Danzas macabras alrededor de la muerte que parece continuarse con el cambio climático. Pero ¿qué es la muerte? ¿Qué sabemos de la muerte?
Emmanuel Levinas, en su libro Dios, la muerte y el tiempo, da elementos para reflexionar al respecto: La vida humana no es un ocultar… Un vestir…
, es al mismo tiempo un desnudar, porque es relacionarse. La muerte en cambio es la separación irremediable. Es descomposición, es la no respuesta. La muerte de alguien no es, a pesar de lo que parezca a primera vista, una factualidad empírica: no se agota en esta aparición. Con énfasis dice más adelante una reflexión que vale la pena retener: El prójimo me caracteriza como individuo por la responsabilidad que tengo sobre él. La muerte del otro no substancial, no simple coherencia con los diversos actos de identificación, sino formada por una responsabilidad inefable
.
El morir del otro, afecta mi identidad como yo
. Tiene sentido en una ruptura del mismo, su ruptura de mi yo
. Con lo cual mi relación con la muerte y la de los otros no es ni sólo conocimiento de segunda mano, ni experiencia privilegiada de la muerte.
Por tanto, la muerte del otro es parte de mi muerte. No importa el color, la raza, la religión, la ideología ni el estatus social. El otro que muere es parte mía, algo de él que muere en mí y algo de mí muere con la muerte del otro. Algo de nosotros muere con estas macabras desapariciones.
¿No estaremos asistiendo y hecho visible el fin de una forma de vida, la anulación de creencias, la imposibilidad de mantenerse dentro de cánones que nos daban seguridad y nos cubrían el desamparo original?
Ese deslizarse no de la vida a la muerte, sino en continuo vida-muerte, fuera del mundo, fuera del yo
en una atemporalidad.
La muerte danza seductora frente a los personajes y dentro de ellos para colocarnos en terreno de lo prohibido. Todo ante la descarnada negación que representa la muerte, que decía García Ponce.