El olvido, el poema y el sueño: Luis Cernuda, 60 aniversario luctuoso
Juan Vadillo
Donde la luz más bella hace la sombra
Y donde la memoria más pura hace el olvido
Luis Cernuda, “El retraído”
El olvido
Poesía es olvidar para poder recordar, escribió Paul Valéry, recordar lo que verdaderamente somos: el tiempo de la infancia y del origen, la región más profunda de los sueños, el primer color, el primer sonido. En el olvido y en el poema, el deseo y la realidad se reconcilian.
La tensión contrapuntística entre la realidad y el deseo quizás sea el tema central de la lírica de Luis Cernuda, el poema va a surgir de esta tensión que resuelve la disonancia en consonancia; el deseo siempre insatisfecho frente a la realidad se sublima cuando la música del verso encuentra el olvido. Entonces esta música despierta las emociones vírgenes de la infancia. En la rima LXVI de Gustavo Adolfo Bécquer, cuyo penúltimo verso da título al poemario de Cernuda, Donde habite el olvido, aparece la muerte ligada a la primera infancia, el camino que conduce a la cuna es el mismo que lleva a la tumba. El deseo del caminante está en llegar a esa muerte mítica del principio y el fin. Podemos pensar entonces en una muerte simbólica, necesaria para que el poema resurja. En ella se encuentra lo más profundo del olvido.
En el primer poema del libro Donde habite el olvido, el deseo se desvanece en la región del olvido, el paisaje desolado se pierde en la lejanía, casi rozando la muerte el yo lírico sólo es la memoria de una piedra. Casi rozando la muerte la mirada se pierde a lo lejos en el olvido.
En una estrofa romanceada del libro Primeras poesías, el yo lírico se interna en estancias del olvido: “¿He cerrado la puerta?/ El olvido me abre/ Sus desnudas estancias/ Grises, blancas, sin aire.” Aquí el poeta no sólo se pregunta si le ha cerrado la puerta a la memoria, sino también a la realidad, para conseguir adentrarse en el olvido que es la última consecuencia del poema.
En su ensayo sobre Cernuda, “La palabra edificante”, Octavio Paz apuntaba que, en los versos del poeta sevillano, la tensión entre la realidad y el deseo no sólo consigue dibujar la imagen del amor, sino también la pulsión erótica de la muerte: “Ven muerte tan escondida,/ que no te sienta venir/ porque el placer de morir/ no me vuelva a dar la vida.” Así rezan los versos del Comendador Escrivá, donde queda expresada la muerte pequeña que vuelve a dar la vida con el deseo. Esa presencia erótica de la muerte guarda la resonancia luminosa que nos deja el verso en el silencio y en la oscuridad: “Un llanto entre las manos/ Sólo. Silencio; nada./ La oscuridad temblando”, dicen tres versos de una estrofa de Primeras poesías, donde la voz lírica, que esencialmente es llanto, hace temblar al silencio cuando se desvanece; se trata del silencio que viene después de la música y del verso, el silencio luminoso del olvido. Es decir, el silencio que dice Nada, que es todo lo contrario que no decir nada.
En la estrofa siguiente a estos tres versos de Primeras poesías, la relación entre la sombra y la luz se parece a la que guarda el silencio con el sonido: “Va la sombra invasora/ Despojando el espacio/ Y la luz fugitiva/ Huye a un mundo lejano.”
En el umbral de la sombra, en el borde del olvido se dibuja el mundo lejano del poema, donde inevitablemente la luz va a desvanecerse con la sombra, así como la música del verso se desvanece en el silencio. Al borde de este mundo, la realidad y el deseo entablan un diálogo sublime. En palabras de Octavio Paz, “el deseo vuelve real lo imaginario, irreal la realidad”. Podemos pensar que en la sombra se encuentra el mundo autoerótico del poema, el mundo del sueño, “con la sombra en la cintura/ ella sueña en su baranda”, rezan dos versos de un Romance de Lorca, donde la gitana se suicida porque no puede soportar que la realidad destruya su mundo autoerótico. Aquí vemos cómo el deseo va a conseguir que ese mundo imaginario se vuelva real; la gitana se suicida porque intuye que su mundo, frente a lo que llamamos realidad, sólo se puede perpetuar en la muerte.
Esta sublimación de lo real solamente se consigue merced al olvido que está hecho de memoria, que despierta la memoria del poema. En los versos de Cernuda se destila la memoria más pura, una luz incandescente que sólo se encuentra a sí misma en el olvido, en la sombra.
La lírica cernudiana nace de la sombra, por ello es –paradójicamente– una revelación luminosa que, por un momento sincrónico, reconcilia el deseo con la realidad. Ese es el momento en que Octavio Paz encuentra que la tensión entre la realidad y el deseo se resuelve en el amor y la muerte. Fuera de esta revelación –advierte Cernuda–, “la realidad exterior es un espejismo”, que sólo el amor puede desmentir; entonces la poesía consigue expresar la verdad. Es por ello que el poema, donde se manifiesta la pureza del deseo y el amor, es para Cernuda la única posibilidad de hallar la verdad de uno mismo, que en esencia es la verdad de todos: “Si el hombre pudiera decir lo que ama […]/ Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,/ La verdad de sí mismo […]/ Yo sería aquél que imaginaba;/ Aquél que, con su lengua, sus ojos y sus manos/ Proclama ante los hombres la verdad ignorada,/ La verdad de su amor verdadero.”
El sueño
El sueño también puede verse como un olvido, olvidamos la vigilia para recordar otra parte de nosotros mismos donde la estructura racional desaparece: “recuerde el alma dormida”, decía Manrique, expresando que el despertar es una forma de recordar; en cambio, André Breton pensaba todo lo contrario, que uno despierta cuando empieza soñar. Entonces lo real es el sueño y lo irreal es la vigilia; siguiendo a Octavio Paz, el deseo consigue que el sueño sea más real que la vigilia. En el mundo de Cernuda, el poeta sueña cuando se entrega al canto, y entonces encuentra en el poema su verdad. El sueño lo acerca al tiempo de la primera infancia, también al tiempo sin tiempo del amor. Octavio Paz apunta que, en la poesía de Cernuda, “el amor revela la realidad al deseo”. En el momento del amor como en el poema, la realidad y el deseo se reconcilian porque se transforman en sueño, entonces la piel que divide a los amantes se deja sentir en duermevela, entre el deseo y la realidad, entre el sueño y la vigilia, como sucede en los siguientes versos del poema “No decía palabras”: “Mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,/ Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.” El deseo sólo puede ser real en el momento del amor cuando –paradójicamente– se vuelve sueño. No obstante, el amor también puede despojarnos de nosotros mismos, tal como se siente en los siguientes versos del poemario Donde habite el olvido: “Mas el amor, como un agua,/ Arrastra afanes al paso./ Me he olvidado a mí mismo en sus ondas.” Este amor ha dejado al poeta vacío, desdibujado hasta rozar la nada: “Ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu.” Con este amor la existencia se transforma en una paradoja: “vivo y no vivo, muerto y no muerto”; el hecho de existir apenas se dibuja en el deseo inasible, esa pregunta que no tiene respuesta, el eco de un eco que besan los labios siendo sueño. Cuando la promesa del deseo se cumple, el sueño traza el roce de los cuerpos. Entonces el poema se transforma en pasión.
En los versos de Cernuda, el olvido guarda la memoria más lejana que lleva en su entraña al poema; en esta región el deseo encarna en la palabra. Entonces se vislumbra una verdad muy distinta a la razón, donde nos reconocemos como en un espejo: el erotismo se transforma en sueño, y el tiempo del reloj se detiene. La realidad y el deseo en contrapunto, se encuentran y se alejan hasta que llega, de la mano del silencio, el olvido. Antes y después de la palabra está el olvido.
Hoy se cumplen sesenta años de la muerte de Luis Cernuda (1902-1963), y todavía seguimos recordando sus versos donde la palabra se hace carne y la carne se transforma en sueño. Entre la realidad y el deseo los versos del poeta sevillano consiguen emocionarnos como si se hubieran escrito el día de ayer. Con toda esa frescura, pero también con toda la profundidad del olvido, el poeta consiguió expresar –como nunca antes se había hecho– la intensidad de la pasión amorosa en todos sus matices, en esa región donde dialogan el deseo, el amor y la muerte.