poética de la resistencia, como la llama el investigador Jeff Conant.
Así como el alzamiento estimuló a la sociedad civil inconforme y catalizó a corto y largo plazos el despertar de los pueblos originarios de México, que ya se venía cociendo, pegó también en el corazón de una etapa efervescente del rock nacional, que llevaba una década sonando recio y bien, con audiencia y audacia, profesando compromiso social y político, o al menos rebelde, a una escala que nunca antes tuvo. El ramalazo les vino por muchos lados a las bandas y sus públicos.
Los jóvenes mexicanos llevaban una década conmovidos y activados: el terremoto de 1985 y la movilización espontánea de la ciudad solidaria, la huelga universitaria de 1986-87, la avalancha cardenista que recibió una determinante inyección de juventud en 1988. Estos procesos fueron acompañados por intérpretes y bandas de alcance masivo en distintos estamentos sociales. A pesar de la hostilidad gubernamental y priísta contra las grandes concentraciones roqueras, fueran hoyos fonqui en los barrios populares o salones tolerados de las clases universitarias, el rock sonaba en las venas de los chavos, y en su idioma. No extraña que aquellos grupos estuvieran en la primera fila del apoyo al EZLN desde los meses iniciales de 1994, prendidos por la elocuencia del Ya basta
.
La empatía juvenil con los indígenas no era nueva. En su momento, José Agustín había señalado que los jipitecas de nuestros años 70, a diferencia de los jipis gringos, mostraron una cierta identificación con lo indígena
, así fuera sólo indumentaria, simbólica o sicotrópica. Las separatas peyoteras y hongueras de Los indios de México de Fernando Benítez fueron lecturas populares y abonaron el terreno a Carlos Castaneda.
El momento neozapatista coincide además con una suerte de Internacional anticolonial
de ska, rap, rock mestizo, punk, progresivo, electrónico, metálico y melódico que mama de The Clash, el reggae, el raï y el estruendo chicano. México ocupa un lugar relevante en ese mapa con Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Café Tacvba, Caifanes, Santa Sabina, Los de Abajo, Tijuana No.
El eco es inmediato en Estados Unidos, Argentina y la Europa mediterránea. Los de acá y los de allá se escuchan y hasta colaboran desde tiempo atrás. Para finales del Año Uno zapatista ya circulan álbumes fundamentales como Casa Babylon, de Mano Negra, y Transgresores de la ley, de Tijuana No (con palomazos de Manu Chao, Sax, Roco y Julieta Venegas, quien venía precisamente de este grupo fronterizo).
Nadie ha registrado mejor el fenómeno que Benjamín Anaya, músico, editor, poeta y promotor cultural, con el ensayo Neozapatismo y rock mexicano (Ediciones Cuadrilla de la Langosta, 1999) y su versión ampliada Rebel Soundtrack. Zapatista Music (Orbis Press, Arizona, 2013).
De primera hora son los conciertos solidarios en México, Estados Unidos, Italia, Francia, Cataluña, País Vasco y Alemania. La huella temática y sonora se incorpora al trabajo de muchos, como brillantemente demostrarían Manu Chao con Clandestino, Steven Brown con Nine Rain y bandas posteriores como Ozomatli, Panteón Rococó y Aztlán Underground. Se generalizan sampleos con la voces del subcomandante Marcos y los indígenas zapatistas. Poesía, gráfica y música unidas por una opción revolucionaria alegre y nueva. Así resulta que la poética, el encontrar significados a través del lenguaje, resulta central para el proyecto zapatista
, escribe Jeff Conant en A Poetics of Resistance. The Revolutionary Public Relations of the Zapatista Insurgency (AK Press, Oakland, 2010).
En el inicio están Guillermo Briseño, Paco Barrios El Mastuerzo, quien jala a su Botellita de Jerez, Rafael Catana. De inmediato se suman Maldita Vecindad, Santa Sabina, Los de Abajo, La Banda Elástica, Café Tacvba, Real de Catorce, Trolebús, Fratta, Juguete Rabioso, La Lupita, Roberto González, La Nao, Van Troi (¡Hemos dicho basta! y ¡No nos moverán! son sus discos del periodo) y los pioneros Óscar Chávez, Salario Mínimo y Los Nakos. Hasta El Tri pide que lo inviten.
Entonces estudiante, la escritora Guadalupe Nettel recuerda la Caravana Ricardo Pozas que, desde enero de 1994, demuestra una organización sorprendente en jóvenes que apenas salían de la adolescencia
, para conseguir varias toneladas de alimentos y medicinas
para transportarlas en viejos autobuses hasta la selva
(Revista de la Universidad de México, diciembre de 2023). Ella misma fue una de las primeras campamentistas en Guadalupe Tepeyac, bastión del EZLN y sede del primer Aguascalientes. La caravana organizó tocadas pro zapatistas.
Al impulso de los conciertos avanza la creación de colectivos como Batallón de los Corazones Rotos, que pasará a ser Rock Sobre Ruedas y más adelante La Bola. La convocatoria es amplia. Desde Argentina responden Javier Calamaro, Charly García, Fito Páez, Babasónicos, Todos Tus Muertos, León Gieco, Ilya Kuryaki & The Valderramas. En Chile Los Tres. Paralamas en Brasil. Se suceden discos colectivos y antologías.
Rage Against The Machine, a la sazón inmensamente famoso en el mundo, se torna zapatista liderado por Zack de la Rocha y Tom Morello. El primero incluso anduvo de campamentista en comunidades zapatistas, y el segundo continuó con Audioslave su rock comprometido y rebelde. Gran revuelo entre los tojolabales de La Realidad causaron los italianos de 99 Posse con sus grandes tatuajes, sus piercings, su aspecto feroz y su rock escandaloso. También vivieron entre los zapatistas músicos de Negu Gorriak, Amparanoia, Hechos Contra el Decoro, Indigo Girls, Ozomatli, Ojos de Brujo. En algún momento pusieron el cuerpo contra los patrullajes del Ejército federal en la selva y los Altos de Chiapas.
Inspirado en los bares alternativos y los centros sociales
de la nueva izquierda mediterránea, en 1995 Ignacio Pineda abre en la Roma Sur el Multiforo Cultural Alicia, que sería por casi tres décadas el escenario roquero más zapatista de la capital mexicana. Allí aterrizaba siempre el rock rebelde de grupos famosos y no tanto. Tres megaconciertos históricos de la época son Rage Against The Machine y Aztlán Underground, en el Palacio de los Deportes (The Battle Of Mexico City), con sus videoinvitados Noam Chomsky y el subcomandante Marcos (1999), Manu Chao ante el Palacio Nacional (2006) y Óscar Chávez en el Auditorio Nacional (2007).
El verano del rock zapatista no fue tan corto. Desafió y dobló finalmente al gobierno de Ernesto Zedillo. Muchos suenan todavía. Por aquella senda caminaron los italianos de Banda Bassoti, Vasco Rossi, Almanegretta, Jovanoti. De Francia, Sargento García. En el Estado español, Fermín Muguruza, Ska P, Celtas Cortos, Pedro Guerra y más. El cineasta Fernando León de Aranoa diría: Están aquí y así cantan. Son las brigadas musicales, soldados de una causa eterna y maravillosa: el Ejército Musical Zapatista de Liberación Nacional
(citado en Rebel Soundtrack).
Del 68 al neozapatismo, el salto del rock político en México fue inmenso. Como recuerda José Agustín en el prólogo a Neozapatismo y rock mexicano, “en el 68 las rolas favoritas eran las de la guerra civil española (tumbabarum barum barará) o El corrido de Cananea”. Sin embargo, añade, la naturaleza intrínsecamente rebelde del rock poco a poco se fue manifestando en movimientos sociales y la rebelión zapatista de 1994 finalmente mostró hasta qué punto el rock puede acompañar a las luchas revolucionarias
.
La paradoja es que para las comunidades indígenas zapatistas de los años 90 y principios de siglo no era ésta su música. Si recordamos las decenas de grupos de bases de apoyo e insurgentes zapatistas, predominan la cumbia, la marimba, las norteñas, los corridos, las rancheras, la canción de protesta. En las regiones más tradicionales también los sones tseltales y tsotsiles con arpa y violín. Sólo en tiempos recientes hacen algo de hip hop y balada romántica. Existen incontables discos autónomos
y piratas. El propio comandante David grabó dos volúmenes (caset y discos compactos) con su guitarra y el repertorio de protesta.
El rock y sus derivaciones corresponden al gusto de los zapatistas urbanos de diversos países, incluyendo el nuestro. Recuerdo en particular la sorpresa de los compas al conocer la portada de Raza odiada (1995) del temible grupo angelino de violento hard rock Brujería (autor de Matando güeros), donde se ve a Marcos cargando su mochila en la montaña, para celebrar su levantamiento armado.
Como escribió la cronista estadunidense Rebecca Solnit, los zapatistas comprendieron la interacción entre las acciones físicas, a cargo de las armas, y las acciones simbólicas, efectuadas mediante palabras, imágenes, arte, comunicaciones, y entonces ganaron, con todas ellas, lo que no hubiesen obtenido con su limitada capacidad para la violencia
(Hope In The Dark: Untold Stories, With Possibilities (Nation Books, Nueva York, 2006).
También apuntaba: Los zapatistas generan más parafernalia que los grupos de rock
, en referencia a pegatinas, postales, carteles, muñecos, llaveros, camisetas y demás memorabilia que estuvieron en auge durante muchos años y aún es frecuente encontrar.
En la aparente divergencia musical entre los gustos de los mayas de Chiapas y el rock de lo seguidores urbanos se dio la inusitada conjunción entre un movimiento social (indígena además) y el periodo más político y revolucionario del rock internacional y mexicano en toda su historia.
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“Yo crecí escuchando discos de acetato, densas espirales de información que tocábamos a 33 1/3 revoluciones por minuto. El uso original de la palabra ‘revolución’ tenía este sentido –algo que giraba o se daba vuelta, la revolución de los cuerpos celestes, por ejemplo. Es interesante pensar que así como el término radical viene de raíz en latín y significaba ‘ir a la raíz del problema’; así, ‘revolución’ originalmente significa ‘rotar, girar, retornar, completar un ciclo’, algo que quienes viven según los ciclos agrícolas saben muy bien”.
Rebecca Solnit, La Garrucha, Chiapas, 2007