Una entrevista con Cristina Pacheco
Mauricio José Sanders Cortés
¿Cómo fue que Cristina y yo conversamos? […] Cristina Pacheco, lo sabe el lector, no hace más que subirse y bajarse de distintos barcos. Habla con todo el mundo. Habla en la radio con señoras de domésticos problemas, habla en la televisión con ferrocarrileros felices de sus trenes, habla en los periódicos con hombres cargados de vicios políticos y públicas virtudes. Habla consigo misma y entonces escribe sin hablar sus libros.
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¿De qué hablar con una mujer que escucha a todo el mundo? Este libro es de entrevistas con escritores. Podría pensarse que con la mujer que los ha escuchado se puede hablar de los libros que ellos han escrito. […] Sería entonces un inventario de los gustos literarios de Cristina Pacheco. Sería un casco oxidado de conversación, un barco seco en un dique. […] Hubiéramos hablado sin hablar. […]
¿De qué hablar pues? Alguien que escucha tiene mucho de que hablar. […] ¿Por qué se oye a sí misma hablar? Hay que hablar de por qué conversa tanto con esta mujer que, tan alegre, se ha subido a tantos barcos.
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Dice:
–Voy amorosamente y hablo con la gente por todo lo que me hace pensar de mi vida.
Hablar es un acto de amor hacia uno mismo. Uno se oye mientras escucha hablar al otro. Cristina Pacheco dice que habla para cumplir el amor consigo.
Prosigue:
–Sé más de mí misma cuando me pregunto por qué perseguí a esta persona, cuando me cuento cómo econtré a esta otra. Después de hablar con ellas, no tengo sino agradecimiento por haber visto sus gestos, sus temores, pues entonces sé más de los míos.
Cristina Pacheco dice también que cuando ha hablado, vienen accidentes. Dice que alguna vez ha tenido que hablar a oscuras con un hombre de voz cascada. […]
Conversar es una actividad riesgosa. Hay silencios como zozobras y vergüenzas y hay naufragios cuando dos piensan que no se entienden nada. […]
–Cuando se conversa –dice Cristina Pacheco, que lleva el timón–, el trabajo más delicado es escuchar. Las mujeres podemos hacer ese trabajo. Por eso las mujeres somos sabias.
[…]
–Yo escucho con todo mi cuerpo y no sólo con el corazón. Cuando la conversación termina, acabo con un terrible dolor de espalda y me duelen los hombros. Quiero escuchar con los oídos, pero también sé que escucho con los ojos y con los dedos, que puedo escuchar con el tacto y el olfato.
[…]
–Escuchar es un trabajo artesanal. Hay que dejar venir las circunstancias. Hay que confiar plenamente en el otro. Conversar es un enamoramiento momentáneo. No debe haber dolo. El que habla y el que escucha se dan sendas confianzas, se descubren mutuamente. Por eso detesto las grabadoras.
[…]
–Uno sabe que las conversaciones no van a volver. El de hablar con alguien es un tiempo sin tiempo. Hablar, hablar con quien sea, es un pretexto para confesarse. No hay escritores cuando hablan. No hay pintores ni científicos ni políticos. No hay padre ni madre ni amigo ni hermana. Hay hombres a quienes les falta quién los escuche. Los escritores son hombres como todos los hombres. Es igual con todos, padre, madre, novia, amigo, hermana. Por eso el que escucha debe estar como ausente, para dejar que el otro se confiese.
Cristina Pacheco conversa. Habla y escucha. Se sube a naves hechas de palabras. El lector sabe, sin embargo, que Cristina hace algo más. Se baja del barco con notas en una libreta y frases y gestos en la memoria. Se va a su casa a escribir la memoria de la nave. Su escritorio huele a sal, pues Cristina Pacheco escribe en él los recuerdos de la mar. Cristina Pacheco es escritora:
?Buena o mala, no me importa, soy una escritora. Tengo la avidez de contar cosas. Por eso entiendo tan bien a los que hablan conmigo. Cuando hablo, cuando escribo, que es cuando me hablo a solas, expreso mi compromiso. Expreso mi posición ante la vida. Me expreso a mí misma.
Sigue diciendo:
–Una entrevista es escritura. Antes de la escritura hay un instinto. ¿Por qué quiero hablar con éste y no con otro? Me interesa lo que pueda sentir. Después, ya con mis sentimientos más claros, voy a casa y escribo. Una entrevista es literatura, es una de las maneras en que puedo saber qué cosa siento.
[…] La conversación entre Cristina y yo se acaba. Llega el tiempo y nuestro barco atraca. Acabamos de hablar cuando Cristina dice:
–Las palabras son los barcos que me llevarán a todos los mundos que no voy a conocer.
Pagamos la cuenta, salimos del muelle, nos damos un abrazo y decimos adiós. La memoria me sabe a sal. Me voy agradecido porque pude hablar de hablar con una señora morena, pelirroja y marinera.