«La hora sin diosas» (2003), de la autora mexicana Beatriz Rivas

Biblioteca fantasma

Evelina Gil

 

Desde su primera novela, La hora sin diosas (2003), la autora mexicana Beatriz Rivas encontró un ingenioso atajo para escribir novelas históricas: entrelazar personajes e historias de épocas alternativas que tuvieran rasgos en común; consonancias que han pasado inadvertidas para otros novelistas o biógrafos que los han abordado. En ese sentido, su más reciente novela, Voces en la sombra (Alfaguara, México, 2023) lleva más lejos dicha premisa y logra una obra de gran interés, tanto histórico como sociopolítico y, claro, literario.

Otro rasgo característico del estilo de Rivas es el tono ensayístico que se entremezcla naturalmente con la trama, y esta no es la excepción, pues su interés no se centra sólo en contar (bien) una historia, sino en aportar conocimiento respecto a personajes que, aunque reales, no siempre son del dominio público. En el caso que nos ocupa, imbrica las historias de dos mujeres francesas condenadas a vivir a la sombra de prohombres: Anne Pingeot y Juliette Drouet, amantes, respectivamente, de François Mitterrand y Victor Hugo.

La Historia se ha encargado de colocar a estas mujeres a la misma altura de las esposas legítimas de estos hombres, luego de la publicación de cartas y biografías que exponen la importancia de ambas mujeres en la toma de decisiones de sus hombres, si bien, y este es un gran acierto por parte de la autora, no desdeña en lo absoluto la injerencia de las esposas legítimas, muy particularmente la de Danielle Mitterrand. Dentro de la misma novela, Rivas narra cómo, durante una estancia estudiantil en París, coincidió en la calle con el entonces presidente en funciones –Mitterrand– quien gobernó entre 1981 y 1996, el período más largo hasta el momento. Para entonces ya era un secreto a voces su relación extramatrimonial con una jovencísima restauradora del Louvre. A diferencia de Juliette, amante de Victor Hugo, quien era actriz y madre soltera, Anne Pingeot era una joven “bien criada”, en el seno de una familia cristiana y conservadora que, sin embargo, nunca le retiró su apoyo moral. Inició su amasiato con François mucho antes de que éste se convirtiera en líder de la nación. De hecho, ella no toleraba siquiera la idea de que él llegara tan lejos en su carrera política, temerosa de que se viera orillado a abandonarla, cosa que no sucedió.

El vínculo entre Anne y Juliette, mujeres del siglo XX y XIX, se establece a través de
un retrato de esta última que fascina a la joven restauradora, al grado de buscar información sobre ella. La mayor afinidad entre ambas consiste en permanecer a la sombra de hombres poderosos y vivir experiencias similares, siendo Hugo mucho menos considerado que Mitterrand. Juliette Drouet, a quien su amante acarreaba cada vez que debía mudarse de casa con su familia legítima, fungió como secretaria y copista del gran autor, muy particularmente durante la redacción de su obra cumbre Los miserables. Por su parte, el socialista Mitterrand abolió la pena de muerte, vía la guillotina, para complacer a Anne. Juliette jamás podrá darle un hijo a Hugo pero éste prácticamente adopta a su hija Claire, mientras que Anne, ya muy consolidada su relación con Mitterrand, se permite tener a su hija Zaza, la futura escritora Mazarine Pingeot.

Con sencillez y sin aspavientos, Beatriz Rivas hace converger las historias de ambas parejas. La onírica conversación entre el político y el escritor, que parece trasladarse en el tiempo para encontrarse con ese hombre con quien tiene más coincidencias que divergencias, tiene un momento conmovedor en el que, tras reparar en que las mujeres de finales del siglo XX “van casi desnudas”, cae en cuenta de que su pobre hija Leopoldine, muerta ahogada, pudo haberse salvado de no llevar aquella larga y pesada falda que terminó por hundirla. Estamos ante una novela de pinceladas ensayísticas y muy grata lectura que indaga inteligentemente en el papel que juegan la pasión y la domesticidad en las obras trascendentes.

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