Un sujeto capaz de sostener, que Dios le habló para decirle que él era Su Elegido

Cinexcusas

– Luis Tovar

Imagine usted a un sujeto capaz de sostener, con absoluta seriedad, que Dios Con Mayúscula le habló para decirle que él era Su Elegido para mostrarle a la humanidad “el camino” y brindarle “la salvación”; que el padre y el abuelo de dicho sujeto también fueron objeto de tan alta distinción y, por lo tanto, cada uno en su momento se hizo llamar a sí mismo “el apóstol de Jesucristo” y convenció a una feligresía en constante aumento de que su misión era irrenunciable, esencialmente desinteresada y, desde luego, divina. El resto no precisa de la imaginación: consta la existencia de esa variante religiosa cristiana llamada La Luz del Mundo, su vocación tentacular que ha puesto sucursales en cualquier sitio donde ha sido posible –la casa matriz está en Guadalajara– y, por supuesto, su otra vocación, que la emparienta con prácticamente cualquier otra: la monetarista que, ya en el fondo, significa búsqueda y ejercicio de poder.

La oscuridad de La Luz del Mundo devela los mecanismos que le permitieron a Naasón Joaquín García, y antes a su padre y a su abuelo, darse una vida pletórica de lujos materiales en virtud de recaudar el diez por ciento de todos los ingresos de cada creyente, más “limosnas”, así como tener a su servicio incondicional a un grupo de “elegidos”, cuya voluntad y vida están a disposición del “apóstol”. Pérez Osorio aborda este par de aristas del fenómeno y elige bien al poner en el centro temático la derivación más nefasta de aquella borrachera de poder: el abuso sexual cometido contra decenas o cientos, quizá miles de mujeres menores de edad. Los testimonios de algunas de las víctimas contrastan de manera brutal con los obtenidos de algunos “elegidos”, unos ya retirados y otros vigentes, todavía convencidos de la “santa” condición de Naasón Joaquín, capaces de afirmar que sólo se trata de una injusta difamación, y esperando que a su líder lo beneficie una absolución nada divina, sino absolutamente terrenal, que les permita continuar con su “misión”.

Lo abordo, no lo abordo

Otra cosa queda clara con La oscuridad de…: si el criminal jamás hubiera contado con el poder económico y las palancas que dicho poder lleva aparejadas, muy probablemente los alcances de sus crímenes sexuales habrían sido más reducidos –aunque, claro, no por eso menos deleznables– y, por extensión, el conocimiento masivo de dichos actos delictivos también sería mucho menor: para el hambre sensacionalista mediática no habría sido un bocado tan apetecible y, quizá, tampoco para el cine habría resultado un asunto meritorio.

Este asunto de “abordo el tema/no lo abordo” tiene lo suyo, por enojoso: está fuera de duda la importancia de exhibir un fenómeno tan nocivo y repulsivo como el de esta Iglesia corrompida de raíz, pero es imposible desprenderse de la impresión, igual de incómoda, de que hasta en materia criminal hay clases: ¿la nota roja y el cine habrían hablado de Naasón Joaquín García y su red-sistema de abusos sexuales, si ese tipo nefasto de alguna manera no hubiera formado parte de la clase alta, detentadora del poder? Algo similar sucedió con otra organización religiosa igualmente corrompida: tras una serie de silenciamientos, posibles en virtud del poder económico de los acusados, los Legionarios de Cristo y su fundador, Marcial Maciel, pederasta comprobado, fueron el centro de otro escándalo mediático, tras el cual el violador de menores fue penalizado sólo por sus superiores religiosos y no así por las autoridades civiles. De todo esto dieron profusa cuenta los medios masivos y, poco después, al menos una cinta de ficción: Obediencia perfecta (Luis Urquiza, 2014).

Queda la sensación de que Marcial Maciel y Naasón Joaquín García no son sino la versión económicamente poderosa, mediáticamente irresistible para muchos, del Anacleto Morones rulfiano, que también tomaba la virtud de doncellas previamente acondicionadas, tal como se lee en el cuento homónimo y se ve en la estupenda película El rincón de las vírgenes (Alberto Isaac, 1972).

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