Patricia Highsmith, el suspenso y la pasión
Francisco Barriga Puente
Cuesta trabajo creerlo, pero la verdad es que Mary y Jay Bernard Plangman –los padres de Mary Patricia– firmaron su divorcio el 10 de enero de 1921, ¡nueve días antes de que naciera su hija! Tres semanas después del parto, Mary Coates –ese era su apellido de soltera– se fue a trabajar a Chicago y dejó a su hija Patricia al cuidado de Willie Mae, su madre. Fue la abuela quien se encargó de criarla, educarla e incluso le enseñó a leer y escribir desde muy temprana edad.
Tres años después, el 14 de junio de 1924, Mary Coates se volvió a casar, esta vez con Stanley Highsmith, quien también era dibujante publicitario. Posteriormente, en 1927, Stanley, Mary y Patricia –que para esas fechas ya tenía seis años de edad– se fueron a vivir juntos a Nueva York e inscribieron a la niña en la escuela primaria, con el nombre de Mary Patricia Highsmith.
Los descubrimientos: literatura, comunismo y sexualidad
Se dice que Patsy –su hipocorístico de la época– leyó motu proprio algunos cuentos de Sherlock Holmes en 1929. También se afirma que al año siguiente devoró The Human M?ind, del doctor Karl Menninger, que es uno de los primeros libros de psiquiatría dirigido al gran público. Es sugestivo señalar que muchos de los casos de Menninger fueron extraídos de ¡Aunque usted no lo crea!, la serie escrita y dibujada para los periódicos por Ripley, que abordaba toda clase de acontecimientos extraños, curiosos y exóticos. El dato es interesante porque el apellido Ripley –tal vez de manera inconsciente– se ligaría en el futuro con el personaje más famoso de Patricia Highsmith: el totalmente inmoral Tom Ripley.
En 1933, Patsy empezó a estudiar la Junior High School en Texas, pero al año siguiente –para no perder la costumbre– la cambiaron a una escuela de Nueva York. Por esa época empezó a sospechar que era un niño en el cuerpo de una niña y le dio por leer a Edgar Allan Poe.
En 1938, cuando ya tenía diecisiete años, Patricia ingresó al prestigiado Barnard College, afiliado a la Columbia University, para estudiar literatura inglesa. Como a toda buena universitaria, le indignó el hecho de que Estados Unidos –al igual que Hitler y Mussolini– estaban financiando al dictador español Francisco Franco. A partir de entonces empezó a coquetear con el comunismo. Ni tarda ni perezosa se puso a leer a Marx, Engels, Stalin y, en 1939, ingresó a la Young Comunist League [Liga de Jóvenes Comunistas]. En una de tantas, llevó a sus nada convencidos padres a celebrar el natalicio de Lenin en el Madison Square Garden. Sin embargo, tras dos años de activismo, empezó a sentirse incómoda con los tovarishchi y poco a poco dejó de cantar “La internacional”. Su militancia estudiantil le valió, años después, figurar en las listas negras del macartismo.
A los diecinueve años se topó en un bar de Greenwich Village con Mary Sullivan, una vendedora de libros que se encargó de iniciarla sexualmente. A Mary le bastó una semana para incendiar la líbido de la joven Pat y acabar con su adolescencia casi monacal. Fue la primera de las muchísimas amantes que la escritora tuvo a lo largo de su vida.
En 1943, Patricia Highsmith conoció a Chloe, una modelo de treinta años, alcohólica, que al principio se hizo del rogar pero finalmente sucumbió ante los embates amorosos de la escritora. A los pocos meses de haberse conocido, hartas de la vida neoyorquina, decidieron venir a México. Pat hizo ahorros, subarrendó su departamento, vendió su tocadiscos, se vacunó contra la tifoidea y, finalmente, partieron juntas en diciembre canturreando “south of the border, down Mexico way…”. Pasaron la navidad en Ciudad de México y el 7 de enero enero de 1944 Pat se fue a Taxco, sin Chloe. Ahí rentó una casa blanca, techada con tejas de barro. Por las mañanas dibujaba, en las tardes paseaba y al llegar la noche se ponía a escribir.
La Highsmith permaneció en Taxco hasta que se le acabó el dinero. A principios de mayo emprendió el regreso a la urbe de hierro. En la Ciudad de los Palacios pernoctó en el destartalado Hotel Montecarlo, que al mismo tiempo le sirvió de escenario para su primera novela. Ahí se reencontró con Chloe, quien decidió quedarse en nuestro país para seguir bebiendo a sus anchas. Al llegar a Nueva York, la escritora reanudó su trabajo en la industria de las historietas.
Extraños y talentosos
Casi dos años después, el 23 de junio de 1945, Patricia Highsmith empezó a escribir Extraños en un tren. A principios de marzo de 1948, sólo había avanzado un treinta por ciento, razón por la cual gestionó ser admitida en Yaddo, la célebre colonia de artistas y escritores ubicada en Saratoga Springs, Nueva York. La mesa directiva aprobó la petición, gracias a su muy bien escrita solicitud y a la entusiasta recomendación de Truman Capote, de manera que el 10 de mayo de 1948 Pat ingresó a la colonia de creadores y, dos plenilunios después, le puso punto final a la novela.
Transcurrieron los meses. Extraños en un tren fue publicada el 15 de marzo de 1950. La novela arranca a tambor batiente. El arquitecto Guy Haines y el junior Charles Bruno se conocen en un tren que atraviesa las praderas centrales de Estados Unidos. Guy quiere divorciarse de Miriam para casarse con Anne. Bruno, por su parte, quiere deshacerse de su padre, tanto por razones edípicas como económicas. Es entonces cuando Bruno concibe un plan harto diabólico. Él se encargará de asesinar a Miriam y Guy, por su parte, deberá ultimar al padre odiado. Cuando le comunica la idea a Guy, éste la rechaza tajantemente y se olvida de la cuestión.
El que no echa en saco roto el asunto es Bruno, quien ni tardo ni perezoso localiza a Miriam y la estrangula en un parque de diversiones. Mientras tanto, Guy se pasea por Ciudad de México con Anne, caminan por el Paseo de la Reforma con rumbo a Chapultepec, almuerzan en Sanborns, van a la ópera en el Palacio de Bellas Artes, hasta que una noche suena el teléfono en su habitación del Hotel Montecarlo. Desde el otro lado de la línea, su madre le da la noticia del asesinato de Miriam.
No pasa mucho tiempo para que el psicópata Bruno empiece a exigirle que cumpla con la parte que le corresponde. De las exigencias pasa a las amenazas y al chantaje. La presión es de tal magnitud que el arquitecto ya no ve otra salida que matar al padre de Bruno. En el último tramo de la novela, la narración cobra gran intensidad y desenlaza evadiendo las obviedades de los finales felices, apostándole más bien al suspenso psicológico y a una cierta ambigüedad.
Dos semanas después de que Extraños en un tren fue publicada, Alfred Hitchcock adquirió por una bicoca los derechos para filmar la novela. La película se estrenó en julio de 1951 y resultó ser todo un éxito, a pesar de los cambios introducidos en la trama. Hasta la fecha, la secuencia del carrusel sigue siendo considerada como una pequeña obra maestra.
Posteriormente –entre marzo y septiembre de 1954– Patricia Highsmith escribió otro de sus grandes éxitos: A pleno sol (The Talented Mr Ripley). En esta novela aparece por primera vez Tom Ripley, un personaje cínico, audaz, desalmado, bon vivant, bisexual, estafador, falsificador, esquizoide y asesino. La historia se desarrolla a partir de que el millonario Herbert Greenleaf convence a Tom de que vaya a Mongibello –un ficticio pueblo costero al sur de Nápoles– para persuadir a su hijo Dickie de que deje la vida bohemia y vuelva a Nueva York. Tras cruzar el Atlántico, Ripley localiza a Dick y maquina un plan para sacarle beneficio económico a la situación, pero el proyecto empieza a tambalearse conforme la relación personal entre Ripley y Dick se va deteriorando. Es entonces que Tom, para salvar el plan, decide asesinar a Dick y deshacerse del cadáver. Todo marcha sobre ruedas hasta que Freddie Miles –un amigo del difunto Dick– se da cuenta de que Tom Ripley ha asumido la identidad del joven Greenleaf. El descubrimiento le cuesta la vida. El impostor lo ultima y se las ingenia para salirse con la suya. Tan es así, que el personaje vuelve a aparecer en otras cuatro novelas, durante los siguientes treinta y seis años.
Autoexilios y caracoles
A disgusto con la situación social en Estados Unidos, y sobre todo molesta con su política exterior, en 1963 Patricia Highsmith decidió autoexiliarse en Europa. Primero radicó en Inglaterra. Estableció su residencia en Earl Soham, localidad ubicada sobre la costa de Suffolk. Cuatro años después se mudó a Francia y a fines de 1970 se instaló en una rústica casa de campo que compró en Moncourt.
En ese mismo año se publicó Once (Eleven), un libro de cuentos prologado por Graham Greene. El primero se titula “El observador de caracoles”. Peter Knoppert, el protagonista, empieza descubriendo la actividad sexual de los gasterópodos hermafroditas, para luego emprender con entusiasmo su reproducción dentro de peceras. Pocos meses después, los caracoles ya se cuentan por millares, tal vez por cientos de miles. Su número crece exponencialmente hasta que, en una de tantas, Mr. Knoppert es avasallado por un ejército de caracoles. Sucede en el criadero. Los moluscos conchudos se salen de las peceras y le suben por todo el cuerpo, poco a poco, hasta que logran inmovilizarlo. Acto seguido, cuando grita para pedir ayuda, los gasterópodos se le meten por la boca y le alcanzan la garganta. A partir de ese momento, Knoppert ya no puede respirar y muere asfixiado.
A propósito de los que llevan su casa al hombro y marcan sus huellas con hilos de plata, es bien sabido que la Highsmith mantenía en el jardín de su casa de Suffolk unos trescientos caracoles. El amor que les profesó a los panteoneros sólo era comparable por el que siempre tuvo por los gatos.
Cuando ya había cumplido los cincuenta y ocho años de edad, Patricia conoció en Berlín a Tabea Blumenschein, una joven punk de veinticinco, estrella del cine lésbico, mejor conocida como Madame X. Llegando el mes de mayo de 1979, escritora y actriz se fueron de vacaciones a Londres. Formaban una pareja extraña. La escritora, con las facciones duras, sin maquillaje, medio peinada con la raya de lado, el cuello muy corto, las manos grandes, toscas y vestida con acentos masculinos. La joven Tabea, por su parte, maquillada con exageración, los ojos muy a la Irma Serrano, los pelos rubios cuidadosamente erizados, aretes de buen tamaño y siempre vestida estrafalariamente, unas veces disfrazada de hombre y otras de mujer. Más allá de la misma preferencia sexual, parecía que no tenían mucho en común. Por eso su romance fue fugaz. En una carta tan amable como despiadada, Tabea le informó a Pat que lo sentía mucho, pero sus affairs nunca duraban más de cuatro semanas. La ruptura devastó a la escritora, que se había vuelto loca por Madame X.
El 26 de marzo de 1980, dos cobradores de impuestos franceses y un policía tomaron por asalto la casa de Moncourt –al viejo estilo nazi– para buscar evidencias de evasión fiscal. Requisaron toda la documentación que pudieron y le impusieron a la Highsmith una multa de 10 mil francos, aduciendo que ningún residente en Francia podía tener cuentas bancarias en el extranjero. Enfurecida, la escritora vendió su casa y se largó a Suiza. En 1981 se instaló en Aurigeno, donde compró una vetusta mansión de piedra, construida en dos plantas. La morada era fría, húmeda y obscura. No obstante, Patricia parecía estar contenta en esa pequeña aldea de habla italiana. Quizás lo suyo era estar en medio de la nada, escribiendo, bebiendo, fumando y disfrutando de la soledad.
Muerte en la Casa Highsmith
En la primavera del ’86 le detectaron un tumor canceroso en el pulmón derecho. Highsmith era adicta a la nicotina desde que tenía dieciséis años. Le extirparon la neoplasia y quedó con una cicatriz de 40 centímetros. Después de la operación dejó de fumar. No más Gauloises bleus.
Por esos años, sus posiciones antisionistas se radicalizaron. Las dedicatorias de sus últimos libros parecían más bien consignas de izquierda. Por ejemplo, la correspondiente a la edición europea de Gente que llama a la puerta, reza: “Para la valentía del pueblo palestino y sus líderes, en la lucha por recobrar su suelo patrio.” En el mismo tenor, la de Ripley bajo el agua manifiesta: “Para los muertos de la Intifada y para los kurdos,
para todos aquellos que luchan contra la opresión en cualquier parte del mundo.”
En abril de 1987, Patricia Highsmith compro? un terreno en Tegna, a siete kilo?metros de Lugano, y ahí empezó a construir una residencia con muros elevados y sin ventanas, que más bien parecía la fortaleza de una socio?pata. En diciembre de 1988 se mudo? a la llamada “Casa Highsmith”, donde su salud continuó deteriorándose. El principio del fin fue un resfriado, acompañado de hemorragias nasales. En un santiamén perdió quince kilos. Su médico le informó que padecía anemia aplásica y que el cáncer pulmonar se estaba reinstalando.
Finalmente, el 4 de febrero de 1995, a las 6:30 de la mañana, Patricia Highsmith murió sin nadie que la acompañara, tal y como ella quería. La cremaron a la mañana siguiente. Sus cenizas fueron depositadas en el cementerio de Bellinzona, adyacente a la iglesia de Tegna. La gran maestra del suspenso psicológico le heredó toda su fortuna, calculada en tres millones de dólares, a Yaddo, la colonia de artistas y escritores donde Pat había terminado de escribir Extraños en un tren. A sus lectores nos dejó algo más valioso: veintidós novelas, ciento trece cuentos y un texto introductorio al arte de escribir intrigas vigorosas l