancia de indagar lo que se produce y se sabe respecto a soportes de la memoria construidos por poblaciones periféricas o rurales en relación con el terrorismo de Estado o con acontecimientos de violencia en los que participan el ejército, paramilitares, la guerrilla u otros grupos similares. Por eso resulta necesario investigar esas otras formas de expresión de la memoria social o colectiva, que no pasan por la narrativa convencional del testimonio y tampoco han sido institucionalizadas a través de organizaciones o grupos externos, ajenos a los acontecimientos propios, naturales y espontáneos de estos grupos.
Los desarrollos tecnológicos actuales, como en su tiempo lo hizo la imprenta y ahora internet, permiten otros tipos de dinámicas encaminadas a preservar y resaltar la memoria social, más allá de los límites territoriales inmediatos. Estas actividades se pueden intensificar mediante la distribución ajena o alterna a la memoria histórica, la oficial y la impuesta por parte de los grupos coercitivos. Es en estas actividades donde mayor consideración adquieren estas formas singulares de memoria social o colectiva, sobre todo aquellas que se convirtieron en movimientos de derechos humanos, en comisiones de verdad y justicia. Aquí se percibe la diferencia sustancial de la memoria social ante la memoria política. La primera es la que irrumpe en el espacio público y remarca los conflictos, los expresa desde una postura directa, sin intermediarios que tergiversen los procesos narrativos.
Según la premisa de Halbwachs, lo que define a la memoria social pertenece al orden de las relaciones sociales. Para él, la memoria social es un tipo de vínculo, una atracción deseante sobre el pasado que nace en grupos y que remite a grupos, aunque ya no estén presentes. Para este autor, las principales diferencias entre la memoria social y la memoria histórica residen en el hecho de que la primera está constituida por recuerdos vivos, comunicados la mayoría de las veces de manera oral, mientras la segunda es un relato distanciado, único, plasmado en textos ajenos a los grupos sociales. De ahí que la memoria social remite a grupos y la memoria histórica lo haga al concepto de Nación.
Para Halbwachs, la historia no es todo el pasado, pero tampoco es todo lo que queda del pasado. Junto a una historia escrita se encuentra una historia viva, que se establecerá o renovará a través del tiempo, rescatándola de su silencio, muchas veces impuesto