Enrique Dussel: nosotros somos los otros
Antonio Valle
Existen personajes cuya biografía interior es tan sorprendente como sus experiencias “reales”. Antes de explorar las ideas de un hombre que dedicó su vida entera a reflexionar, observo con atención una vieja fotografía: un niño, que debe tener unos cuatro años, monta un triciclo. El pequeño tiene un chupón en la boca, lo cual indica que recién fue destetado. La criatura transporta una enorme valija y trae puesto un sombrero. Es evidente: el niño –que años después será un tránsfuga del pensamiento occidental– se dispone a viajar. Como las ruedas de su triciclo, serán tres los ejes cardinales sobre los que nuestro viajero se apresta a conocer –y hacer del amor– conocimiento. Sobre otro eje comienza a girar la rueda crítica de la historia y, finalmente, el re-conocimiento de la realidad.
Con el pequeño Enrique Dussel montando el asombroso vehículo, la imagen presagia una formidable experiencia intelectual, cultural y política. Como en el “nudo borromeo”, modelo psicoanalítico ya clásico de Jacques Lacan, en la fotografía del pequeño argentino vemos anudados los aros de “lo real”, “lo simbólico” y “lo imaginario”. Con esta tierna y vibrante imagen comienza la biografía de Enrique Dussel.
Hacia una nueva geografía mental
Como uno de los breves versos más famosos de todos los tiempos, el clásico “Yo soy otro” de Arthur Rimbaud, Enrique Dussel ha tenido una vida tan fascinante como la del poeta francés. Desde la adolescencia, la vida interior de Dussel estará signada, como la de Rimbaud, por la búsqueda de la verdad, categoría mental que no todos los seres humanos enfrentan. Dussel realiza un doble viaje, algo lo impulsa a vivir en un sinnúmero de países, al mismo tiempo que estudia teología y filosofía. Desea saber para qué sirven la historia, la antropología, la política. Entonces medita, reflexiona, aprende y cuestiona sus propias formas de pensamiento. Tesis, antítesis, síntesis. Comienza a inquietarlo la dialéctica clásica griega y la dialéctica hegeliana. Intuye que algo no abraza ese sistema de cognición. Como Rimbaud, aunque sin la carga dramática-poética, sabe que necesita pasar por una temporada en el infierno, es decir, que necesita profundizar, decentarse, salir de sí mismo, liberarse de la constelación mental con la que ha construido ciertas lógicas, una filosofía, una cultura.
Otro outsider en el camino
Enrique Dussel nació en la provincia de Mendoza el 24 de diciembre de 1934. Su padre era un médico de línea humanista, esa clase de galenos de los que quedan muy pocos. El hombre aparcaba su auto en los pueblos para meterse en el monte a caballo y atender enfermos. Preocupado, como su padre, por el bienestar de los otros, después de estudiar Bellas Artes y Filosofía, desarrolla la primera de muchas tesis con el tema del “bien común en los griegos”. Con el mismo tema obtiene un doctorado en Madrid. Después, a pie, o haciendo autostop, atraviesa Europa. Llega a Israel. Durante dos años trabaja como carpintero-obrero. Entonces descubre al otro, pero no es cualquier otro: se trata del miserable, el outsider, el relegado, el borroneado, el que apenas existe. Es pescador. Como Jesús Cristo tiende las redes en el mismo lago donde el Nazareno pescó algunos discípulos.
El filósofo aventurero es un erudito que habla varios idiomas. Suele contar estas historias con simpatía. Se trata de hombre sencillo, no se envanece, ha conversado con hebreos muy pobres en grutas, desiertos y caseríos miserables. Aunque por distintas razones, como Nietzsche, Marx y Freud, sospecha de la educación, de la racionalidad aprendida, del sentido (o el sinsentido) de la vida. Ese mismo año regresa a Europa. La experiencia en Medio Oriente lo lleva a estudiar Teología e Historia en La Sorbona. Poco después se sumerge en el Archivo de Indias de Sevilla. Escribe la tesis Obispos hispanoamericanos, defensores y evangelizadores del indio. Los vetustos pliegos lo impactan.
Regresa a Argentina, donde compartirá experiencias, preguntas y estudios. Lee a Heidegger y ahonda en el sentido del ser, en la estructura abstracta del tiempo. Con Emmanuel Levinas, filósofo que sobrevivió a un campo de concentración nazi, experimenta un extravío radical: con el maestro lituano comprende que el ser sólo es cuando es ser para el otro. Dialoga intensamente con sus colegas argentinos. Poco después el grupo de intelectuales publica el libro Hacia una filosofía de la liberación Latinoamericana. Un par de años más tarde su nombre “aparece” en las listas negras de los grupos de la ultraderecha Argentina. Después de sufrir un atentado con bomba en su casa –agrega Dussel con ironía–, “al menos los que pusieron la bomba sabían de lo que estábamos hablando”. Era el tiempo de los asesinos, de las siniestras dictaduras en el Cono Sur. Por aquellos días ya estaba casado con Johanna Peters y tenían dos hijos: “Ella era profesora de alemán, trabajaba y era mi garantía. Los niños crecían. Funcionaba la familia.”
Los paradójicos años sesenta
El desarrollo del pensamiento filosófico y de la práctica política de Enrique Dussel se vigoriza durante los movimientos culturales, literarios, políticos y sociales que se producen a finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta. Entre otras cosas, es el Boom de la literatura latinoamericana, que articula una constelación de relatos, historias, ficticias o reales, lo que le da visibilidad a un continente, al mismo tiempo que se plantean temas nodales que permanecieron soterrados, usurpados o distorsionados durante más de quinientos años y comienzan con el “encuentro” entre los “civilizados” íberos y los “otros, “nosotros”, los “bárbaros naturales”. Mediante la crítica al colonialismo europeo, Dussel explica el contexto histórico en el que se genera la Filosofía de la liberación:
El acontecimiento fundador debe situarse a finales de la década de los sesenta, en una situación de crisis filosófica, cultural, política y económica de contornos explosivos, que parte de la experiencia del ’68 (en París, en Berkeley, en Tlatelolco en México o en el Cordobazo de Argentina). De cierta manera la filosofía de la liberación es una herencia filosófica del ’68.
La justicia es antigua y revolucionaria
Con cierta frecuencia Dussel recuerda el Código de Hammurabi. Estas leyes babilonias, escritas sobre una estela de piedra en Mesopotamia, exponen conceptos irrefutables de igualdad y justicia. El rey de Babilonia explica que “he hecho justicia con la viuda, el huérfano, el pobre y el extranjero”. En estas líneas se resume una realidad sociohistórica, una realidad política concreta. Dussel lo sabe y dice que esas leyes no han sido promulgadas “para mi hijo, ni para mi mujer, ni para los ricos, ni para mis conciudadanos”. Son leyes pensadas y escritas en la inmortalidad de una piedra para el otro, para los otros, para
los desheredados.
Crítica filosófica de la historia: el Ser es griego o no es
La inscripción sobre la avanzada justicia semítica lleva a que Dussel haga una crítica de la historia y la filosofía helénica que reprimió, en un sentido político, psicológico y cultural, buena parte del pensamiento semítico original, corriente intelectual que fue la raíz histórica y cultural del pensamiento y el desarrollo de las polis macedonias y griegas en el siglo VI aC, cuando el imperio persa aqueménida ya ha conquistado las ciudades medas, lidias y babilonias; en el año 331 aC es derrotado por el ejército de Alejandro III de Macedonia. El gran héroe, faraón de Egipto y gran rey de Media y Persia, había sido esmeradamente educado por Aristóteles, filósofo que se formó en la prestigiada academia de Platón. No es sorprendente que Dussel cite con certera ironía: “El ser es griego, lo no griego no es, son los bárbaros.” Alejandro Magno, hegemón de Grecia, expande su imperio hasta el valle del Indo y a Egipto. Sin embargo, una vez que muere Alejandro, presumiblemente asesinado por dos o tres de sus generales, el imperio comienza a desmoronarse.
Han pasado algunos siglos de decadencia helénica, surge el imperio romano, organización política y militar que en buena medida se erige sobre las bases y ruinas del imperio alejandrino. Siglos más tarde, cuando el imperio de Roma ya adoptó buena parte del pensamiento clásico griego, después del nacimiento de Cristo –y precisamente en contra del Nazareno– se inician las persecuciones a los cristianos. Sin embargo, ya en plena decadencia, hacia el siglo IV dC, como una medida para conservar su estructura, el imperio adopta la religión cristiana, acontecimiento histórico inaudito que hace exclamar a Dussel: ¿cómo es posible que los cristianos que fueron perseguidos y asesinados se conviertan en la esencia del imperio romano? Décadas más tarde inicia la Edad Media, concepto histórico al que Dussel pone en cuestión. Asegura que no existió, que ese período sólo ocurrió en una pequeña porción del planeta, ya que tanto en el lejano, como en buena parte del cercano Oriente y, por supuesto, en América jamás sucedió.
Dussel explica que la Edad Media (siglo V al siglo XV), se caracteriza por pasar del modo de producción esclavista al modo feudal de vasallaje, modo de producción exclusivo de Europa. Con el fin de la Edad Media concluye la cultura clásica helénica para dar paso a una teocracia cristiana. Nuestro filósofo explica que las verdaderas ciudades modernas de Europa son Florencia y Venecia, y eso se debe a que a través de la Ruta de la seda comercian con China y con India. Por otro lado, los califatos unidos en el imperio Otomano toman Constantinopla en 1453, derrotando así al Imperio Bizantino, es decir a la Iglesia de Oriente.
Lo más occidental/lo más oriental
Dussel explica que los otomanos habían erigido una especie de muralla que impedía la expansión de las Iglesias de Oriente y Occidente, es decir, de lo que quedaba del imperio Romano, tanto en la versión carolingia como en la versión romana germana de tal forma que, hacia 1492, el reino de España, lo más occidental de Occidente, se embarca por el Océano Atlántico buscando una ruta marítima alternativa para comerciar, mientras esa gigantesca porción de tierra a la que llamarán América, desde hace miles de años ha sido poblada por grupos de las culturas más orientales de Oriente. Estos movimientos migratorios atraviesan por el congelado estrecho de Bering y pueblan desde Alaska hasta la Patagonia.
De la represión política y cultural que todo vasallaje supone, los conquistadores eran representantes de una tradición feudal de diez siglos, gigantesco período de enrarecimiento y oscuridad filosófica, científica e intelectual. Los íberos son representantes y militantes herederos de las Cruzadas, de una tradición filosófica grecolatina que consideraba, como Platón y Aristóteles, que todo lo que no fuera Europa occidental era territorio de bárbaros. Enrique Dussel desarma el “idílico encuentro”, la visión romántica de una “integración” entre dos culturas diametralmente opuestas, choque que se resumen en la imagen de Cortés portando en una mano la cruz y en otra la espada. Sin embargo los “bárbaros”, que al descongelarse el estrecho de Bering habían permanecido miles de años al margen de los procesos culturales del resto del mundo, han desarrollado una cultura que se remonta miles de años atrás. Un poco a la manera de la cultura sumeria en Mesopotamia, son los Olmecas, llamados así por los nahuas del altiplano de México, quienes detonan el proceso mesoamericano que genera unidad cultural en una inmensa región. Ellos establecen las primeras ciudades, desarrollan un estilo arquitectónico y plástico definido, crean sistemas de escritura y de registro del tiempo, imaginan un panteón de divinidades, trazan sistemas hidráulicos para el desarrollo de la agricultura. A diferencia de la filosofía y del arte clásico griego, en donde el pensamiento y la realidad se constituye a la medida del hombre (antropocentrismo), en la cosmovisión mesoamericana, es decir, la filosofía expresada en su arte y arquitectura, es la humanidad la que se integra a la naturaleza y al cosmos.
Posmodernidad/Transmodernidad
Desde 1492 –explica Dussel–, con el proceso de “descubrimiento”, invasión y conquista, toda empresa de la modernidad implica un proceso de colonización, es decir, de desplazamiento y ocupación, no sólo de territorios geográficos sino también de territorios mentales, simbólicos e imaginarios. Sin embargo, más allá de la violencia con la que suprimieron, eliminaron y reprimieron buena parte del pensamiento mesoamericano, una parte sustancial de ese conocimiento permaneció –de manera oculta o revelada– en las lenguas de las naciones originarias, persistió en las extraordinarias formas de relación con la naturaleza, en el trato comunitario y social, en las diversas festividades, en la sabrosa gastronomía y en el diseño de textiles, en el cultivo del maíz (nuestro cuerpo) y en la milpa, en los procesos de subsistencia y reciprocidad y, especialmente, en la vivísima relación-tradición con los muertos. Justamente son esos elementos, plantea Dussel, los que se hacen imprescindibles para activar, iniciar o continuar el gran proceso descolonial, categoría sustantiva de la filosofía de la liberación, que permitirá transformar las culturas de México y Latinoamérica; entonces seremos “miembros iguales del mundo”, porque el mundo contemporáneo crece de forma multipolar.
La filosofía de la liberación se convertirá en un instrumento eficaz para cuestionar la “realidad” hegemónica postmoderna. Aplicando la categoría de “transmodernidad”, sistema que contempla una nueva etapa de la modernidad, este proceso “cambiará los usos de consumo, así estaríamos en condiciones de transitar hacia una nueva filosofía; hacia una nueva edad del mundo, a un estadio que nos permitirá generar una visión de conjunto, un pluriuniverso que detonará el gran diálogo intercultural. Sólo así nos entenderemos, sólo si somos el otro seremos.