Al estar en este plantón se me revela el rostro de mi hijo. Pienso que era uno de los 17 muchachos que el Ejército se llevó a Loma de Coyotes. Es una pesadilla imaginar cómo el Ejército se alió con los de Guerreros Unidos para desaparecer a nuestros hijos. Usaron el uniforme para delinquir. Que no vengan ahora a decirnos que no saben nada de lo que pasó el 26 y 27 de septiembre.
Sentimos gran impotencia porque en este campo militar, además de desaparecer y torturar a muchas personas durante la guerra sucia, también tienen acuartelada la verdad. Por eso los generales no se atreven a dar la cara, porque protegen a los militares que desaparecieron a nuestros hijos. El general Cresencio ya tomó la decisión de ocultar los documentos que hacen falta del CRFI. Ahora nos dijo en un documento que esa información se la pidamos al Gil, al jefe de Guerreros Unidos . Sólo eso faltaba, que se burlara y nos faltara el respeto.
Cuando instalamos el plantón los militares corrían de un lado a otro empuñando sus armas, como si nuestra presencia fuera una gran amenaza. Los antimotines llegaron como fuerza de apoyo para amedrentarnos. Es una afrenta que nos traten como delincuentes. Tenían hasta tanquetas para enfrentarnos. Todo mundo sabe que lo único que llevamos en nuestro corazón son las fotos de nuestros hijos que portamos con orgullo. En esa tarde los militares permanecieron más de tres horas en formación hasta que terminamos de instalar las carpas. Desde que nos plantamos hacen guardias todo el tiempo. Le temen a nuestra lucha pacífica por la verdad y la justicia.
En la primera noche no pude dormir porque los militares se acercaban a nuestra carpa con extintores en la mano y con escudos especiales. El sueño me venció a las 3 de la mañana en medio del intenso frío. A esa hora otras mamás se levantaron para continuar la guardia. Soportamos todo, insultos, desprecios y amenazas de vecinos que quieren desalojarnos. Nada nos intimida, ni las miradas desafiantes de los militares que defienden la mentira y protegen a los perpetradores.
Nunca imaginé dormir en las calles, pero ya me acostumbré en estos nueve años. Por el amor a mi hijo estoy dispuesta a sufrir con tal de encontrarlo. En todo momento recuerdo las penas que he padecido y nada me ha vencido. Ya hasta el miedo perdí; sólo quiero que Dios me preste vida para abrazar a mi hijo. Andar afuera de casa hizo crecer este tormento que no me vence, sino que me fortalece. Siento que el amor por mi hijo es más grande que el mismo poder de los militares.
En las noches me pongo nerviosa sólo de acordarme cómo actúan los militares. Me reviven el recuerdo de cómo corrió mi hijo, cómo anduvo agobiado, asustado, queriendo salvarse o escaparse en esa noche maldita. No puedo dormir, porque me da coraje estar aquí, quisiera desquitarme con estas rejas que están frente a mí. Pienso y recuerdo que, si hubiera estado con mi hijo, quizá lo habría defendido. Da mucha impotencia no poder hacer nada. Tengo que empujar estas rejas para presionar, para exigir resultados. No espero mucho de los militares, pero sí seguiré tocando puertas y marchando en las calles. Lo que sí me da gran satisfacción es venir a plantarme en la puerta número uno, porque no me lo pueden impedir. Pensarán: cómo es posible que se vengan a plantar estas mujeres, si nosotros somos la máxima autoridad de México. Eso calma mi coraje, porque sé que vamos a desenmascararlos para que entreguen la documentación que falta del CRFI.
Me brotan sentimientos de odio porque tengo una decepción muy grande del Ejército. Cuando los veía pasar decía con orgullo: ¡allá va el Ejército Mexicano! Ahora me dan vergüenza, los repudio. Es muy fuerte lo que digo. El mismo Presidente, en lugar de apoyarnos, se pone del lado de los militares, los defiende y dice que ellos ya entregaron toda la información. No nos queda de otra que gritar y protestar. Podemos no coincidir, pero sólo queremos saber dónde están nuestros hijos. No sé si está mal informado o que más bien no quiere tocarlos, porque son su punta de lanza ante cualquier problema.
Es injusto que estemos aquí porque como madres y padres tenemos enfermedades crónicas; sin embargo, lo hacemos con tal de saber dónde están nuestros hijos. Tenemos que acostarnos en el suelo y pasar hambre, sólo por pedir la información que por derecho nos corresponde. Está muy difícil. En algunos momentos me vienen imágenes de mi hijo pidiendo justicia y se me revela que las autoridades le responden con disparos. Todo eso se convierte en odio, en impotencia. Pienso: por qué tengo que ver con esto que nunca imaginé vivir. Quisiera tener en mi mente la fotografía de mi hijo sonriendo, recibiendo su título de maestro. No pierdo la esperanza de que la respuesta del gobierno sea positiva, porque ya no aguanto más. Estoy hasta el tope. Por eso llegamos hasta la puerta número uno para que México sepa que el Ejército es responsable de la desaparición de nuestros 43 hijos.