En Morelos no hay un registro exhaustivo del número de campanas, lamentablemente la mayoría han sido refundidas entre el siglo XIX y XX, perdiendo su carácter histórico, ya que al fundirlas transforman las improntas de su tiempo; además, los sistemas de sujeción originarios de madera y cueros que se encargan de amortiguar y contribuir a la resonancia también han sido remplazados por rieles de tren, vigas de concreto o PTR, lo que provoca que éstas se vayan rompiendo. Las campanas no sólo han llegado a perder su materialidad, sino el conocimiento esencial de quien las toca, que abrazadas al campanero edifican una fusión de comunicación sonora, recuperarlas no sólo es colocarlas
en un campanario, es reavivar un órgano de comunicación.
El cambio de tradición, la pérdida en la forma del tocado de la campana, se hacía generalmente de cierta manera, pues las campanas tienen una misión con sus propiedades tonales y no se afinan para que toquen acordes musicales, ya que no son consideradas un instrumento musical, sino un ícono de la voz de Dios y se aprecia cada campana por su profunda, rica y desafinada individualidad. Si se muere un adulto, la campana toca de cierta manera; si es un joven, se toca de otra forma, tienen su propio lenguaje de alabanza y luto. Cuando se escuchan se sabe que ha pasado algo, anuncian buenas nuevas de celebración y el urgente clamor de una advertencia.
Las campanas originales del siglo XVI son muy pocas y, por seguridad, no se sabe dónde se resguardan, actualmente las más tempranas que quedan son del siglo XVII.
Las tradiciones se transforman permanentemente como resultado de su proceso de transmisión, las contribuciones en este camino no siempre son positivas, el mantenimiento escaso o inapropiado, así como las técnicas y procedimientos materiales contemporáneos tan distintos a los de antes, como el concreto, fueron claves para su deterioro y daño severo durante el sismo. Se debe entender para qué fueron hechas las campanas, no son un objeto que se pueda adaptar donde sea, entender su historia y su sentido de ser no se puede olvidar, porque son el patrimonio histórico-cultural que contribuye a la identidad de los pueblos de este país.
Una noche fresca y tranquila desaparecieron las campanas de las iglesias de San Lorenzo y la Asunción, dos de las 17 capillas del siglo XVI que siguen de pie en el municipio de Tlayacapan, en el estado de Morelos. La restauración de los templos debe incluir las campanas, porque la gente no asiste a las iglesias por el edificio en sí, sino por el significado de éstas directamente vinculado con su fe. A falta del sonido de las campanas, se está perdiendo la comunicación en el pueblo. Se dice que el repicar de las campanas de las iglesias hace al corazón humano renunciar a sus intenciones más destructivas.
A pesar de una orden papal de quitar los santos de las iglesias, transformar las fiestas, desarraigar las prácticas ancestrales y religiosas de los católicos, la reconstrucción de los templos debe ser integral, donde las comunidades, la Iglesia y el Estado tomen las decisiones para una buena conservación y no volver al silencio.
La reconstrucción está en su última etapa, cuando vuelvan a tocar las campanas, testigos de nuestra historia, se podrá escuchar el aleluya de que el compromiso de la recuperación de los templos dañados por el tiempo y el sismo de 2017 se logró.
Así sea.