Adolfo Gilly:
La Revolución Mexicana interrumpida y la revolución permanente
Miguel Ángel Adame Cerón
La irrupción de la Revolución Mexicana
Siguiendo al revolucionario ruso León Trotski, el gran historiador argentino-mexicano recientemente fallecido Adolfo Gilly considera que el rasgo definitorio de la Revolución Mexicana de 1910 es “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”, aparece sobre todo fuera de la estructura de la dominación estatal y contra ella, que altera y transforma de abajo a arriba todas la relaciones sociales del país durante diez años de intensa actividad revolucionaria, y su motor central es “una gigantesca guerra campesina por la tierra que pone en cuestión el poder y la estructura del Estado”, controlado éste por la oligarquía mexicana, unida a intereses de la burguesía mundial europea y estadunidense y, en su vena central, por los terratenientes y las dictadura porfirista. Participan en esa dinámica irruptiva toda las regiones de la geografía nacional; de esta forma el pueblo mexicano, según Gilly, se rehízo a sí mismo en la revolución.
El desarrollo del capitalismo y su acumulación en México durante el porfiriato se valió de actividades explotadoras y opresoras de compañías extranjeras deslindadoras, de haciendas, de industrias, del ejército, de funcionarios de gobiernos, de caciques y hacendados. Los campesinos y trabajadores sufrieron estas acciones bajo expoliaciones, despojos y coerciones típicamente capitalistas (asalariadas) combinadas con formas semi y precapitalistas (peonajes y semiseclavitud).
La revolución en la revolución
La clave popular de toda revolución, señala Gilly, es que las masas decidan por sí mismas a través de sus organizaciones propias, a través de las cuales puedan expresar las conclusiones de su pensamiento colectivo y ejercer su autonomía; aunque durante la revolución armada mexicana el proletariado tuvo poca participación debido a su tamaño, sí se hizo notar por ejemplo con las huelgas obreras y el magonismo, pero fueron los campesinos los que tuvieron mayor peso, destacando los zapatistas del sur y los villistas del norte, los primeros por su experiencia organizativa de autogobierno con la “comuna de Morelos”. Así, recuperando estos movimientos, destaca lo que llamó “la revolución en la revolución”, o sea, la persistencia de las masas en sus decisiones más allá de las inevitables mediaciones de las direcciones burguesas con sus jefes, generales y líderes. Esta persistencia de las masas pobres campesinas y proletarias, que en sus luchas y movimientos van avanzando mediante organizaciones y proyectos su conciencia revolucionaria para subvertir las explotaciones y sujeciones capitalistas, se convierte en un proceso de “revolución permanente”.
Karl Marx y Federico Engels formularon este importante concepto desde mediados del siglo XIX: dado que las peticiones meramente democráticas que buscan las clases pequeñoburguesa y burguesa no pueden satisfacer nunca los objetivos de las clases proletarias, que buscan mantener la revolución en marcha “hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado [y el pueblo] y las fuerzas más importantes de producción sean concentradas en sus manos”; de esta manera, “el socialismo revolucionario es la declaración de la revolución permanente”. Después otros marxistas, y especialmente León Trotsky, recuperan este planteamiento señalando que toda revolución moderna nacionalista o democrático-burguesa no puede responder radicalmente a las aspiraciones revolucionarias de las masas proletarias y populares, que tienden a convertir esos procesos revolucionarios en derrocamiento del poder burgués y la instauración un poder democrático proletario.
En su esencial libro La revolución interrumpida (1971), Gilly se inspira en esa concepción socialista marxista para analizar la revolución mexicana. En él plantea que existen generalmente dos propósitos encontrados en los movimientos revolucionarios; por un lado, los de las corrientes conciliadoras y reformistas que buscan hacer ajustes políticos desde arriba y, por otro, los de las fuerzas revolucionarias que buscan que las masas, el pueblo en armas, ejerzan el poder y se lleven a cabo democráticamente las transformaciones sociales. Así, por el lado de las primeras, la revolución se presentó como una lucha entre dos fracciones de la burguesía, donde el sector que intenta apoderarse del control del Estado para reconfigurarlo (Madero, Carranza, Obregón) acude a la movilización de las masas en su apoyo; por el lado de las segundas, particularmente de sus fracciones más radicales (Magón, Zapata y Villa), la revolución superaba los marcos burgueses y adquiría un sentido potencial y empíricamente anticapitalista.
Revolución inconclusa hacia la revolución socialista
A falta de dirección obrera –plantea Gilly–, ese contenido anticapitalista y prosocialista no podía desarrollarse ni manifestarse con plenitud, pero quedó presente en la conciencia y en la experiencia histórica de las masas. Esa dinámica quedó interrumpida, dejando en las masas un sentimiento de revolución inconclusa. La dinámica no continuó pero tampoco fue vencida y dispersada; el nuevo régimen que instauró la fracción burguesa vencedora no fue de una dominación directa y sin mediaciones, sino bonapartista y de concesiones, apoyándose cada vez más (hasta la presidencia de Lázaro Cárdenas como máxima expresión) en las demandas apremiantes de las masas, teniendo en cuenta, para organizar el reconstituido Estado y gobierno, la nueva relación de fuerzas entre las clases.
Por último, para Adolfo Gilly la idea de la “interrupción” de la revolución tiene que ver con la respuesta que se dé al problema de saber si una ruptura completa e histórica separa a la futura revolución socialista de la experiencia de la Revolución Mexicana o, por el contrario, si lo que ésta ha dejado en la conciencia organizativa y en la experiencia histórica de las masas mexicanas puede integrarse y trascender en los contenidos anticapitalistas de la revolución y el gobierno socialistas. Por eso la centralidad de un juicio crítico y valorativo fundamentado sobre la Revolución Mexicana, para el proyecto revolucionario socialista presente y futuro, que hoy es más vigente que nunca.