Ya verán: ella terminará por parecérsele.
El Museo de Luxemburgo, tutelado hoy por el Senado de Francia, forma parte del palacio construido por María de Médici entre 1615 y 1631. Primer museo abierto al público, 50 años antes del Louvre, sirvió en sus inicios de galería del rey
, o, más bien, de la reina. Obras de arte, pinturas y esculturas, provenientes de colecciones de los monarcas fueron exhibidas en sus salas. Esta galería, convertida en museo, dedicado en gran parte a la pintura del Renacimiento, recibió la herencia de Gustave Caillebotte, mecenas y coleccionista de los impresionistas, en 1894.
Al mirar la fachada de este museo, antes de penetrar en su recinto para visitar la exposición de Stein y Picasso, recuerdo como si lo estuviera viendo: Juan Soriano, de pie, acompañado por Marek Keller, seguido por el presidente del Senado, en el centro de una exposición de su obra. Primer, y creo hasta ahora, único mexicano, y probablemente latinoamericano, cuya obra es exhibida en este museo. Privilegio además, porque la exposición de la pintura de Soriano fue personal, pues no se trataba para nada de una colectiva. Vuelvo a verlo mirarme con la sonrisa y su eterno dejo de ironía. Recuerdo también que el óleo realizado por Juan, para el cual serví de modelo, acababa de ser apuñalado durante su exposición en una casa de cultura de provincia. Por suerte, pudo ser restaurado. De las agresiones a las obras de arte platicamos esa tarde, al salir del museo para tomar una copa de vino, Peter Bramsen, Roland Topor, Jacques Bellefroid y yo.
El retrato de Gertrude Stein realizado por Picasso requirió 90 sesiones de pose durante un año. Tiempo suficiente para intercambiar ideas y sueños, para tejer los lazos de amistad que los unirían de por vida. Tiempo necesario al pintor para descubrir y revelar eso
tan evidente y oculto que es la esencia de un ser. Para Picasso no se trata de una simple reproducción hecha por un buen dibujante, ni de una magnífica fotografía de un rostro fijado por una cámara. Picasso no busca, encuentra, como dijo él mismo. De ahí el parecido entre la modelo y su retrato que los primeros espectadores no supieron o no pudieron ver. Ese parecido que el retrato impone a la retratada porque su realizador es el tiempo. El retrato posee, desde su hechura, la expresión que la modelo tendrá en el futuro y para siempre: los pinceles de Picasso son los péndulos milagrosos de un tiempo suspendido frente al ser. Al visionar el futuro de la modelo en su presente hecho pasado de inmediato, el pintor encuentra la última pieza del rompecabezas que le permite ver la cosa en su integridad y atrapa en su tela la aparición repentina de la esencia, su luminosa epifanía.
Invención del lenguaje por Picasso con la descomposición de la pintura tradicional para poner los fundamentos del cubismo. Invención del lenguaje por Stein con la fragmentación de la sintaxis para crear el cubismo analítico
, donde las palabras dejan de usarse, por lo que designan para usarse por su sonoridad: liberación de la prosa en inglés, frase sin puntuación y narrativa en presente son el resultado.
Mirar obras de Picasso, al lado de documentos diversos, libros y objetos, de la poeta y coleccionista Stein, no deja de conmover al espectador que puede sentir, durante unos instantes, los latidos de la amistad verdadera, el amor común y compartido por algo superior, algo que debió elevarlos a ese más allá de la verdadera imaginada por Rimbaud.