“La glosolalia nos conduce a una región donde lo que está en juego es el fundamento mismo del lenguaje.”

Hablar en lenguas: la glosolalia como patología y recurso divino/literario

José Rivera Guadarrama

El lenguaje es, a no dudarlo, un fenómeno complejo que involucra todas las dimensiones del ser humano, y la glosolalia bien da cuenta de ello: cerebrales, lingüísticas, psicológicas, filosóficas, culturales e incluso teológicas, como se ve en este artículo, donde se afirma: “La glosolalia nos conduce a una región donde lo que está en juego es el fundamento mismo del lenguaje.”

Las prácticas de la glosolalia [lenguaje ininteligible, con palabras inventadas y una sintaxis alterada] se extienden más allá de lo bíblico, a pesar de que es ahí en donde se le dan las primeras interpretaciones, sobre todo las que indican una especie de conexión con lo divino a través del lenguaje.

En el ámbito secular, este vocablo también cuenta con fuertes vínculos literarios, entre poesía y narrativa, en el sentido expresivo y rítmico de la composición de los versos pero, de igual manera, dentro de la lingüística se generan problemas de estructuras semánticas, sin dejar de lado las investigaciones al respecto en el área psicológica.

Situándola en una línea de tiempo, la glosolalia se percibe de forma nítida en algunos pasajes de la Biblia. Las primeras descripciones se pueden apreciar en el Nuevo Testamento, sobre todo en la primera epístola de San Pablo a los corintios, en donde se dice que “El que habla en lenguas (lalein glosse) no habla a los hombres, sino a Dios. En realidad, nadie le entiende. Dice en espíritu cosas misteriosas”.

Ese “hablar en lenguas” es lo que más adelante se nombrará bajo el término glosolalia. Pero ya desde ese relato antiguo se pueden percibir las complejidades al respecto. Esto es, que mediante el lenguaje se pueden alcanzar conexiones divinas, sin importar que ningún otro humano las entienda. Ese vínculo trazado es más individual, único, casi secreto entre quien lo emite y Dios.

Lo interesante de esas dinámicas es el fundamento mismo del lenguaje porque, entonces, la glosolalia podría considerarse una parte fundamental del surgimiento del cristianismo. De esta forma, lo que distingue a esta religión del judaísmo es la preeminencia de la oralidad y la escritura. En el judaísmo todo está escrito en la Torá; la palabra ya tiene forma, sonido y significado, Mientras que entre los cristianos lo que se transmitió al principio no fue una ley escrita, sino una palabra oral, revelada a través del verbo original de Dios: “En el principio estaba la Palabra y la palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.”

La lengua de dios

PERO, ESA PALABRA, ¿en qué idioma se transmitió? Quienes en ese momento la escucharon, ¿entendieron con claridad lo que se decía? Esa inteligibilidad es la parte complicada de la glosolalia, que ya desde aquellos siglos se manifestaba de manera vocal e indescifrable. Era atribuida más bien a la experiencia mística personal, en donde prevalecía una especie de comunicación entre quien la emitía y la divinidad, una inspiración divina. Sin embargo, fuera de esos ámbitos místicos, esa actividad era considerada como una simple sucesión inconexa de palabras carentes de significado.

Fue durante el siglo XIX cuando este neologismo comenzó a utilizarse. El vocablo en griego está formado a partir de glossa (lengua) y de lalein (hablar) y durante este mismo período la psiquiatría dejó de considerarla como un don divino y comenzó a estudiarla sin lograr descifrarla del todo. Al final, sus resultados indicaban que se trataba de síntomas de profundos desórdenes mentales. Desde esa disciplina, quienes la practicaban o emitían eran diagnosticados con desórdenes patológicos.

Entre otros, está el caso concreto de la vidente suiza Hélène Smith, nacida como Elise Müller (1861-1929), quien entre los años 1894 y 1902 aseguraba que había inventado cuatro lenguas de tendencias alienígenas: el marciano, el ultramarciano, el uraniano y el lunariano, con sus correspondientes escrituras. Estos resultados llamaron la atención del psiquiatra Théodore Flournoy, quien después de diversas sesiones presenciando lo que le ocurría a Smith, determinó que esas lenguas constituían una prueba de profundos desórdenes psicóticos.

Por su parte, en el ámbito literario, secularizado y desencantado de comienzos del siglo XX, los escritores de aquellas décadas comenzaron a experimentar con variados recursos retóricos con la intención de confeccionar otras variedades de estilos sonoros. Fueron, sobre todo, en las sesiones dadaístas en las que se recitaban poemas glosolálicos. Estos escritores incorporaron, además de música, diversas sílabas con las que pretendían dotar de mayor sonoridad y misticismo a sus escritos. Aquellas sesiones performáticas no estaban alejadas de atmósferas religiosas. Por ejemplo, el poeta alemán Hugo Ball decía de algunos de sus escritos que la entonación hacía referencia a las “antiguas lamentaciones sacerdotales, al estilo del canto litúrgico”. Su poema titulado “Karawane” es un claro ejemplo glosolálico: “jolifanto bambla o falli bambla/ großiga m’pfa habla horem/ egiga goramen/ higo bloiko russula huju/ hollaka hollala/ anlogo bung/ blago bung blago bung/ bosso fataka/ ü üü ü/ schampa wulla wussa olobo/ hej tatta gorem/

eschige zunbada/ wulubu ssubudu uluwu ssubudu/ tumba ba-umf/

kusa gauma/ ba – umf”.

Otro poeta que empleó estos recursos retóricos fue el francés Antonin Artaud (1896-1948), quien recurría a la tradición religiosa y patológica de las glosolalias. Sus glosopoiesis, por una parte, y sus “cacas glosolálicas”, por otra, han sido a menudo interpretadas como los delirios de un psicótico místico, las cuales surgían en períodos críticos místico-religiosos alternados con episodios psicóticos: “to feta/ a to tafura/ ta fotura/ e fai ton trumeau// to n feta/ e festa praline/ to butine/ y peed las palabras// ta rumi// to kumi/ torchati sibiche”.

En nuestro continente, durante esas mismas décadas en las que las vanguardias artísticas se extendían por diversos países, el escritor argentino Arturo Carrera escribió que la poesía experimental comenzó en América “como un juego de niñas glosolálicas”, cuando en la casa del poeta Mariano Brull, la mayor de sus hijas recitó un poema que decía: “Filiflama alabe cundre/ Ala olalúnea alífera/ Alveolea jitanjáfora/ Liris aslumba salífera.”

Otros poetas que utilizaron esos recursos glosoláicos fueron Oliverio Girondo y Vicente Huidobro, además de los rusos Velimir Khlebnikov y Aleksei Kruchenykh, quienes además desarrollaron un nuevo idioma al que nombraron zaum, en donde la gramática, la sintaxis y la lógica tradicionales eran dejadas de lado.

Las ficciones del decir

EN TODOS LOS casos citados, lo que coincide en esa actividad es que glosar implica un hablar singular, un indiscutible acto del lenguaje, ya sea divino, literario o patológico. Es decir, las palabras que se emiten no dejan de serlo a pesar de no conocer sus significados, referencias o similitudes con las cosas que conocemos. De lo que carecen, en esos casos, es de la significación en un determinado idioma. De ahí que Michel de Certeau denominara a la glosolalia como “ficciones del decir”, lo que nos hace pensar en las formas de hablar una lengua sin que sea concreta, conocida o situada.

En ese mismo sentido, en su texto La glosolalia como un problema filosófico (1983), Giorgio Agamben indica que esta actividad no es un hablar en lenguas extranjeras ni una pura y simple emisión de sonidos inarticulados, sino, sobre todo, un hablar en glosas, es decir, en palabras cuya significación es desconocida, ya sean palabras muertas, palabras extranjeras o incluso palabras que no pertenecen a ningún lenguaje humano.

Estos gestos sonoros, articulados por la lengua más allá de sí misma, diagraman un habla singular que en las exclamaciones establecen límites del lenguaje ante la materia sonoro-semántica de la palabra. Por eso, para el lingüista William Samarin las glosas no son un lenguaje natural. Su compleja elaboración y emisión se dan en la medida en que son producidas a partir de un lenguaje existente, en cada caso el lenguaje nativo de cada glosolalista. De ahí que ciertos elementos se tomen prestados, como el acento, las sílabas que se utilizan, el sonido de las letras y vocales. Es como si fuéramos pintores con tres colores, pero hay quienes son más creativos con la elaboración de nuevos colores con base en los que ya se tienen, indica en su libro La lingüística de la glosolalia (1986). Ahí asegura que “las glosas no son idiomas humanos, sobre todo porque no son sistemas de comunicación”.

La glosolalia nos conduce a una región donde lo que está en juego es el fundamento mismo del lenguaje. Un paroxismo en donde, además, se genera una nueva experiencia del habla, una pura instancia nihilizante de la palabra en el principio. Lo que se abre aquí es una dimensión del lenguaje que precede a todo saber y a toda interpretación. De esta forma se puede explicar el alcance de la glosolalia, que se ha desplazado de la esfera de lo sagrado y ha entrado en los usos de la vida profana, en las artes y en algunos casos en el habla cotidiana, dejando de lado la exclusividad religiosa y la especie de castración psicológica en la que había estado clasificada.

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