Biblioteca fantasma
Evelina Gil
Rosalind Elsie Franklin (1920-1958) nació en el seno de una familia burguesa que, si bien la apoyó en su determinación de doctorarse como química física en Cambridge, en una época en que no era común que las mujeres se dedicaran a las ciencias, exigente territorio que poco lugar deja a la simple idea de formar una familia, no veía con buenos ojos que consagrara su existencia a demostrar la estructura de doble hélice del ADN. Su historia se desarrolla en tiempos inmediatos al término de la segunda guerra mundial, en medio de la escasez de alimentos y en general de medios, lo cual dificulta la realización de grandes proyectos. Según nos lo narra Benedict, Rosalind posee la capacidad de disfrutar intensamente, tanto de su trabajo como de unas vacaciones; de una noche romántica como de las reuniones familiares. Durante su estancia en Francia en calidad de chercheuse (investigadora postdoctoral), se enamora de un superior que parece corresponder a sus sentimientos pero resulta tener un secreto bien guardado: una esposa de la que no planea divorciarse. Se plantea aquí que, en gran medida, a consecuencia de dicha decepción, Rosalind opta por retornar a su país natal, Inglaterra, donde se adhiere al equipo del King’s College de Londres. Ahí se le asignará un ayudante que se convertirá en su gran amigo, Ray Gosling.
En general, y con sus asegunes, Rosalind se nos presenta como una mujer feliz que se dedica a hacer lo que más ama en el mundo y, además, se propone, sin ínfulas de genio, beneficiar a la humanidad. Este último rasgo de modestia pudo jugarle una mala pasada, si bien, apenas enfrentar a aquel fanfarrón desconocido que se permite invadir su espacio llamado Maurice Wilkins, todo su ser se encrespa ante la certeza de que su proyecto corre peligro frente al merodeo de este individuo. Aunque respetada por su superior inmediato, el doctor Randall, Rosalind padece por primera vez los embates del machismo. Wilkins, respaldado por sus secuaces (James Watson y Francis Crick), se encarga de hacerle el vacío, de hacerla sentir intrusa en su propio laboratorio, pero, al mismo tiempo, recurre a triquiñuelas de toda laya para apropiarse de las ideas por las que Rosalind, literalmente, ha dado la vida sobreexpuesta a los rayos X, cosa a la que los otros le sacan la vuelta: “La ciencia que se hace con prisas, con el objetivo de superar a otros, no se emprende por las buenas razones.”
Disfruto bastante las novelas biográficas de esta autora, no sólo por la soltura y elegancia de su prosa, que me hace evocar a autoras clásicas y sobrias como A.S Byatt o Anne Tyler, sino por la inmensa investigación que cada libro implica y la sutileza con que distribuye la información sin que ésta se desborde o se sienta intrusiva. Por otro lado, la desenvoltura en el manejo de los términos científicos, la pormenorizada ejecución de la cámara inventada por Rosalind para descifrar el mayor misterio de la humanidad y, en general, el trajín del laboratorio, es digna de destacar por su gran verosimilitud. En ese sentido, El secreto de su mente, además de tratarse de una historia amena, emocionante y con aliento de thriller, nos revela de a poco a un personaje, Rosalind, sin que pierda ese halo de misterio propio de quien acostumbra guardar secretos; es la mejor de las novelas de Benedict hasta el momento l