Párroco defiende a los que duermen en la calle
Albergue tiene lugar para 200, pero hay más // Tratan de no crear problemas a la gente del barrio San Pablo
Desde que abrió sus puertas en octubre del año pasado, la Casa del Migrante Arcángel Rafael, en el barrio San Pablo, de Iztapalapa, opera al máximo de su capacidad, con 200 personas, pero alberga a 250 porque se habilitó la capilla como dormitorio.
Unos 200 extranjeros más ocupan calles aledañas y conocen las reglas de los vecinos y las respetan: barren constantemente, no escupen, juntan su desechos en bolsas que después recoge el servicio de limpia de la alcaldía e instalan sus casas de campaña después de las 10 de la noche y las retiran a las 6 de la mañana para obstruir lo menos posible el tránsito.
El padre Juan Luis Carbajal, director del refugio, dijo estar de acuerdo en que lo mejor para quienes tienen que dormir en la vía pública es que sean reubicados, siempre y cuando se haga a un albergue con condiciones para una asistencia lo más digna posible.
Recordó que en una ocasión la Secretaría de Inclusión y Bienestar del Gobierno se los llevó al temporal de Tláhuac, pero a las dos horas ya estaban de regreso porque no se les dio la atención adecuada.
Expresó que le duele no meter a más gente para evitar condiciones de hacinamiento y eventuales problema de salud, y si bien en algún momento pensó que la presencia de los migrantes en el exterior podría ocasionar reclamos, aseguró que muchas personas de la comunidad los protegen, por lo que expresó su sospecha y temor de que se politice el tema para utilizarlo como forma de revancha contra el gobierno con un discurso antinmigrante. No lo hicieron antes que no estábamos en campañas
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Tienen respaldo vecinal
Bajo condición de anonimato, un vecino de la calle Lerdo de Tejada hizo cuentas y aseguró que son sólo unos 15 residentes los que se han expresado contra la presencia de los refugiados en la zona; en algunos casos se distinguen porque tienen carteles en los muros de sus casas que los conminan a irse a la Macroplaza de la alcaldía y confinan la acera con cinta roja de advertencia de peligro, como el número 117 y el conjunto habitacional Ariadna, en el 106, de cinco edificios, pero de los que no contó más de cinco condóminos adversos.
Otros colonos no sólo no se oponen, sino que los apoyan con lonas, cartones para que los extiendan en piso, les permiten usar su sanitario y hasta les han ayudado a conseguir cobijas en la misma Casa del Migrante.
Javier Salazar y María de Lourdes Santillán, quienes tienen su domicilio a unos metros del refugio, están entre quienes los han apoyado e incluso dan albergue a algunos en otra casa que tienen en Lerdo de Tejada, donde tuvieron una carnicería y una peluquería, accesorias ocupadas por migrantes con hijos pequeños.
Dentro del albergue todo luce ordenado, limpio, con una sección para hombres y otra para mujeres y unos 70 menores que en el patio y algunos dormitorios realizan actividades con voluntarios que apoyan, como un grupo de estudiantes de la universidad La Salle, de Cuernavaca, que les enseñaban ayer a elaborar piñatas.
El clérigo dice que hay casos dramáticos, como el de una bebé con un año que llegó bastante desnutrida que pensó que no sobreviviría y estuvo internada 15 días, o el de Ángel Eduardo, de 9 años, que vio morir a su madre al ser arrastrada por la crecida de un río y siguió el viaje con su abuela Alexandra, que con asesoría de abogados y voluntarios inició las gestiones para formalizar la patria potestad de su nieto.