En lugar de promover la paz, líderes mundiales alientan la guerra, pidiendo que se respeten sus reglas. Hay que matar sin pasarse. Con argumentos canallas claman que Israel tiene derecho a defenderse, otorgando patente de corso para llevar a cabo el genocidio del pueblo palestino. Lo que se dice para Israel sirve para el genocidio de los pueblos originarios y las más de 30 guerras activas que sacuden el planeta. Da igual ser un líder conservador, liberal, progresista o de la autodenominada izquierda democrática, todos confluyen: hay que salvar el capitalismo al precio que sea, aunque ello signifique el fin de nuestra especie. Para no caer en dobles y triples morales, hablo de lo humano que nos hace humanos. Los miles de emigrantes muertos en el Mediterráneo deberían ser suficiente ejemplo de la deshumanización que nos afecta.
No se conoce especie social que practique la guerra, la competitividad, la explotación, aliente el odio, la envidia y la desigualdad como parte de su organización social. Tampoco se tiene constancia de especies cuya existencia derive en el colapso de su nicho ecológico. Las crisis de extinción son ajenas a la voluntad de los seres vivos que habitan el planeta.
Ahora bien, si nos atenemos al Homo sapiens sapiens, esa máxima no se aplica. Un ser que sabe que sabe, reflexiona y es consciente de sus acciones, acaba evadiendo sus responsabilidades. Lo humano, la relación ética que une naturaleza biológica y social, es negada en beneficio de justificar sus holocaustos. Me remito a los hechos. En los últimos 100 años, el ser humano ha provocado dos guerras mundiales, lanzado bombas atómicas sobre la población civil, desarrollado armas químicas y biológicas con el objetivo de imponer una voluntad sea en pro de una raza, un dios o una razón cultural. Aviones, drones, submarinos, portaviones, carros de combate. Tecnologías de muerte creadas para generar terror, miedo y sumisión.
Los ciudadanos del mundo protestan, alzan su voz, copan las calles, piden el fin de las guerras, desnudando las vergüenzas de sus dirigentes. Pero nada cambia. Oídos sordos. La deshumanización avanza a ritmo acelerado. El verdadero ganador del proceso de deshumanización es el complejo financiero-industrial-militar. En la página digital Estrategias de Inversión, la periodista Raquel Jiménez publica el artículo de coyuntura Las empresas armamentísticas, las grandes beneficiadas del conflicto de Israel y Hamas en bolsa
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Desde el recrudecimiento del conflicto palestino-israelí, dirá, cuatro empresas estadunidenses han visto subir sus valores en bolsa y aumentar sus beneficios. Lockheed Martin ha recibido más de 5 mil 700 millones de dólares en contratos con Israel. Las acciones de Raytheon Tecnologies suben desde el 7 de octubre, 5.5 por ciento; General Dynamics obtiene una ganancia de 9.3 por ciento y Northrop Grumman, quinto fabricante de armas en el mundo, se embolsa una rentabilidad de 15.5 por ciento en 10 días. A ello se deben sumar los altos réditos de la compañía francesa Dassaut Aviation, con 8.30 por ciento; la británica BAE Systems, segunda contratista militar del mundo, con ganancias de 9.6 por ciento, y las alemanas MTU Aero Engines y Rheinmetall AG, cuyas acciones muestran un alza de 4 y 15 por ciento desde el 7 de octubre. Sin olvidarnos del grupo italiano Leonardo que se encuentra en beneficios de máximos anuales.
La especie humana ha fracasado. Lo que nos hace humanos, el reconocimiento del otro, la empatía frente al sufrimiento, se ha clausurado en nombre del poderoso. Primo Levi, en su trilogía de Auschwitz, define la deshumanización. Así debe sentirse hoy el pueblo palestino: “Entonces, por primera vez, nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede caerse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro. (…) Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera, que detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca (…). En la historia y en la vida, parece a veces discernirse una ley feroz que reza: A quien tiene, le será dado, a quien no tiene, le será quitado”. Ese algo es la dignidad. Por eso se lucha.