Psicología de masas y elecciones
Mario Campuzano
En el sexenio pasado se logró, a través de Televisa, dar una imagen atractiva al frívolo y represivo gobernador del Estado de México para lanzarlo a la presidencia del país… y así nos fue. En México se ha utilizado ese mecanismo mediante las conferencias diarias en los medios, conocidas popularmente como “mañaneras” por su horario, y que han sido un elemento fundamental en un “estilo personal de gobernar”.
¿Por qué se han vuelto tan importantes los medios masivos de difusión en la política contemporánea? La respuesta ya ha sido esbozada: por su demostrada capacidad para inducir en la población preferencias y generar comportamientos consecuentes mediante un conjunto de prácticas empíricas generadas por los operadores de esos medios. Lo que se encuentra poco difundido son los mecanismos psicodinámicos que operan sobre la subjetividad de los individuos que se agrupan en grandes conjuntos, no solamente en la realidad, sino también cuando los oyentes y televidentes se conectan a una misma fuente emisora, donde se generan esos mismos fenómenos de masa.
Esa situación de masa afecta a la individualidad, que resulta amenazada por la presión de homogeneización que se produce y genera particulares formas de ansiedad que algunos autores han denominado ansiedad de masificación y otros presión de conformismo, donde se genera en el grupo una atmósfera banal llena de clichés semejante al uso propagandístico de spots, en los que quienes buscan conservar su individualidad son atacados a veces ferozmente.
Las investigaciones realizadas sobre los fenómenos subjetivos generados por el agrupamiento, tanto más intensos cuanto más numeroso es el agrupamiento, revelan su capacidad de inducir en los individuos agrupados fenómenos de regresión, es decir, de inducir formas subjetivas y de comportamiento de etapas pasadas de la vida. Esa regresión generada por los medios masivos de difusión suele llevar a la audiencia a etapas de la niñez temprana donde no se desarrolla todavía un juicio propio y el niño, por su dependencia emocional, es crédulo e influenciable por los padres. En este estado, donde además dominan las emociones más que el raciocinio, el líder se convierte fácilmente en vendedor de ilusiones que consume la audiencia e influyen sobre sus opiniones y conducta. Esta situación la ha intuido bien la literatura, creando metáforas y figuras representativas del fenómeno, por ejemplo, el flautista de Hamelin, aunque esperemos que en el caso actual tengamos un mejor final y no terminar en el precipicio.
En el líder también se producen fenómenos psíquicos importantes y, en ese caso, tenemos el significativo testimonio de José Vasconcelos (1946) durante su fallida campaña por la Presidencia de la República en 1929:
Según avanzaba mi gira democrática, me sentía dueño de mi posición, más diestro en el manejo de esa potencia hipnótica que el orador ejerce sobre su público. De mudo que antes era, me había transformado en uno que dice lo que quiere con facilidad y decisión, aunque sin elegancia. Y ya sea por el mito que en torno al personaje se va formando y a uno mismo contagia, ya fuese porque la grandeza del propósito nos exalta, el hecho es que adquiría un dominio colectivo casi físico por medio de la palabra y el gesto que hacen de la multitud el eco de nuestras emociones, el brazo de nuestras fobias y el empuje de nuestros ideales.
En las sensaciones del líder, que tan bien describe Vasconcelos en sus Memorias, se encuentran las propias de la elación narcisista, así como las del triunfo maníaco sobre el objeto-grupo (u objeto-masa). Y es precisamente la elación narcisista (como señala Chasseguet-Smirgel, 1975) manifestada por el reencuentro entre el yo y el ideal, la que lleva a la disolución del superyo. En otras palabras, la omnipotencia del narcisismo infantil supera a los controles morales del superyo; el deseo se impone a las prohibiciones de la cultura. De ahí su peligro.
En los últimos tiempos han surgidos liderazgos destructivos de ultraderecha con estas características; basta mencionar dos del pasado reciente: Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolssonaro en Brasil, y uno actual, Javier Milei en Argentina. El lector puede pensar en alguno equivalente en México y no solamente de sexo masculino.
Por supuesto, se tiene que regular esta fuerza omnipotente para que pueda ser más constructiva que destructiva. Si la forma de democracia representativa existente es tan difícil por los enormes costos económicos que requieren las campañas políticas y la hacen fácilmente controlable por los grandes capitales, incluyendo los del crimen organizado, tenemos que agregar estos otros grandes desafíos: que líderes y población puedan conservar racionalidad y cordura en el momento de la votación; los votantes para superar las inducciones a la dependencia, y los líderes la tentación de la omnipotencia narcisista, autoritaria y transgresora.