Artes visuales
Germaine Gómez Haro
El proceso creativo de los artistas es siempre fascinante y tener la oportunidad de verlo es toda una experiencia a la que rara vez se tiene acceso. Sobre todo cuando se trata de técnicas no tradicionales o experimentales. Tal es el caso de la serie de monotipos que la artista Sandra Pani (CDMX, 1964) creó recientemente y que se presenta en la exposición titulada Desmembramientos y transformaciones, en exhibición hasta el 3 de diciembre en el Palacio de la Autonomía de la UNAM (Centro Histórico).
Resulta gratificante para los visitantes entrar en la cocina plástica de la pintora a través de un video que da inicio al recorrido y en el que, con gran frescura y desparpajo, nos muestra su aventura creativa en el taller de gráfica de Noel Rodríguez en Iztapalapa, donde realizó, en un período muy corto, cincuenta obras de las cuales treinta conforman esta muestra.
En la grabación vemos cómo Pani cubre su cuerpo con la espesa tinta negra que se usa para este tipo de grabados y entra en contacto directo con los largos lienzos de popelina de algodón extendidos en el suelo, sobre los cuales la huella de su silueta queda plasmada, para después pasar a la impresión bajo un tórculo de inmensas dimensiones. Al ver este inusual proceso, vino a mi mente Yves Klein y sus Antropometrías de los años sesenta, ejercicio de metapintura ligado al Body Art que consistía en embarrar de pintura a sus modelos y colocarlas sobre superficies donde también las huellas de sus cuerpos desnudos quedaban marcadas, creando una nueva manera de “pintar” la figura femenina.
Sandra no se identifica para nada con este proceso: “Lo de Klein era algo performático, mientras que mi proceso y mi intención es algo muy íntimo que va ligado a mi búsqueda personal de identidad.” En esta serie se percibe que los blancos etéreos que han caracterizado gran parte de su trabajo anterior devienen negros profundos que acentúan la dualidad siempre latente en su obra: “Solía ser más volátil, flotante, ahora me siento más encarnada. Busco el equilibrio entre el ser tangible e intangible, pues siento que yo sé estar en la parte tangible y me cuesta más trabajo estar encarnada. Este trabajo es como la erupción de un volcán.”
La sala de exhibición de este recinto, que otrora fuera la iglesia de Santa Teresa la Antigua, tiene la particularidad de conservar a la vista del público los vestigios de la ciudad antigua que permanecen vivos a través del piso de cristal. Pasado y presente se superponen bajo nuestros pies y nuestra mirada, en un diálogo misterioso con las nuevas imágenes de Pani que fueron concebidas ex profeso para este singular espacio. Y como ha prevalecido a lo largo de muchos años en su trayectoria, la figura femenina cobra vida en estas soberbias telas de gran formato que penden del techo, creando una sinfonía visual de blancos y negros, luces y sombras, brillos y opacidades, claroscuros que acaso remiten a inasibles estadios del alma. No es fortuito el hecho de que a unos metros de distancia, en las entrañas del Templo Mayor, habiten las dos diosas primordiales de los aztecas: Coyolxauhqui y Tlaltecuhtli, señoras de la Luna y la Tierra, evocadas por la artista, que también descubrió en una de sus primeras obras de la serie a Inanna, la diosa fundacional de Mesopotamia en el periodo Uruk asociada al amor, la fertilidad y la guerra: “Estas deidades arquetípicas tienen que ver con lo femenino, con el desmembramiento, que lamentablemente es un tema de actualidad muy fuerte en nuestro país. Pero también tiene que ver con la transformación y la cadena de partos: ¿Cuántas mujeres han parido para que nosotras estemos aquí? Es una larga cadena de la que yo soy apenas un eslaboncito.”
Paralelo a esta exposición, se presenta en el Museo de Geología de la UNAM, en Santa María la Ribera, un corpus de cincuenta pequeños dibujos que dialogan con las piedras y minerales en un acto de vinculación del arte y la ciencia.