El flamenco y el arte del silencio
Juan Vadillo
También nos habla, mudamente,
el silencio de la poesía.
José Bergamín
En aquel sitio el mismo silencio
guardaba silencio a sí mismo.
Don Quijote de la Mancha, segunda parte, LXIX
La fuerza de un castañetazo; la intensidad de un remate de guitarra y cajón; la herida que deja en el aire un rasgueo o el redoble de un zapateado tienen la virtud de remarcar el silencio, de hacerlo paradójicamente audible y, a su vez visible, luminoso.
El flamenco es un arte del silencio, va en busca del silencio hasta que lo encuentra, y cuando lo encuentra, lo deja preñado con toda su esencia. Por eso no es lo mismo el silencio anterior a la música que el silencio que la música nos deja. José Bergamín parafraseando a Cervantes habla de un silencio mudo, “que se guarda silencio a sí mismo.” No se trata de un pleonasmo sino más bien de una paradoja: el silencio más profundo, el más silencioso es precisamente el silencio que más suena. Bergamín también habla de silencios callados, silencios puros, silencios de verdad.
Entre todas las artes que también son capaces de expresar el silencio (como sucede con los lienzos mudos de Velázquez donde canta la luz silenciosamente), el arte flamenco es el que va a conseguir expresarlo con más fuerza, con más dolor, con más sinceridad.
Cunado escuchamos el “ahí queda eso del toreo, como del baile y el cante flamencos,” eso que queda es lo más importante, el silencio después de la música, la muerte simbólica del toro, lo que es eterno porque ya pasó, porque aparentemente ya no existe.
En Oriente la belleza es más intensa cuanto más efímera. En el flamenco no solamente es más intensa sino también más dolorosa, por eso se trata del arte que consigue expresar de la manera más auténtica la Pena andaluza: decir adiós para siempre, encontrar el amor y en ese mismo momento encontrar también la muerte (“soledad de mis pesares/ caballo que se desboca,/ al fin encuentra la mar/ y se lo tragan las olas”), morir simbólicamente con la llegada de la primavera (“¡de qué callada manera/ se me adentra usted sonriendo,/ como si fuera la primavera!/ Yo muriendo”). En la raíz de la Pena está el dolor de la belleza herida. Por eso el silencio del flamenco es un silencio herido, que consigue expresar la Pena con toda su intensidad. En este sentido Bergamín habla de un silencio que no sólo canta, sino que, “a veces, grita.”
El cante por lo bajini, al ras del silencio
Frederic Mompou quería que su música apenas fuera la voz del silencio, que apenas rozara el silencio como un copo de nieve al deslizarse sobre el cristal de un espejo. Quería que sus acordes evocaran el antiguo sonido de las campanas del pueblo, la más íntima infancia, el recuerdo de su abuelo trabajando en la fábrica de campanas. Buscaba la resonancia que se pierde a lo lejos hasta romper el último eco. Por eso pensó en el tercer verso de una lira de San Juan para nombrar una de sus composiciones: “La música callada;” José Bergamín también escogió ese mismo nombre como título para uno de sus libros, La música callada del toreo, donde el poeta filósofo nos cuenta que, en silencio, él escuchaba flamenco al ver torear.
Tanto la música de Mompou como la experiencia de Bergamín se acercan a la expresión artística del cante por lo bajini (en el flamenco, cantar bajito); sin embargo, para expresar la profundidad de este cante es necesario recurrir al cuarto verso de la misma lira de San Juan: “La soledad sonora”. El cantaor cuando canta por lo bajini canta sintiendo que está solo, aunque haya público. No puede haber mayor sinceridad artística. Cantando bajito invita a los oyentes a la soledad y al silencio, les abre las puertas de su más íntima soledad. Cantando bajito el silencio se asoma y el duende inunda la taberna. En palabras de Bergamín, se trata de una “silenciosa invitación íntima, secreta.” Cuanto menos oyentes haya, habrá más intimidad, por eso a veces el cante se escucha mejor en la taberna que en el teatro. Cuando llega el alba en la taberna se canta bajito para sentir el silencio mudo que juega con el claroscuro de la primera luz, la voz al ras del silencio se siente más herida. Mágicamente el cantaor imita el sentimiento de los pájaros que cesan por un momento de trinar para escuchar su propio silencio. La voz al ras del silencio es como la más tímida luz que levemente dibuja el contorno de las sombras.
De acuerdo con García Lorca la interjección “ole” viene de Alá, que en árabe significa Dios, es decir que Dios se acerca cuando pasa el toro y vuela la capa, porque por ahí también pasa la muerte, el silencio. En el flamenco el “ole” también se escucha después de un remate. Los breves silencios del zapateado también están expresando la muerte.
El tocaor, con sus llamadas y falsetas, alegoriza el vuelo de la capa, esperando al cantaor de manera intuitiva; este último, por su parte, elige el momento en que va intentar embestir al guitarrista que consigue escapar con una nueva falseta. Y eso es lo que evoca el vuelo de la capa, juego de sombra y luz, belleza infinita de la muerte como retablo de la vida. Silencio infinito que guarda silencio a sí mismo.
Un rasgueo, el final de un picado, un remate, un castañetazo, el último tacón de un zapateado son destellos interminables que se apagan como luciérnagas sobre el lienzo oscuro del silencio; de esa manera nos estremecen porque nos recuerdan que la muerte es el único destino.
Todo surge del silencio y todo regresa al silencio.