Originario de Toledo, España, estudió en Salamanca, donde conoció a Hernán Cortés, lo que lo motivó a trasladarse a la Nueva España. Llegó a su capital en 1551, el mismo año en que se expidió la real cédula que creaba la Universidad.
Al iniciarse los cursos en 1553, se incorporó como maestro de retórica; al paso del tiempo llegaría a ser rector dos ocasiones. Al año de su ingreso como maestro escribió los célebres diálogos.
Gracias a esa obra podemos conocer cómo era la Ciudad de México en esa época. Recordemos que todo el siglo XVI la capital padeció terribles inundaciones que culminaron con la de 1629, cuando llovió cinco días seguidos con sus noches, lo que causó que la urbe quedara anegada cinco años y que, amén de miles de muertos, se destruyeran la mayoría de las edificaciones.
Esto causó que de esa ciudad del siglo XVI no se conserven más que cimientos, algunos muros y unas cuantas construcciones muy alteradas.
En los diálogos, dos residentes de la capital de la Nueva España llamados Zuazo y Zamora, muestran la urbe al fuereño Alfaro. El recorrido de los tres personajes comienza en la calle Tacuba, que recorren a caballo, pasean por varios rumbos, describen lo que ven y lo comentan.
En 2012 el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, el poeta Vicente Quirarte y la cronista autora de estas líneas realizamos el mismo recorrido que hace cerca de 500 años hicieron los personajes de Cervantes de Salazar para describir lo que ahora hay en esos sitios.
Con el título 1554 México 2012, el libro de editorial Planeta habla de edificios, personajes, anécdotas y gastronomía y lo ilustran viñetas del acuarelista Rafael Guízar, gran cronista gráfico del Centro Histórico. La obra incluye los diálogos de Cervantes de Salazar.
Lo que me parece de enorme interés es advertir cómo las instituciones más significativas siguen en los mismos lugares y los cimientos de muchas de las construcciones actuales son los de los edificios originales.
Incluso retrocediendo a México-Tenochtitlan, la sede de los poderes: político, religioso y económico se encuentran prácticamente en los mismos lugares. El corazón de la Ciudad de México sigue siendo el del país.
Los trabajos y la devoción de Francisco Cervantes de Salazar por la capital de la Nueva España le valieron ser designado el primer cronista oficial de la joven urbe americana levantada sobre la impresionante Tenochtitlan, cuya grandeza guarda hasta hoy en sus entrañas.
En 1558 se solicitó al rey el nombramiento de Cervantes de Salazar como cronista en la Nueva España, según consta en actas del Cabildo del Ayuntamiento del 24 de enero de ese año. Su labor principal era escribir la gran crónica de la capital y sus territorios. La titánica labor le llevó años, padeció muchos retrasos y no se publicó durante su vida, que terminó el 14 de noviembre de 1575 en la Ciudad de México.
Durante siglos la obra permaneció desaparecida, hasta que en el siglo XIX el notable historiador Joaquín García Icazbalceta la localizó en la Biblioteca Nacional de España, la tradujo y la publicó. Afortunadamente, hoy se puede adquirir publicada por medio de Editorial Porrúa.
A unos pasos de esa librería, en Guatemala 32, junto al Templo Mayor, está La Casa de las Sirenas, que combina una sede barroca primorosa con orígenes en el siglo XVI con excelente comida mexicana.
En la terraza de lo altos –tiene una soberbia vista de la Catedral y de Palacio Nacional– lo recibe una señora que en un gran comal prepara deliciosos sopecitos para acompañar el aperitivo.
Puede continuar con carnitas de pato confitado, la sopa Centro Histórico, filete de res en cazuela y al chamorro pibil cocinado a fuego lento –para chuparse los dedos–. De postre: gaznates rellenos o flan de queso panela.