A principios de los noventa, Heinz Dieterich analizaba los niveles de transmisión de las ideas dominantes

Tomar la palabra

Agustín Ramos

Agentes de ventas

 

A principios de los noventa del siglo XX, Heinz Dieterich analizaba los niveles de transmisión de las ideas dominantes en las sociedades modernas. Citando al autor de The Engineering of Consent, señaló que el primer nivel lo conformaban los medios de comunicación, “las puertas abiertas para penetrar en la mente pública”. Aquí, un abanico que abarca desde ideólogos conversos e intelectuales salinistas hasta publicistas de miserias cubre el panorama radiofónico, televisual, impreso y de redes sociales. Su tarea es desacreditar al régimen que –aun en su insipiencia y con sus fallas– afrontó la depauperación galopante, aminoró el desequilibrio fiscal, comenzó a recobrar para la nación el sector energético y devolvió una libertad de expresión vedada desde 1913. Y todo, con una pandemia agravada por alta morbilidad poblacional, con infraestructura médica desahuciada y a merced
de pulpos farmacéuticos, y en una espiral de inseguridad pública desatada por la dupla del calderonato y el cártel de Sinaloa. Al poder no se le aplaude, decían, refiriéndose al acotado y acosado poder gubernamental, pero no al poder del que forman parte como pregoneros de una hegemonía injerencista a la que no convienen ni la soberanía nacional ni los programas sociales. A ese poder modernizador sí que le tributan chinampinas y cohetones mediáticos, festejando todos los días al santo patrono Claudio X.

Sin embargo, a tales voceros no les basta atacar y ofender a gobernantes y representantes políticos del Estado de bienestar, también insultan a la ciudadanía que contesta o desmiente sus infamias. Para los amos y siervos mediáticos, la preocupación por los pobres y la defensa de la soberanía son disfraces de intenciones ocultas. Pero eso no es más que una proyección. Sus insultos funcionan como rayos X para sí mismos. Antes que nada, el poder mediático es una fuerza política. Sus armas son la elección u omisión de temas, el lucro en las catástrofes, la expoliación de los fracasos aparentes y reales del gobierno federal, los errores en que éste incurra o parezca incurrir. Su estilo es verbal y gestual (escepticismo, ironía, menosprecio, sorna, histrionismo, violencia no siempre simbólica, procacidad). Su labor son las campañas de desinformación por la vía de medias verdades y de calumnias por las que se disculpan entre dientes cuando es imposible ocultar evidencias, y no sin antes haber inyectado ponzoña “en la mente pública”.

A la holgada victoria de 2018 le enjaretaron el estribillo de la “necesidad de contrapesos”; al programa comunicacional de las conferencias matutinas le colgaron el eslogan de la “polarización desde la más alta tribuna” y a la popularidad creciente de AMLO le añaden las etiquetas de “la autocracia”, del “no se toca” y del “maximato”. A mediados de 2023 perpetraron el lanzamiento comercial de Xóchitl Gálvez cubriéndola de elogios, ataviándola de virtudes óptimas e inventándole una biografía de zarandaja. Y amén de hacer el ridículo con esa simulación andante, volvieron a insultar a la ciudadanía queriendo vender como candidata disruptiva un producto chatarra. Volviendo a Dieterich, el tercer nivel de discurso de la dominación no se transmite ni se comunica públicamente. La “esencia de los intereses económicos y políticos dominantes y la brutalidad de sus estrategias de dominación”, se discuten y acuerdan en privado. Quienes se disfrazan de intelectuales y comunicadores, quizás sólo conozcan en parte o bien ignoren del todo esas verdaderas intenciones de sus amos, quienes “piensan en términos del crudo poder y de intereses a puerta cerrada”, mientras que aquéllos son meros agentes de ventas de la oposición derechista.

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