En uno de sus libros se remonta a los antecedentes prehispánicos, ilustra acerca de las costumbres funerarias durante el virreinato, la evolución en el siglo XIX y los usos contemporáneos.
Verdadero tratado de arte, en Para entender el arte funerario expone, entre otros interesantes datos, una sucinta historia de la escultura en México del siglo XVI al XX. Escribe sobre los estilos prevalecientes en las distintas épocas, nos da a conocer los autores y lapidarios que trabajaron la escultura funeraria. Aquí nos enteramos de que prácticamente todos los artistas famosos hicieron trabajos para los cementerios.
Toda familia pudiente mandaba a construir un monumento para sus difuntos y no dejaba de haber una competencia para tener la mejor escultura del autor más afamado. Los que no contaban con recursos suficientes contrataban, en los talleres donde trabajaban hábiles artesanos que copiaban, con sus modificaciones simuladas, los trabajos de los grandes maestros, con frecuencia con excelentes resultados.
Nos enseña a reconocer el significado de la iconografía que clasifica en una extensa tipología: figuras antropomórficas (sacras, angélicas, alegóricas, representación de dolientes y de almas) animales, vegetales, objetos como emblemas, cósmicos, arquitectónicos, relacionados con alegorías filosóficas o escatológicas.
El interés y dedicación de la cronista la llevaron a promover la creación de la Red Mexicana de Estudio de Espacios y Cultura Funeraria, AC, de la que fue presidenta varios años, filial de la Red Iberoamericana.
La integran arquitectos, cronistas, historiadores, arqueólogos y una gama de investigadores especializados en el tema, y que ha realizado múltiples estudios sobre distintos aspectos. Los resultados se han presentado en las reuniones nacionales que se llevan a cabo anualmente en distintos estados y en eventos internacionales como el Encuentro Iberoamericano de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales.
Cuando falleció trabajaba en el libro Ritos funerarios en México y en el mundo, así como en un proyecto para un museo de la muerte. Por fortuna, ambos los va a concluir Andrés Burzaco Malo; el museo, con la Asociación Necrológica Mexicana.
El interés de la arquitecta Martínez no se limitó a la muerte. Se convirtió en cronista de la colonia San Rafael, donde vivió parte de su vida y, entre otros, escribió el libro La colonia de los arquitectos a través del tiempo, San Rafael, en que nos cuenta el nacimiento y desarrollo desde que era un pequeño barrio que rodeaba a lo que ahora es el Monumento a la Revolución y fue la primera que se creó en 1857.
La diseñó el ingeniero Fernando Somera para que ahí vivieran los arquitectos de la Academia de San Carlos. Unos años más tarde, los terrenos aledaños, pertenecientes al rancho San Rafael, también conocido como El Cebollón, fueron adquiridos por los señores Tron, Signoret y García para establecer la colonia San Rafael, integrándose a ella la de los arquitectos.
Sus vastos conocimientos de ambos temas, el arte funerario y la colonia San Rafael, me llevaron a entrevistarla en dos programas de la serie Crónicas y Relatos de México, en Canal 11 (están en YouTube): el de la colonia Guerrero, con el Panteón de San Fernando, y el de la colonia San Rafael.
Tenemos recuerdos memorables de las visitas que nos dio a algunos de los cementerios históricos de la Ciudad de México, como el Panteón del Tepeyac, poco conocido y de gran interés.
Está situado en la cima del cerrito del mismo nombre, donde estaba esculpida la diosa Tonantzin, que era venerada en ese sitio y que desde la época prehispánica recibía peregrinaciones de los ancestros de quienes actualmente acuden a venerar a la Virgen de Guadalupe.
Alrededor de 1716 comenzaron a hacerse entierros en el lugar y en 1865 fue inaugurado oficialmente. Hay soberbias esculturas y monumentos funerarios que resguardan los restos de quienes hasta ahora, para muchos, únicamente son nombres de calles: Gabriel Mancera, Rafael Lucio, Manuel M. Contreras, Ponciano Díaz, José María Velasco, Lorenzo de la Hidalga, Xavier Villaurrutia, Rosario Santín y Antonio López de Santa Anna.
Querida Margarita: con la importante obra que nos dejas tu memoria será imperecedera.