Bemol sostenido
Alonso Arreola
Improvisar. Crear con espontaneidad usando elementos “a la mano”. Responder a la intuición del relámpago; al llamado de una musa efímera y caprichosa. Don otorgado a los “elegidos”. Tabú entre los aspirantes al oficio artístico. Capacidad divina… Lila… o como quiera llamar este domingo, lectora, lector, a esa habilidad misteriosa que promueve el alumbramiento de algo original en los terrenos de, verbigracia, la música.
Muchos creen que esto sucede exclusivamente en solitario. En el estricto abandono de la sociedad. En el monástico encierro que pergeña inspiración privada. Pero no es así. La improvisación grupal es uno de los más apreciados caldos de cultivo sonoroso. Mas no profundizaremos en ello este día.
Mucho hemos publicado aquí sobre la imaginación grupal en el jazz, o en el sound painting, o de los raperos en el freestyle, o de provocadores callejeros como Marc Rebillet, o de los repentistas en el huapango, o en quienes enarbolan un spoken word poético. Nada de eso interesa hoy, cuando pensamos en otra forma de improvisación por cosa grata del algoritmo que se suma a los insomnios. Hablamos de la fantasía de una sola persona ante una orquesta entera, dispuesta a tirarse al tobogán de la súbita creación.
Fue hace cinco noches cuando presenciamos una obra de esta especie en Youtube, dirigida por Ben Folds, cantautor que sigue la escuela de Billy Joel y Elton John con trazos líricos y melódicos simples, cotidianos, diáfanos. Excepcional.
El evento en sí ocurrió seis años atrás, con el músico invitado a una velada especial en el Kennedy Center de Washington. El objetivo era que, teniendo a una filarmónica a su disposición, Folds creara una pieza con letra en apenas diez minutos. ¿Cómo lo consiguió?
El anfitrión lo introdujo al escenario para que soltara los caballos de la imaginación a partir de tres provocaciones del público que llenaba la sala. Una fue la tonalidad en que compondría la pieza. Se eligió La Menor de entre los gritos entusiastas. Otra fue la velocidad, que sucedería a tiempo rápido. Finalmente pidió que le dieran una frase interesante del programa de mano repartido esa tarde. La elegida fue: “Estos espacios se han diseñado para ser flexibles.” Lo que sucedió después, con Folds al piano, nos recordó los diálogos de Gabriela Montero o Martha Argerich con su público, cuando a solas y a partir de recuerdos melódicos, generaban variaciones y desarrollos de gran valor estético en el teclado. Por cierto, valga esta digresión coyuntural: el gobierno francés, en manos de su presidente Emmanuel Macron, le acaba de dar a doña Martha, creadora e intérprete superlativa, su máximo reconocimiento artístico: Comendadora de la Legión de Honor. Fue en la misma ceremonia en que el director y compositor Daniel Barenboim, también de origen argentino, recibiera la Gran Cruz de la Legión de Honor. Ambos genios.
Volviendo a nuestra noche de insomnio, Ben Folds cumplió con creces ante la orquesta. Algo diferente en los terrenos de la composición a botepronto, pues se hizo cargo de todo a la manera de Frank Zappa. Esto es: con el apoyo incondicional de los músicos montados en su albedrío. Cuando lo busque y lo escuche podrá entendernos mejor. El tipo ha sido fuente de humor y creación espontánea por largo tiempo.
Y bueno. Parecerá forzado pero en tiempos como éstos vale la pena alegorizar. Quedándonos dormidos fuimos torciendo pensamientos. Vimos a Folds como líder de una nación, explicando su visión a un gabinete de músicos notables, dirigiendo creativamente nuestros destinos de aire, conduciendo con belleza a la audiencia convertida en pueblo. ¿Algo imposible? ¡Gilberto Gil fue ministro de cultura en Brasil!
En fin. Busque el canal del Kennedy Center. Busque a Folds. Aplauda el riesgo de la creación espontánea, pero rigurosa. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.