supersticiones, fanatismos, decían. Los más benevolentes hablaban de
piedad popular, como la fe de los infantes, de los no cultos. Todo esto ha venido cambiando; ahora los antropólogos estudian la religiosidad popular para entender las identidades, práctica y comportamientos de comunidades. Dicho de otra manera, la religiosidad popular actualmente tiene una relevante importancia en las ciencias sociales, pues a través del estudio de las prácticas religiosas del pueblo se profundiza el conocimiento de las culturas.
Pero, ¿qué es la religiosidad popular?, ¿por qué es importante considerarla?
La religiosidad popular es la forma en que vive, celebra y practica la religión el pueblo. Es la fe cultivada por la gente sencilla y la expresión de identidad de la cultura popular. La religión popular constituye un sector de la vida religiosa relativamente independiente de la jerarquía eclesiástica y sus cuadros intelectuales. Por tanto, no es la fe de las grandes erudiciones católicas ni dogmas doctrinarios; la religiosidad popular tampoco es la fe conceptualizada por las élites ni por los canónicos eclesiásticos. Es ante todo una práctica y una experiencia religiosa que se vive desde la simplicidad la gente y que ofrece sentido e identidad a su existencia. En México el culto a la Virgen de Guadalupe es un extraordinario ejemplo de la experiencia de fe popular.
Lo sorprendente del culto guadalupano es que es un sincretismo aceptado y promovido por los primeros evangelizadores. La fiesta, los rituales y la organización comunitaria son parte esencial de las expresiones de la gente sencilla que con alegría expresa sus convicciones, anhelos y hasta temores.
Así, mientras el culto y la moral están estrechamente controlados por las jerarquías religiosas, la fiesta es la forma perfecta a través de la cual el pueblo manifiesta su sensibilidad religiosa, más allá de los límites espaciales e institucionales fijados por la Iglesia y en contra de las prescripciones morales que ésta dicta. En el fondo del sentimiento de la fiesta, entendiéndola de manera amplia, se encontraría la experiencia de lo sagrado: la fiesta sería el medio más directo de alcanzar esta experiencia por medio de la exaltación colectiva. Pero también las formas de culto producidas por las iglesias pueden volverse populares; sobre todo cuando el tiempo les agrega el sello de la tradición. Así lo afirma el historiador francés François-André Isambert, en su libro Le sens du sacré; fête et religion populaire, Les Éditions de Minuit, 1982. Planteaba que: religión popular, fiesta y lo sagrado son conceptos entrelazados. Así la fiesta, las peregrinaciones, los rituales y la organización comunitaria son parte esencial de la concomitancia que expresan las convicciones populares. En los momentos de desastre y crisis, como la pasada pandemia, la devoción a la Virgen de Guadalupe se convirtió en importante referente. La mayor parte del pueblo humilde no tiene derecho a la salud pública y optó por el fervor guadalupano, como escudo, se erigió como un recurso providencial.
La coherencia devocional del pueblo guadalupano contrasta con la incongruencia de las élites mexicanas. En todo momento buscan sacar raja del culto. Desde Vicente Fox, emulando a Hidalgo, enarbola el estandarte de la Virgen para iniciar su campaña política. Guillermo Schulenburg, abad de la Basílica, puso en duda la existencia de Juan Diego y, por tanto, el hecho guadalupano. El abad abrió un nuevo capítulo de disputa entre aparicionitas y antiaparicionistas. Norberto Rivera Carrera, ex arzobispo primado de México, hizo un contrato cediendo el uso exclusivo de la imagen guadalupana en 2002 a la empresa trasnacional Viotran por 12.5 millones de dólares, válido por cinco años. Las patéticas transmisiones televisivas para cantar Las mañanitas a la Morenita son un exceso meloso de artistas de dudosa reputación. La excesiva comercialización del culto puede provocar su vaciamiento; otro caso trágico es la emisión de La rosa de Guadalupe en Televisa.
El culto guadalupano nace popular. Tiene su asentamiento en 1531, en el santuario mexica que adoraba a Tonantzin, madre de los dioses. Así lo registra fray Bernardino de Sahagún con muchas reticencias. A lo largo de nuestra historia, Guadalupe Tonantzin se ha venido resignificando. Abandera la revolución de independencia, la Revolución Mexicana, acompaña a los zapatistas, al cardenismo y al levantamiento zapatista en Chiapas. Ahora hay intentos de resignificarla desde las sensibilidades feministas. Es el rostro materno de Dios, que siendo mujer se identifica con sus causas y sus luchas. El historiador Miguel León-Portilla, en un libro entrañable titulado Tonantzin Guadalupe: Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”, reconoce que el factor guadalupano ha sido un poderoso polo de atracción en nuestra cultura y fuente de inspiración e identidad. León-Portilla recuerda lo que Guadalupe Tonantzin ha significado en momentos de pestes, inundaciones, hambrunas y de afán del pueblo novohispano de encontrarse a sí mismo en los tres siglos del México colonial.
Si uno emprende una encuesta, hallará que actualmente más de 80 por ciento de la población cree en la Virgen. Por tanto, hay una existencia social e independiente de los relatos milagrosos de su aparición ni de la teofanía. Por ello desde hace siglos, el fenómeno guadalupano es fuente fundacional, atrae la observación de creyentes y no creyentes. La Virgen sigue siendo vigente a pesar de sus clérigos y mercaderes.