Stig Dagerman: escribir la ausencia y la muerte
Alejandro García Abreu
Consumido por su propio fuego
Stig Dagerman murió el 4 de noviembre de 1954 en Enebyberg. Se encerró en la cochera de su casa, encendió el motor del automóvil y permitió que los gases deletéreos se encargaran del final. Acabó con su propia vida y legó una obra lúcida y esplendente. Tenía treinta y un años de edad. El joven prodigio fue un autor que gozó de gran éxito y genialidad. Escribió cuatro novelas –La serpiente (1945), La isla de los condenados (1946), Niño quemado (1948) y Complicaciones nupciales (1949)–, poemas, ensayos, piezas de teatro, múltiples relatos, textos periodísticos y de crítica literaria.
Dagerman nació en 1923 en Älvkarleby, una localidad al norte de Estocolmo, a orillas del río Dal. Asumió la ausencia de sus padres y fue criado por sus abuelos en una granja. Gozó de una infancia atendida apropiadamente, aunque le dejó una huella. “A Stig Dagerman le tocó vivir el ocaso definitivo de toda una era, el último suspiro de una cultura”, escribe Juan Capel, traductor del escritor sueco. Dagerman cursó el bachillerato en Estocolmo. Vivió con su padre, “cantero empleado en el servicio de obras del ayuntamiento, de quien adquirió su ideario y militancia anarquista”. Participó en los círculos anarcosindicalistas de Suecia. Posteriormente, Dagerman “cobró plena conciencia –continúa Capel– de su vocación e identidad de escritor y se propuso sin titubeos el quehacer inmediato de su razón creativa: escribir el libro de sus ausencias, el libro de sus muertos.” En 1946 hizo un viaje por la Alemania devastada como corresponsal de Expressen. El reportaje sobre la postguerra germana se titula Otoño alemán (1947).
Su intranquilidad fue suscitada por las calamidades de la segunda guerra mundial y por “su propia angustia, caracterizada en especial por esa actitud de marginación y extrañamiento que todos hemos experimentado alguna vez…”, según Capel. Stig Dagerman se casó con Annemarie Götze, una joven alemana cuya familia llegó a Suecia después de huir de España por la Guerra Civil, y de Francia y Noruega por la ocupación de Alemania.
El escritor exaltó a sus autores predilectos: Fiódor Dostoievsky, William Faulkner, Franz Kafka, Thomas Mann y August Strindberg. Capel concluye que Dagerman, “consumido por su propio fuego, fue más que ningún otro el intérprete de los elementos de angustia, desconcierto y desesperación de una generación.” Su obra está marcada por un sentimiento de desgarro.
Angustia artística y existencial
Juan Capel y Marina Torres tradujeron y realizaron la antología El hombre desconocido, publicada por la editorial Nórdica. Escogieron veintiún textos de Dagerman incluidos en los libros Juegos nocturnos (1947) y Nuestra necesidad de consuelo es insaciable… (1955). También eligieron cuatro piezas literarias póstumas. Los ensayos y las narraciones que componen el volumen –escritos entre 1944 y 1954– muestran la agudeza y la pesadumbre artística y existencial del autor.
Stig Dagerman manifestó la angustia constantemente. En “Hace mucho tiempo” –fechado el año de su muerte– destacan la nieve, la oscuridad y el viento. “Matar a un niño” (1948) implica el anuncio de una tragedia: “Pero la vida es tan despiadada con quien ha matado a un niño que todo después es demasiado tarde.” El texto autorreferencial “Stig Dagerman, el escritor y el hombre” (póstumo) es la confesión de aquello que “le lleva a la desesperación y a pensamientos suicidas”. La narradora de “¡Abre la puerta, Rickard!” (1947) se cuestiona: “¿Hasta qué punto tengo que quedarme sola para que alguien descubra al fin mi soledad y me salve?” Una disertación sobre el duelo constituye “El hombre que no quiso llorar” (1947). “La sorpresa” (1948) se refiere a una mujer que “lloraba tanto que se estremecía” mientras que “Dónde está mi jersey islandés” (1947) deviene en una exploración de la orfandad y del consumo de alcohol. Son sólo algunos ejemplos.
Dagerman apela a la razón, a la solidaridad, al compromiso. “Con todo su pesimismo, la frase de Stig Dagerman sobre la paradoja fundamental del escritor, insatisfecho por no poder dirigirse a quienes tienen hambre –de comida y de conocimiento–, toca la verdad más grande. La alfabetización y la lucha contra el hambre están vinculadas”, dice Jean-Marie Gustave Le Clézio. “Dagerman vivió en un estado de ‘creatividad paralizada’ durante cinco años”, rememora Siri Hustvedt. El escritor sueco escribió poco en ese período.
Dagerman buscó la libertad y finalmente la consiguió. En el gran ensayo Nuestra necesidad de consuelo es insaciable… (1952) el autor nacido en Älvkarleby escribe: “el suicidio es la única prueba de la libertad humana”. Stig Dagerman rompió sus ataduras –vitales, literarias– y acabó con su desconsuelo y su dolor l